El estómago de William gruñía, llamando la atención de Jennifer, y haciéndolo ruborizar.
—Disculpe, generalmente almuerzo en este horario — dijo él.
—Entonces ¿Por qué aceptó llevarme? Hubiera priorizado su almuerzo, antes que acatar la orden del señor Wilde.
William no respondió. Ambos continuaron su camino hacia la villa en silencio... A veces se cruzaban con los carros de las damas, y caballeros de la élite, entonces William los saludaba, con una sonrisa cortés.
—¿Vió al anciano de elegantes vestidos que pasó?
—Sí ¿Qué sucede con él? — Preguntó Jennifer.
—Fue un detective privado. Obviamente se retiró hace mucho tiempo.
—¿Dónde ejercía?
—Creo que en Kessington, o tal vez en Chelse... No estoy muy seguro.
—¿Y qué hace un hombre como él en la bulliciosa ciudad de Londres?
—Dicen que después de la tragedia se mudó aquí, pero nadie sabe exactamente el lugar.
De repente un gruñido llamó la atención de ambos.
—¿Ese fue su estómago? — Preguntó ella.
—Sí...muero de hambre — murmuró —si me desmayo, estimuleme con sus labios. — Dijo para luego darle una sonrisa pícara.
—Es usted un atrevido — replicó.
—Creí escuchar de usted, que yo era todo un poeta — dijo entre risas.
—Solo concéntrese en el camino, por favor.
William siguió riendo. Cuando llegaron a la casa, Jennifer le propuso a William que se quedara a almorzar,a lo que él aceptó rápidamente. La señora Roberts los recibió, y a paso apresurado, se fue a la cocina.
—La comida ya debe estar casi lista, así que tomemos asiento en el comedor — le dijo Jennifer a William, y empezó a caminar hacia el comedor, pero se detuvo en seco cuando vió a un hombre sentado a la mesa —¿Usted quién es?
—No sabía que Mark se había vuelto a casar — dijo el desconocido.
—No, no, no... No soy su esposa, soy su aprendiz.
—¡Aprendiz! Recuerdo que Mark también tenía uno. Soy George Wilde — dijo estrechando la mano de Jennifer. —Supongo que él le habrá hablado de mí.
—Sí, claro. Me habló mucho sobre usted — respondió ella automáticamente.
—¿Y quién es el caballero que la acompaña? — Preguntó extendiendo su mano a William.
—Soy el oficial William Hammond — y estrechó su mano.
La señora Roberts entró al comedor con tres platos de sopa de verduras. Jennifer, William, y George se sentaron a comer mientras tenían una animada charla. Tiempo después, William se retiró para volver a su trabajo en Scotland Yard. El silencio invadió el comedor tras su partida. La charla animada, había llegado a su fin ya no tenían nada más de que hablar.
Mientras tanto el detective Wilde, investigaba otro caso de robo producido cerca de un banco.
—Por favor señora, tranquilecese y dígame lo que sucedió ¿Sí?
—Él me robó, se llevó todo el dinero que retiré del banco ¡Todo! ¡Se lo llevó todo! — Decía ella tratando de controlar su histeria y llanto.
—¿A qué hora fue?
—Fue hace 12 horas — respondió el hijo de la mujer.
—¿Sucedió hace 12 horas, y no se ha podido tranquilizar?
—Estaba tranquila hasta que le pareció ver al ladrón en un carro — explicó el hijo.
—¿Hacia dónde se dirigía?
El hijo miró a su madre.
—Madre, madre... — le murmuró.
—¿Qué? — Preguntó ella entre sollozos.
—El detective Wilde te quiere hacer una pregunta...
—¿Hacia dónde se dirigía el carro? — Volvió a preguntar el detective.
—No estoy segura, lo perdí de vista cuando dobló la esquina.
—¿Y vió su rostro? ¿Cómo era la persona que le robó?
—Solo pude ver sus ojos; eran color verde, un verde intenso... Imposible no olvidarlos. Tenía una mirada llena de odio y venganza — la voz de la mujer se quebró y volvió a llorar.
—No se preocupe señora, encontraré al responsable de esto, y me aseguraré de que se pudra en la cárcel.
Wilde caminó en la dirección que la mujer vió pasar el carro con el ladrón, dobló la esquina,y un par de cuadras después, se topó con dos calles; una de ellas estaba cortada por una gran feria, y la otra se dirigía a la calle que corría al lado del río Támesis.
—No tardaré en encontrar tu ubicación, maldito — murmuró Wilde.
Antes de regresar a la oficina, decidió pasar por la feria.
—¡Hey, señor, acérquese! — Lo llamó un infante —¡Gaste su dinero en nuestro puesto!
—¿Y qué cosas tiene su puesto en las que podría gastar mi dinero? — Preguntó él acercándose.
—Caray, es un detective — murmuró la pequeña vendedora.
—Debe tener muchas libras — dijo un niño del puesto.
—¿De dónde son pequeños? — Preguntó Wilde.
—Somos del orfanato Raymund Short.
—¿Y qué es lo que venden?
—Cintas para el cabello, bufandas... — la niña fue interrumpida por su compañero.
—¡Y huevos!
Wilde no tenía planeado comprar nada, pero le dió lastima los dos infantes, así que decidió comprar un poco de todo. Al terminar su horario laboral, el detective volvió a la villa.
—Señor Wilde, buenas noches — lo saludó la señora Roberts. —Tiene visitas...
—¿Visitas?
—Sí, lo esperan en la sala.
—Bueno, entonces será mejor no hacerlos esperar... A propósito, le traje un obsequio — dijo entregándole una bufanda.
—Oh, señor Wilde... No se hubiera molestado...
—No es ninguna molestia, acepte el regalo, y entreguéle esto a la señorita Angerlock... Hablando de ella ¿Dónde está?
—Se encuentra en el comedor, con su primo.
—¿Cómo? ¿George está aquí?
—Él es su visita, señor.
Wilde se quitó el abrigo y el sombrero, antes de dirigirse al comedor. Al entrar encontró a Jennifer, y a George riendo alegremente.
—¿George? — habló Wilde.
—¡Mark! Qué alegría verte — dijo su primo.
Wilde se dirigió a Jennifer.
—Señorita Angerlock, hay algo en la cocina que debe ver.
—Por supuesto — respondió ella —espero verlo pronto señor George.
—Si se nos da la oportunidad... — dijo George.