Bajo el manto de la noche, oculto entre las sombras, esperaba a su víctima...
Un hombre de elegantes vestidos, caminaba frotándose las manos heladas por el frío. Se detuvo a la entrada de un callejón para encender un cigarro, cuando un punzante dolor lo hizo caer de rodillas. Las sangre brotando de la reciente apuñalada.
Emergiendo de las sombras, la luz tenue de las farolas iluminó el rostro del atacante, y antes de que la víctima pudiera gritar por ayuda, el enigmático asesino le cortó la garganta.
X X X
El hombre iba y venía, daba vueltas por la oficina pensativo, dándole un vistazo rápido que tenía en su escritorio escuchó unos golpes en la puerta.
—Adelante — dijo él, y vió entrar a una joven de tez algo bronceada. Ella llevaba una falda de color marrón que tenía tenía un parche del mismo tono; lo único formal de su conjunto, era su camisa blanca, porque su saco marrón estaba estaba gastado y también tenía parches en los codos, pero estos no eran del mismo tono que el saco, si no, que eran de color gris.
—Lo siento señorita, pero la oficina está cerrada — dijo él haciendo un gesto para que se fuera.
—No, no es cierto. — Respondió ella —aún faltan cinco minutos.
El hombre miró al reloj confirmando las palabras de la joven.
—¿Qué es lo que busca? — Preguntó él sentándose en la silla, y haciéndole una seña a la muchacha para que tome asiento frente a él.
La chica le sonrió y sacó del bolsillo interno de su saco un papel que el hombre desdobló, y al leerlo miró a la joven con sus penetrantes ojos azules.
—¿Qué es esto? — Preguntó con severidad.
—Mi currículum — le respondió ella.
Él se recostó en la silla suspirando con frustración.
—Esto — dijo tirando el papel sobre el escritorio —parece escrito por un niño de cinco años, y lo que menos parece es un currículum.
—Me disculpo por mi mala caligrafía señor... — Su vista bajó a la placa dorada que estaba en el escritorio —Señor Wilde...
El detective Wilde se inclinó hacia adelante observando a la joven una vez más.
—Preguntaré de nuevo ¿Qué es lo que busca?
—Trabajo — respondió ella.
—Lo hubiera dicho antes en vez de presentarme este... papel... — Haciendo una pausa prosiguió. —Lamentablemente no creo necesitar ningún empleado.
—Le pido que, por favor, considere mis servicios.
—Señorita, dos cosas; la primera es que siempre he trabajado solo para — se inclinó sobre el escritorio y miró a la joven de arriba a bajo —evitar distracciones.
—¿Qué insinúa? Yo no seré ninguna distracción. Prometo enfocarme en lo que respecta mi trabajo.
—Esa es la segunda cosa señorita ¿Cuánto tiempo cree que tardé en convertirme en el detective que soy ahora?
—Mucho tiempo, años de experiencia, y perfeccionamiento.
—Exacto, además de tener los estudios adecuados.
—¿Disculpe? He ido tres años a la escuela de señoritas.
—Pero aún así su caligrafía sigue siendo mala.
Ella bajó la cabeza y dijo.
—Si fuera un hombre no me daría tantas vueltas ¿Verdad?
—Usted no piensa darse por vencida ¿Cierto? — Sonrió sin ganas —cuanta insistencia — se puso de pie y la miró —¿Qué le hace pensar que cambiaré de opinión?
—¿Su oficina tal vez? Su expresión cansada por las largas noches que no ha dormido, su cabello alborotado... Si tuviera un asistente o compañero, el trabajo podría dividirse y se alivianaría.
—¿Así piensa hacer cambiar mi opinión? Porque hasta ahora, sus palabras sólo me han servido para reforzarla.
—Mis disculpas señor Wilde, no quería sonar insolente. Solo intentaba decir que puede trabajar mucho mejor si tuviera un compañero con mis aptitudes.
—¿Y qué tipos de aptitudes posee que puede ayudarme con mi trabajo?
—Soy muy buena dibujando; sé un poco de italiano y escoses, además puedo defenderme sola.
—¿En serio? — Arqueó una ceja.
—Por supuesto, puedo defenderme de hasta los que van armados. — Le mintió.
—Entonces supongo que eso es todo.
—Estoy segura que se sorprendería de mi ingenio, tengo una buena comprensión de lectura.
—¡Oh! Así que sabe leer — dijo con sarcasmo.
—Finjiré que no escuché eso.
El señor Wilde se apoyó en el marco de la ventana.
—Bueno, supongo que lo pensaré — dijo él.
—¡Excelente! Entonces le dejaré mi dirección, así podrá enviarme alguna carta diciéndome su decisión.
Dicho esto, se puso de pie y se dirigió a la puerta.
—¡Espere señorita! — Exclamó el señor Wilde.
—¿Si señor?
—¿Cuál es su nombre?
—Jennifer, Jennifer Angerlock — dedicándole una leve sonrisa, ella se retiró de la oficina del detective Wilde.
Enfrentándose al crudo frío de la noche, Jennifer, caminó hasta su humilde hogar.
Al día siguiente, Jennifer se levantó con el rostro hinchado. Buscó en su armario, y su vista se posó en un vestido de color bordó.
—Jennifer ¿Has visto mi vestido bordó? — Preguntó su hermana Rose buscando intensamente en el armario, hasta que vió a Jennifer posando frente a un pequeño espejo. —¡Jennifer! ¡Ese es mi vestido! — Exclamó enojada.
—Pues cabe recordarte que esta tela iba a ser una sábana para mí. — Respondió Jennifer —Además a mi me queda mejor.
—Jennifer devuélvemelo.
—¡No! — Y salió trotando de la habitación mientras reía.
Ella bajó las escaleras entre risas, a la vez que se refregaba el ojo derecho para quitarse la lagaña.
—Buenos días mamá — la saludó, pero se detuvo en seco al ver la esbelta, y alta figura del señor Wilde. —Señor Wilde, que sorpresa... — dijo algo incrédula.
—Buenos días, señorita Angerlock — saludó Wilde.
—El señor Wilde dijo que estuviste en su oficina anoche — dijo la madre.
—Me gustaría hablar con usted señorita — dijo él.
—Eso será cuando Jennifer se arregle un poco — interrumpió su madre mirando a su hija con firmeza.