Red de Mentiras

Capitulo 19

Iniciaron el recorrido por el ático. Había luz eléctrica, así que no tuvieron problemas para ver por dónde pisaban. Ahora, sólo eran bodegas; antes fueron las habitaciones de la servidumbre. La sola idea de que un empleado respetable sufriera las inclemencias del tiempo en ese lugar la hicieron estremecerse.

El cuarto era como un tesoro escondido. Había todo tipo de muebles tanto viejos como rotos, equipo de deporte y hasta un piano en un rincón. Clara estaba fascinada y se hubiera sentado feliz a curiosear durante horas.

—No recuerdo que se mencione ninguna escena aquí en el guión —comentó en voz alta desde un escritorio lleno de polvo.

—Me da mucho gusto saber que has estado haciendo tu tarea. No, no la hay —contestó Pablo detrás de un guardarropa—. Aunque no veo la razón para no revisar aquí, nunca se sabe lo que se puede encontrar.

—¿Estás buscando algo en particular? —preguntó la joven pareciendo lo menos curiosa posible.

—No —fue la respuesta distante.

Clara buscó la forma de llegar hasta la parte de atrás.

—Hay algunos cuadros contra la pared. ¿Quién los habrá mandado a poner aquí? —frunció el ceño y levantó parte de una cama de latón.

—¿En dónde? —Pablo ya se encontraba junto a ella—. Déjame ver…

Los marcos estaban cara a cara y Clara les dio la vuelta hacia la luz. Polvorosos, pero sin estar dañados, el cuadro más grande era de un hombre delgado de pie, con una mano sobre el respaldo de una silla de ornato y la otra a medio meter en la bolsa de su chaqueta, atorada por un anillo. El otro cuadro era el de una mujer con un gran parecido a aquel hombre, con la diferencia de que tenía una expresión dulce, de amor a la vida y sentido del humor que reflejaban sus ojos color café.

—Ya se aclaró el misterio —afirmó Pablo, con la mirada puesta en la mujer y eliminando el polvo con un pañuelo—, te presento a Henry Maxwell y a su hija Ruth.

Clara se arrodilló para estudiarlos de cerca. Ella tenía una mirada cálida y dulce expresión en la curva de los labios.

—No lo creo. Esa cara no pudo matar a alguien, menos aún al padre —negó Clara con firmeza.

—Doce personas sinceras y de bien no estarían de acuerdo contigo —comentó Pablo sin dejar de ver su cara y con una sonrisa leve dibujada en los labios.

—Tú tampoco crees que la joven lo hizo —mencionó ella, dejando los cuadros como estaban.

Clara se levantó y se sacudió el polvo de la ropa. Su corazón latía con rapidez. Allí estaba la oportunidad esperada para conseguir la información que Leo deseaba. Pablo estaba a punto de revelársela, si actuaba con inteligencia.

—¿Tienes alguna razón para creer que no lo hizo? —preguntó con cautela.

—No creo que el ser incapaz de probar tu inocencia te haga culpable. Nadie prepara coartadas por si llega a ser acusada de un crimen.

—No, claro que no —aceptó la joven de inmediato—. Debes haber investigado bastante para la película. ¿Llegaste a algo más substancial?

—Creo que sí —comentó Pablo con suavidad.

—Eso suena interesante. ¿Vas a conservar el secreto?

—No para ti que has sido tan útil. Mereces una recompensa. Lo llamaría instinto.

—¡El instinto no es una prueba! —exclamó decepcionada.

—¡Nunca dije que tuviera una prueba! —le recordó el hombre sorprendido.

—No, pero…me temo que supuse que la tenías. Creo que me entusiasmé demasiado.

—Yo sólo bromeaba. Claro que tengo una prueba —sonrió.

—¿No me vas a decir cuál es?

—Aún no lo decido.

—Pero…¿podrías? —miró de soslayo y sintió la posibilidad de una respuesta.

—Lo pensaré —sonrió de nuevo.

—Es egoísta de tu parte. Nunca me tranquilizaré hasta saberlo.

—Se consecuente conmigo. Lo he conservado por largo tiempo, aunque lo voy a sopesar y veré qué tanto vale la pena que te lo diga. ¿Podrás esperar algunas horas?

—¿Unas horas? —Clara abrió grandes los ojos.

—Te diré después de la cena lo que decida. ¿Te parece?

Clara se contuvo para no parecer emocionada.

—Supongo que puedo esperar ese tiempo siempre y cuando valga la pena —refunfuñó.

—Valdrá, te lo prometo. Ahora continuemos con el trabajo. Tú primero.

Descendieron al siguiente piso y empezó el verdadero trabajo. Clara tomó tantas notas, que se le acalambraron los dedos. Pablo sabía con precisión lo que deseaba y al final de la tarde ya había tomado sus decisiones. Al llegar de nuevo al vestíbulo le quitó la libreta.

—Gracias por tu ayuda, Clara. Pediré que mecanografíen esto.

—Fue un placer ayudarte —sonrió.

—Me debo ir pues tengo una cita en diez minutos. Te veré en la cena y no olvides darle las gracias a Leonardo por los planos —mencionó Pablo despidiéndose con un movimiento de mano.

Clara tenía una mirada triunfante. Con honestidad admitió que no fue un trabajo difícil. Casi estaba hecho. Leonardo se sentiría satisfecho o al menos así lo esperaba...



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En el texto hay: familia, romance, engaños.

Editado: 24.12.2025

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