A las seis en punto, Jennifer y el detective Wilde ya estaban en una de las oficinas de Scotland Yard. Ella observaba a su mentor mientras este buscaba en los cajones de su escritorio.
—¿Qué busca señor? — Preguntó ella.
—Una libreta.
—¿Lo ayudo?
—No — siguió buscando unos segundos y habló —ya la encontré. Es algo vieja, pero creo que te servirá — y le entregó la libreta.
—Gracias señor Wilde, esta libreta es perfecta.
De repente entró el joven oficial Hammond. Al ver a Jennifer la saludó cortésmente.
—Buenos días señorita — le sonrió, antes de preguntar con tono coqueton —¿Qué es lo que trae a tal belleza a estas oficinas? ¿Cuál es el asunto que no deja dormir plácidamente a tal hermosura?
—Usted es todo un poeta señor — respondió Jennifer algo tímida.
—Por favor, llámame William; William Hammond — y tomando su mano dejó plantado un delicado beso en el dorso.
—Oh, joven William — Jennifer se ruborizó y sonrió sin saber que más decir, hasta que ambos escucharon un fuerte golpe que provino del escritorio del señor Wilde. Él los miró con severidad, especialmente a William, quien tomó distancia de Jennifer intimidado por la mirada del detective.
—Tal vez quieras dejar de galantear, y decirme a qué viniste, William. — Dijo Wilde.
—¿Galantear? Yo no estaba...
—Dime por qué razón estás en mi oficina — dijo con firmeza.
—Vine a preguntarle si quería un café, ya que seremos los únicos hasta dentro de una hora.
—No,no quiero nada.
—¿Ok? — Miró a Jennifer —¿Y usted?
—Bueno yo...
—¡Tampoco! — La interrumpió Wilde — lárgate — le ordenó a William, que se fue a regañadientes.
El detective no dijo nada más, solo miró a Jennifer, y ella sintió un escalofrío correr por su columna.
—Me disculpo señor. — Dijo ella.
—Solo mantente concentrada. — Y sacó un archivo de la cajonera —acércate — ordenó, y Jennifer se sentó frente a él. —Hace unos días se han reportado tres robos en los negocios de mas ingresos de Londres. Aparentemente, uno de los comerciantes vió al delincuente mientras intentaba recomponerse de un golpe...
—Hay que interrogarlo.
—Asì es, y necesito que se concentre bien cuando describa al ladrón. Confío en que sabrá dibujar rostros ¿Verdad?
—Por supuesto señor.
—Bien, tome su abrigo y vamos. — Él se puso el sombrero, pero antes de tomar su abrigo miró a su aprendiz.
—No se preocupe estoy bien — dijo ella.
—¿Segura? — Preguntó él al ver que no tenía ningún vestido que la resguardara del frío.
—Sí.
Ambos salieron de la oficina y empezaron a caminar hacia las calles adineradas de Londres. En el camino, el señor Wilde se encontró con la señora Johnson y su hija Amily.
—Buenos días señor Wilde — saludó la señora ignorando por completo a Jennifer.
—Buenos días señora Johnson, buenos días Amily — dijo él con un gesto de sombrero. Mientras la señora Johnson platicaba un poco con el detective, Amily miraba a Jennifer con soberbia, y le sonreía a Wilde, cada vez que este la miraba.
—Bueno nosotras seguiremos nuestro camino — dijo la señora.
—Que tenga un buen día señora Johnson, tú también Amily.
Ellas siguieron su camino, y cuando ya estuvieron lo suficientemente lejos, Jennifer comentó.
—Esa chica me miró feo.
—Tal vez le llame la atención su ropa, señorita Angerlock...
—¿Usted cree que me veo mal?
—Bueno, yo no diría que mal... Digamos que podría verse mejor...o...arreglarse...
—¿Disculpe?
—No quería ofenderla, yo...yo sólo decía que podría verse mejor.
—Pues yo creo que es mejor dejar el tema ahí.
El detective la miró por encima del hombro, y sin tener el valor de disculparse como correspondía, la ignoró centrándose en el trabajo asignado. Dos cuadras después, entraron a una tienda de ropa de primera mano.
—Buenos días señorita — saludó el señor Wilde a la hija del dueño, antes de preguntar —¿Puedo hablar con su padre?
—¿De parte de quién?
—De parte del detective Mark Wilde — se presentó —y ella es mi aprendiz,la señorita Jennifer Angerlock.
—Un gusto — dijo Jenny.
—El gusto es mío — respondió la chica. —Mi padre está atrás, le diré de su visita.
—Gracias — dijo Wilde.
Mientras esperaban, Jennifer observaba encantada, la ropa expuesta a su alrededor. Su mirada se detuvo en un precioso abrigo de piel forrado con lana de oveja en su interior.
—Jennifer — la llamó el detective.
—Oh, cierto — y lo siguió hasta la oficina del dueño de la tienda.
Cuando entraron el hombre los recibió con una sonrisa.
—Por favor, tomen asiento. — Hizo una pausa y continuó —No sabe lo aliviado que me siento al tenerlo aquí. — Dijo el dueño.
—¿Puede decirme que sucedió la noche del robo?
—Por supuesto... Estaba contando el dinero de la caja, cuando escuché un ruido que venía de mi despacho. Al darme la vuelta para ver que pasaba, un fuerte golpe en la cabeza me hizo perder la conciencia.
—Entiendo, entonces no pudo ver al ladrón.
—Claro que sí señor Wilde. Desperté un par de minutos después tumbado en el piso. Traté de ponerme de pie para detener al ladrón que trataba de entrar a mi despacho. Me lancé hacia él, alejándolo de la puerta, pero me dió un codazo en el estómago, luego volteó tirandome al suelo de nuevo y... — El hombre dejó de hablar y miró por un momento a Wilde con expresión de preocupación.
—¿Vió el rostro del asesino? — Preguntó él.
—La tenue luz de las velas solo me revelaron la mitad de su rostro... Creo que tenía la mandíbula cuadrada,cejas gruesas y... ¡Ah! Tenía el cabello corto,eso es seguro.
Jennifer le dió la libreta con el dibujo del criminal.
—¿Sabe de que color eran sus ojos? — Preguntó Wilde.
—No, lo siento.
—Y dígame ¿Qué pasó después de que lo tirara al piso?
—Me amenazó con una navaja y forzó la cerradura de mí despacho. Le grité, que si quería dinero, allí no encontraría nada, pero solo se limito a mirarme y siguió revolviendo los cajones.