—Creo que empiezas a desagradarme, señor Roque.
—¿Empiezo…? —su sonrisa fue seca.
Dada su respuesta, Clara abrió la puerta con fuerza y se introdujo en la habitación.
—Este es el cuarto de descanso.
Pablo la siguió con lentitud.
—No utilizamos esta habitación muy a menudo. Leonardo piensa que tú y los demás pueden usarlo para ensayos y otras cosas.
—Tú serás parte del equipo también, ¿o intentas escaparte cuando puedas?
Ella no le dijo que no esperaba que los demás la recibieran bien. —Naturalmente haré lo que tú sugieres, maestro —respondió con sarcasmo.
Por primera vez, él parecía ver la parte graciosa de todo esto y sonrió de buen humor.
—Sí, esta habitación estará bien —la mirada especulativa se dirigía a su silenciosa figura cerca de la ventana.
—Dime, Clara, ¿has actuado alguna vez?
—Sólo en la escuela.
—¿Eras buena? —Pablo la miraba crítico.
—Siempre terminábamos la función con muchos aplausos lo cual debió ser por el amor de nuestros padres —ella bromeó con naturalidad.
—¿Cuál fue la obra?
La lista abarcaba desde Julieta y Cordelia hasta Lady Macbeth, con algo de Blanche en Un Tranvía Llamado Deseo. Pero no podía decírselo. Su enojo se disipó. No le gustaba mentir.
—Actué en un cuento y en una obra de duendecillos.
—¿Es todo? ¡Dios mío! ¿Qué diablos te hace pensar que puedes actuar? —Pablo explotó.
—Pensé que tú me lo dirías.
—¿Tomaste clases de actuación alguna vez?
—No, lo siento.
—¿Sabes algo en el arte fílmico de cómo seguir instrucciones de directores? —su pregunta era mal intencionada.
—¿Cómo te atreves? —dijo furiosa.
—Tú no serás la primera, cariño —él la miró impasible.
—¡Oh, Dios!, qué terrible opinión tienes de mí.
—Míralo del lado bueno. No importa lo que hagas, las cosas no pueden estar peores.
—¡Eres un hombre sucio y despreciable!
—¿Y tú…? —Pablo se interrumpió haciendo esfuerzos visibles por controlarse.
—Esto no nos lleva a ninguna parte. Continuemos nuestro recorrido —sugirió Clara. No tenía objeto insultarse. Si los dos eran manipulados por Leonardo, lo menos que debían hacer, era comportarse como adultos.
Ella le mostró el resto de la casa casi en absoluto silencio. El no insistió en ver los áticos o el sótano; sin embargo, pidió ver el cuarto de ella y el de Leonardo. Clara se dio cuenta de cómo enarcó las cejas cuando vio que eran cuartos separados.
No fue sino hasta que se acercaron a la escalera que ella habló acerca de un tema que enardecería a Pablo, pero prefería mostrar su ignorancia ante él y no frente a todos.
El se detuvo frente a una pintura especial: una rubia de ojos azules con expresión sensual, sentada en una silla en actitud provocativa. Ella calculaba la fecha del cuadro en la mitad de los veintes por el vestido de ala ancha. Parecía el momento adecuado para hacer la pregunta.
—¿De qué se trata la película?
El se volteó hacia ella mostrando absoluta incredulidad. —¿Qué…? ¿No lo sabes?
Clara sintió que se ruborizaba. Debió habérselo preguntado a Leo, pero no se le ocurrió. No sabía si se lo diría o la mantendría en suspenso.
—Leonardo dijo que se tratará de los últimos dueños de la casa. El movió la cabeza, asombrado.
—¿No has leído el guión? Leonardo insistió en contar con una copia.Yo asumí que por lo menos habrías tratado de leer los sencillos parlamentos de tu papel estelar.
La mano de Clara voló y fue detenida en el aire.
—Eso sería un grave error —Pablo habló con suavidad.
La joven lo miró y no pudo contener un estremecimiento. El se dio cuenta y soltó su mano con una sonrisa burlona antes de volverse hacia el cuadro.
Cuando Pablo empezó a hablar, ella agudizó su atención ya que su voz era baja. El parecía obsesionado con la mujer. ¿Quién era ella?, se preguntó.
—En los años veintes, durante los primeros tiempos de la prohibición, en esta casa hubo un asesinato. Fue uno de los juicios más sonados de la década. Hasta la fecha, nadie está seguro de que la persona castigada, fue la correcta. Las opiniones se dividen. El dueño era un millonario llamado Fabio Maxwell. Vivió aquí con su tercera esposa, Freda, y dos hijas de su matrimonio anterior, Ruth y Ranya. Una mañana, él fue encontrado muerto al pie de la escalera con la cabeza hecha pedazos. Había tres sospechosos: Freda, la más grande de las hermanas, Ruth y un tipo escurridizo llamado Jack Lloyd, el chofer. El asesinato y el juicio ocuparon las primeras planas de los periódicos. Al final, encontraron a Ruth culpable y fue sentenciada.
Parecía indecente hacer la siguiente pregunta, pero ella tenía que hacerla:
—¿Crees que fue condenada por equivocación?
Pablo lanzó un suspiro profundo.
—Si alguien fue culpable, fue Freda. Ella huyó con el dinero de Fabio a Florida, con Jack Lloyd, quien desapareció misteriosamente en un accidente, pescando. Freda quedó así sin testigos que la pudieran acusar. Oportuno, ¿no es cierto?
Clara miró hacia el cuadro al preguntar.
—¿Quién es ella?
—Esa, cariño, es Freda Maxwell.
A pesar de que la joven debió adivinarlo, no parecía que esa mujer estuviera envuelta en uno, o hasta en dos asesinatos.
—Es extraño, pero desde que estoy aquí siento como si su mirada me siguiera por todas partes. Esto hará que la película sea buena, los asesinatos siempre lo logran. ¿Qué hizo que te decidieras por este tema?
—Siempre me ha fascinado. Todos lo han querido llevar a la pantalla, pero el momento no parecía oportuno.
—Debes estar agradecido con Leonardo por permitirte realizar la película en la casa —dijo con tono suave.
—Sí, mucho —comentó él con sarcasmo.
—¿Qué papel tendré en ella?
—¿Cuál crees? —Pablo miró a la joven y después desvió la mirada hacia el cuadro...