El sonido de unas pisadas la hicieron volverse. Vio a Pablo aproximarse. No necesitó él ser un genio para adivinar lo sucedido y el que lo supiera la hizo querer huir. Bajó la mano, tomó su falda y salió corriendo. Pablo la siguió por la escalera y con una mano impidió que Clara cerrara la puerta de su habitación.
Era una lucha desigual. Con un leve empujón la metió dentro de la habitación. Clara le dio la espalda, pero él la volvió y la forzó a permanecer allí, quieta y humillada hasta que con sus dedos, de manera muy gentil le dirigió la cara hacia la luz. Tuvo que tragar saliva para no llorar. Deseó dejar su cabeza sobre los fuertes hombros de Pablo y llorar hasta desahogarse. Todo eso era una locura, ya que se aborrecían mutuamente.
Pablo la soltó y se dirigió al baño. Clara lo oyó moverse y luego regresó con una toalla fría la cual puso en su mejilla.
—¿Pasa esto a menudo? —preguntó molesto.
—Nunca había sucedido. Leonardo no es una persona violenta —comentó temblorosa.
—¿Qué hiciste?
Clara sintió coraje aunque no supo contra quién o contra qué.
—¿Por qué te preocupas? —reprochó fríamente. Logró zafarse de él.
—Ningún hombre tiene derecho de golpear a una mujer y ninguna mujer debe tolerarlo —declaró molesto.
—¿Aún las mujeres en mi situación?
—Ningún hombre que se precie de serlo debe comportarse así, sin importar cuál sea la situación. Tampoco merece protección. Si este comportamiento es habitual, dímelo y yo haré algo al respecto.
—Gracias, pero como ya te dije, esto no había pasado antes y no habrá necesidad de nada.
—Es mejor que te asegures de que nunca vuelva a suceder. Si te sigue golpeando, puede darse el caso de que el maquillaje no pueda cubrir la evidencia. Eso dificultaría la filmación.
—Tranquilízate, Pablo, aprendo rápido y esto no volverá a ocurrir. Tu preciada película está segura. Ahora si no te molesta, te agradeceré que te retires.
—¿Esperas a Leonardo?
—Si mí fuera, es asunto mío —le indicó, haciéndolo apretar los labios.
—Por un momento creí que tal vez necesitabas ayuda, pero me equivoqué. Disculpa la intromisión. Buenas noches, Clara, que tengas felices sueños —Pablo salió de la habitación.
—¡Te odio, Pablo Roque! ¡Te odio! ¿Me oyes? —susurró apretando la toalla entre sus manos.
Clara se metió en la cama y puso su cabeza entre las manos. Tenía que resistir ya que era probable su libertad, a menos de que Leonardo le hiciera una nueva trampa. Aun así, ella necesitaba creerle. Su futuro estaba en juego...