Red de Mentiras

Capitulo 7

—Conozco mi valor, señor Roque , hasta el último centavo.

El estaba más cerca de lo que Clara imaginó. Atrapó el brazo izquierdo de la chica y lo subió a la altura del rostro.

—¿Y cuántos centavos costó esto, cariño? —preguntó él en tono despectivo, apretándola con los dedos—. ¿Tiffany's?

—Cartier's —respondió impávida. El no tenía derecho a juzgarla. Intentó zafar su brazo, pero él no lo permitió.

—¿Y qué servicio tuviste que hacer para conseguirlo? ¿O debo imaginarlo?

La sangre se le helaba en las venas conforme los insultos se agudizaban. ¿Cómo se atrevía él? Ella no hizo nada que ameritara esta condena. Se desató el odio hacia él y su hipocresía.

—Yo diría que tiene una excelente imaginación, señor Roque , y no puedo impedir que le dé rienda suelta. Ahora le agradeceré que quite la mano de mi brazo —usó su autocontrol para hablar con frialdad.

El la soltó bruscamente, como si el contacto con ella lo profanara.

—¡Cómo has cambiado! —se burló él—. Hace media hora eras toda dócil femineidad y ahora tan dura. Bueno, espero que los diamantes sean una buena retribución por ser la amante de un anciano. Leonardo tiene sesenta años por lo menos. Tú no debes tener más de veintiuno.

Si ella había cambiado, no era más que él, ¡y con mayor razón! Nadie la había insultado así y cada palabra la hería. Lo odiaba por eso.

—Tengo veinticuatro, si es que le importa. ¿Y usted por qué está tan enojado? ¿Tiene envidia, señor Roque? —se mofó con indiferencia.

La carcajada del hombre la hizo desear morir.

—Cariño, no te aceptaría aunque vinieras envuelta para regalo. Nunca tomaría las sobras de Leonardo.

El jadeo de Clara fue audible, la furia la hizo precipitarse.

—Eso no fue lo que usted dijo antes. Entonces tenía un manifiesto interés —le recordó ella desafiante.

—Y tú estuviste tentada —él rió cuando Clara inclinó la cabeza—. No estoy ciego. Tenías mirada radiante y labios trémulos. Casi me engatusabas. Ahora me doy cuenta que sólo eras una hembra depredadora rastreando carne fresca. Por fortuna escapé, ¿pero por qué? ¿Qué te desanimó? ¿Mi atuendo? ¿Recordaste cuánto dinero vale Leonardo? Qué suerte que no sabías quien soy, pues ahora probablemente ya estaría embaucado contigo. Para futura referencia, señorita Moreira, sepa que mi fortuna supera por varios millones de dólares a la de Leonardo. Pudiste encontrar algo bueno, pero lo desperdiciaste.

Clara empezó a temblar con una rabia creciente.

—Entonces me da gusto haberlo hecho, pues Leonardo es infinitamente preferible a un mono vanidoso como usted. Al menos él es generoso. Consigo todo lo que quiero. De hecho, no tengo siquiera que pedirlo. De modo que, aunque usted fuera a pedírmelo, nunca abandonaría a Leo. ¿Me oyó? ¡Nunca!

Hubo un tenso silencio en el que único sonido eran las respiraciones furiosas. Fue Pablo quien lo rompió con una carcajada despectiva.

—Tú y Leonardo son tal para cual. Recordaré eso. Por lo demás, ¡que Dios nos ayude! Leonardo podría disfrutar actuar de William Randolph Hearst, pero en mi libreto, tú no eres Marión Davies. Al menos ella tenía talento.

—Buenas noches, señor Roque. Diría que fue un placer verlo, pero estaría mintiendo.

—¿Otro talento? —se burló él a su vez.

Sin dignarse a contestar, ella se marchó con la cabeza en alto. Pudo sentir la mirada taladrándole la espalda. ¡Qué equivocada estuvo respecto a él! Aquel breve interludio no fue otra cosa que un truco ensayado para conseguir una mujer con quién pasar la noche. ¡Y ella estuvo a punto de morder el anzuelo, porque él era endemoniadamente atractivo! Bueno, ya le había abierto los ojos. Después de eso, no tendría absolutamente nada que ver con el individuo.

Al entrar en el salón, lo expulsó de su mente. Ahora debía encontrar a Leonardo. Se tardó más de lo previsto, gracias a ese hombre, lo cual no le agradaría a Leo. Estaría enojado, pero Clara sobreviviría a ello. Lo encontró en medio de un grupo. Cuando ella se les unió, Leonardo era un encanto. Le tomó la mano para besársela.

—Querida, te extrañé —declaró con suavidad, pero no había indulgencia en el brillo de sus ojos—. ¿Te sientes mejor? —preguntó solícito.

Vaya broma, aun dicho por la furia, declarar que nunca abandonaría a Leonardo. Un solo contacto y ella quería correr en dirección opuesta.

—Mucho mejor. Sabía que el aire me haría bien. ¿Puedo tomar una copa? —la necesitaba con desesperación.

—Por supuesto, cariño. Qué descuido el mío —Leonardo llamó a un camarero.

Clara vio a Pablo Roque entrando de la terraza. El se volvió en dirección a ella y observó que Leonardo la abrazaba. Clara levantó el mentón mientras él le lanzaba una mirada de desprecio antes de marcharse. Estremeciéndose, la joven tuvo que contenerse para no beber de un solo trago la copa que Leonardo le entregaba...



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En el texto hay: familia, romance, engaños.

Editado: 24.12.2025

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