Que te entretuvo tanto, querida? —la voz de Leonardo era engañosamente suave. Rebasaba la media noche e iban en el auto rumbo a casa. Esas horas fueron una prueba para sus nervios, porque era su prioridad no revelar sus sentimientos hacia Leo. Ella sabía que él aún no terminaba. El interrogatorio comenzaría en cuanto estuvieran a solas. Tenía que ser muy precavida.
—No me di cuenta de que me retrasé tanto. Lo siento.
—¿Con quién hablabas? —él la sondeaba de manera tierna, insistente, teniendo su mano en la suya.
Clara procuró que sus nervios no la traicionaran.
—¿Qué te hace pensar que estaba hablando con alguien? —sus celos y su posesividad se mostraban casi siempre después de cada salida y la dejaban sintiéndose enferma, pero ahora había otra amenaza.
Se hizo una pausa.
—Querida, ya te he dicho que no quiero que me mientas. Eres joven y bella, pero hay otras mujeres jóvenes y bellas. Tú no eres indispensable. Si mientes, tienes hasta que lleguemos a casa para cambiar de idea.
Ella trató no demostrar su alarma ante la amenaza. ¿Alguien se lo había dicho? ¿La vio en la terraza con Pablo Roque? No quería aceptar la terrible conversación que tuvieron. Si lo hacía, Leonardo insistiría en saber cada detalle, lo que significaría que se enterara de su encuentro anterior con Pablo. ¿La estaba probando? Lo hizo antes, podía estarla forzando ahora. El adoraba esos juegos mentales. ¿La vio o no?
El automóvil se detuvo lentamente. Leonardo la ayudó a salir y la escoltó hasta la elegante recepción donde una lámpara alumbraba tenuemente. El iba detrás de ella, lo que le recordó que la conversación aún no daba fin. Clara entró en su habitación y encendió la luz. Leonardo la siguió y cerró la puerta. Ella aventó su bolso y el abrigo de pieles sobre la cama. Respiró profundo y lo enfrentó una vez más con la frialdad de que disponía.
—¿Bueno Clara? —él se acercó. Su aspecto era encantador y distinguido, con su saco desabrochado y una bufanda de seda.
—No te he mentido, Leo —dijo con firmeza.
Las manos de Leonardo recorrieron con lentitud los brazos de la joven descansándolas en su cuello. Permaneció así por un instante, dejándola imaginar lo que vendría después; entonces él sonrió.
Sus manos la acercaban.
—Tú eres mía, Clara, recuérdalo.
La besó posesivo. Clara miró hacia la pared sin pestañear, dejándolo hacer lo que quisiera; clavó las uñas en sus palmas. Al fin, la soltó.
—Siempre tan fría, tan sumisa. Darías lo que fuera por tu libertad, ¿o no?
—Tu sabes que sí —ella lo dijo desganada, resistiendo la urgencia de limpiarse la boca.
Leonardo sonrió.
—Qué bueno, porque tengo un trabajo para ti, querida. ¿Recuerdas que dije que algún día podrías pagar tu deuda? Pongámonos cómodos —los dos se sentaron en el pequeño sofá cercano a la chimenea. Leonardo cruzó las piernas—. ¿Qué piensas de nuestro señor Roque?.
Clara no se apresuró a responder. Hizo a un lado el odio que la sacudía, sabiendo que eso no era lo que Leonardo deseaba saber. Debía ser precavida.
—Me pareció…seguro de sí mismo, inteligente.
—Es eso y más. Mucho, mucho más. Pablo Roque, querida, es un hombre con una misión. Es peligroso. El tiene algo que probar. Algo que él cree que obtendrá de mí. Sobra decir que no lo logrará, pero será un espectáculo interesante el verlo frustrado. Estoy esperando que eso suceda.
—Pablo Roque, querida Clara, es director de cine —continuó Leonardo de manera despectiva—. En este momento está comprometido con una película para televisión que trata de una familia que vivía en esta casa. Naturalmente, a él le gustaría mucho utilizar la locación original, y yo… —él se detuvo y ahogó una sonrisa por algún secreto oculto—. No encuentro ninguna causa para que no lo haga. Con condiciones. Estoy seguro de que revisará hasta los áticos y los sótanos. Como decía, es en compensación por darte unos de los papeles estelares.
Clara estuvo a punto de no entender lo que Leonardo decía, ya que lo mencionó tan a la ligera…'.Cuando logró digerirlo, no salía de su asombro.
—¡No puedes hablar en serio!
La joven estaba horrorizada. Su sentido de justicia le hacía repugnante esta situación.
—Pero Leonardo…¡no soy actriz! El participar en la película significaría arruinarla —ella protestó.
—Sabía que podía confiar en ti, querida, estás en la película precisamente para arruinarla —él se frotó las manos con placer—. Aunque Roque sospeche, no podrá negarse.
Clara quedó petrificada por la maldad de su voz, lo cual la enfermaba.
—No lo entiendo —ella sabía que los dos hombres eran enemigos, ¡pero eso era increíble!
—Es muy simple. Quiero que la película fracase. Tú te encargarás de que eso suceda.
Leonardo podía forzarla a muchas cosas, pero ésta no era una de ellas. Dañar a la gente, incluyendo a Pablo Roque, estaba fuera de sus planes...