—Querida, permíteme presentarte a Pablo Roque. Pablo , ella es la joven de quien hablamos, Clara Moreira.
Al oír a Leonardo , ella saltó, recuperando la compostura con desesperación.
—Señor Roque —saludó ella con voz ronca.
Los ojos del hombre estaba lleno de una fría y penetrante furia, y profunda repulsión. Ella no podía, no quería creerlo. Pero eso también se manifestó en su voz, cuando él dijo con insolente burla.
—Debo felicitarte, Leonardo. Parece que has encontrado tu…paraíso —levantó la copa que sostenía, en señal de saludo.
Clara se estremeció ante la mofa, pero Leonardo rió, acariciándole la cadera. Los ojos azules siguieron el movimiento y aquellos hermosos labios se fruncieron.
—Gracias, Pablo. Eso le he dicho a Clara durante varios meses, pero ella se niega a creerme.
El hombre que ahora conocía como Pablo Roque emitió una horrible carcajada que la hizo estremecer.
—La modestia favorece a la mujer. En especial a una tan hermosa.
No era un halago y ambos lo sabían. El dolor hizo que sus ojos violeta se oscurecieran. Sintió la impaciencia de Leonardo y entendió que debía decir algo y rápido.
—Usted me adula, señor Roque —dijo con voz ronca.
Pablo volvió a reír y bebió el resto de su copa.
—Por el contrario. Leonardo ha encontrado una perla entre las perlas.
Ella estaba asombrada por el abierto menosprecio ante Leonardo, pero lo estuvo más cuando vio el destello de placer en los ojos de éste. Se dio cuenta que los dos eran viejos contrincantes, que se conocían bien y se detestaban mutuamente. Ese repudio le era ahora transmitido por asociación. Se le heló la sangre. Era más que eso. El sabía ahora quién y qué era ella. Clara lo vio en los ojos azules. Lo que él conocía acerca de ella por los momento anteriores, dejó de existir. Ella pensó que él era diferente, pero era igual al resto. Clara luchó contra una devastadora sensación de pérdida, congelando sus frágiles sentimientos. El no merecía una lágrima.
—¿Entonces admites que yo tenía razón? Ella será perfecta presionó Leonardo mientras Clara salía del abismo de sus negros pensamientos.
—Debo aceptar que parece adecuada. Haces un trato astuto, Leonardo. Confío en que su…talento…iguale a su aspecto —la pausa no fue sutil, pero Leonardo se concretó a reír entre dientes.
—Así es. No me equivoco con frecuencia.
Clara se sentía ofendida y quería gritar cuando aquellos ojos volvieron a posarse sobre ella.
—En ese caso ambos seremos felices. Hasta el fin de semana entonces, Leo.
El se marchó dirigiendo apenas una inclinación de cabeza a Clara, quien quedó con una sensación de traición y abandono. Recordó lo que dijeron y sin entender por qué, la invadió una repentina desesperación al volverse hacia Leonardo. Requirió de toda su destreza para mantener la voz tranquila.
—¿Qué quiso decir? ¿De qué hablaban?
Leonardo emitió una amplia sonrisa.
—Eso, querida, es una sorpresa que pretendo guardar para más tarde. Sin embargo, amerita un brindis.
Mientras él buscaba un camarero, Clara no pudo evitar mirar a Pablo Roque. Encontró un pesado desprecio en esos increíbles ojos. Era un arma devastadora y algo en su interior gritó. Estaba pasmada, incapaz de apartar la vista. Sólo el orgullo y saber que él no tenía derecho a juzgarla, impidieron que fuera presa del pavor de ese momento. —Querida.
La voz de Leonardo la sobresaltó y rompió ese desagradable contacto. Ella parpadeó y cuando volvió a mirar, Pablo había desaparecido. Giró hacia Leonardo con menos gracia que lo usual y él lo notó de inmediato. —¿Qué sucede?
Ahora Clara enfrentaba los ojos grises sorprendidos y sintió, histérica, que la rodeaban ojos de todas tonalidades. Evocó todo su poder de invención para ocultar la verdad porque, si Leonardo la sabía, cómo se reiría. ¡Cómo disfrutaría él usarlo en contra de ella. Se llevó la mano temblorosa a la sien. —Me siento un poco débil, Leo. ¿Hace calor aquí?
—Un poco, quizá —aceptó él, sin apartar los ojos del pálido rostro.
—Si no tienes inconveniente, creo que saldré un momento, necesito aire fresco.
Ella quiso gritar cuando, como de costumbre, Leonardo deliberó por un segundo o dos antes de acceder.
—Muy bien, querida, pero no tardes mucho. Sabes cómo me disgusta estar separado de ti.
—Resistiendo la tentación de correr como si la persiguieran, Clara escapó. El aire afuera era fresco y la terraza estaba desierta. Eso la complació, porque quería paz y estar sola con su última derrota. El ruido quedó atrás cuando se dirigió a la oscuridad de las sombras en un extremo. Se apoyó en la pared de piedra mientras llenaba sus pulmones de aire perfumado. ¡Qué agradable se sentía!
Una nube pasó sobre la luna, camino al mar. ¡Cómo deseaba que ésta bajara y se la llevara lejos de la vida que llevaba, que le destruía el alma! El cielo era de un azul tan intenso, que le recordó un par de ojos. ¡Oh, Dios! ¡No pienses en eso!, se dijo. No le permitas destrozarte porque él te abandonó. El no era nadie para ti, como tú obviamente no eras nadie para él.
—Yo pensaba que cualquier mujer encontraba degradante ser manoseada en público —una voz ronca surgió de la oscuridad.
Su corazón se encogió al reconocer ese tono despectivo. Cada nervio de su cuerpo estaba tenso cuando se volvió a buscarlo. El rostro de Pablo Roque era una sombra pálida en la oscuridad que los rodeaba. Sentía su desprecio como un fantasma tangible. Aunque resultara extraño, se lo agradeció, pues le recordaba cuáles eran sus compromisos. A pesar de lo que él pensara y lo que eso la hiciera sentir, ella debía ser leal a Leonardo. Y más. No le demostraría la bofetada que significaba su repudio, pues tenía orgullo.
Levantó un poco el mentón.
—Todos tenemos diferentes gustos, señor Roque —¿esa voz tan fría y desdeñosa era realmente la suya?
—Entonces, ¿te agrada ser tratada como una ramera? ¿Saber que Leonardo se divierte al ver que todos los hombres te desean? ¿Ese fue el propósito de aquel pequeño desafío de hace rato? —la repugnancia goteaba de cada horrible palabra.