Lo explicaría, pero no le creerían. Solicitó ver a Leonardo en persona. El viajó desde América sólo para verla. Ante testigos, negó haber realizado tal acuerdo. En ese momento supo que por alguna razón oculta se encontraba atrapada. A solas, él le ofreció una alternativa: libertad si se iba con él, o la prisión. Se anunciaría en la primera página de los periódicos lo cual no sólo afectaría profundamente a su padre, sino que sería inevitable revelar el que Adison no había muerto. No tenía escapatoria. Leonardo le aclaró que no deseaba conocer sus secretos; lo que él deseaba era una acompañante. Si su vida privada significaba tanto, era necesario que aceptara. Desde entonces, Leonardo la manipuló.
La llevó a su mansión llena de antigüedades y de objetos de arte. Ella se convirtió en una de sus posesiones más preciadas, teniendo todas las cosas que una mujer pudiera desear. Del mismo modo en que Leonardo veía una de sus figuras favoritas de jade, así la miraría. Algunas veces hasta la besaba. La gente nunca se daría cuenta, ni le creería que Leonardo nunca intentó estar en su cama.
En cualquier oportunidad, él la presentaba como su acompañante. Clara no sabía por qué el no se acercaba más a ella, pero el no dormir con él, no disminuía su vergüenza ni su humillación. El la usaba a su antojo y lo disfrutaba.
Leonardo estaba convencido de que ella haría todo lo posible por arruinar la película de Pablo Roque.
Clara se levantó y comenzó a quitarse las joyas con movimientos deliberados, dejándolas en la mesita como si fueran perlas de plástico. Soltó su cabello. Mientras lo hacía se miró al espejo y sus ojos permanecieron fijos en la imagen que se reflejó.
Era irónico que ahora debía actuar para protegerse cuando lo evitó durante tantos años.
Pablo Roque llegó solo el domingo en la mañana en un automóvil deportivo negro. Clara lo miraba desde la ventana superior. Vestía informal: pantalones blancos y camisa azul de seda. Era muy atractivo.
El hombre dirigió la mirada hacia la parte superior de la casa mientras cerraba la puerta del automóvil. Clara trató de adivinar lo que pensaba. La casa era impresionante, con influencia gótica. Tenía muchos jardines, canchas de tenis, establos y piscina. Todo arreglado con un gusto que sólo el dinero podía comprar.
Pablo demostró estar más satisfecho que impresionado. Observó la planta principal con meticulosidad; después se volvió hacia los pisos superiores. Antes que la viera, ella se retiró de la ventana.
Clara no tenía tiempo para pensar, ya que vio a Leonardo acercarse a la escalinata y extender su mano a Pablo. No escuchó lo que decían aunque sus gestos eran cordiales. Hipocresía, ya que ellos no eran amigos y nunca lo serían.
Descendió por la escalera ante las miradas de los dos hombres. Con el mentón levantado, la joven se unió a ellos molesta por la mirada insolente de Pablo.
—Clara, querida, ven a recibir a nuestro invitado —Leonardo la apresuró.
Con esa mirada sobre ella, no era fácil poner su brazo en la cintura de Leo, pero lo logró.
—Es un placer volver a verlo, señor Roque —saludó cortés, pero sus ojos la contradecían.
Por un momento pensó que él no estrecharía la mano que ella le ofreció. La pausa fue muy larga y elocuente hasta que por fin él extendió su mano...