Red De Misterio

CAPÍTULO V

Agotado por el trayecto, y con la sangre saliendo de su herida, Wilde se tambaleó hacia adelante.

—Señor Wilde ¿Se encuentra bien? — Vaciló Jennifer mientras el rubor se apoderaba de sus mejillas.

—Sí, estoy bien — murmuró él con la frente apoyada en el hombro de la chica.

—Está jadeando mucho... — hizo una pequeña pausa —Dejeme ver su herida.

—Estoy bien... En serio — le aseguró mientras se apartaba.

Jennifer quedó horrorizada al ver la mancha de sangre en la camisa blanca del detective.

—¡Usted no está bien! ¡No está nada bien!

—Cuando lleguemos a la oficina me encargaré de la herida — dijo tratando de ponerse de pie.

—No llegará a la oficina; se desmallará en el camino. Necesita un médico.

—No quiere que camine a Scotland Yard, pero quiere que camine a un hospital... Que lista — dijo con sarcasmo.

—Deje de bromear y desvístase — le ordenó ella.

—¿Disculpe? — preguntó él un poco confundido.

—Haga lo que le digo — respondió buscando entre algunas botellas de licor que había en un modular.

—¿Qué es lo que planea ahora? — dijo desabotonandose la camisa.

—Espere aquí. Ya regreso.

Ella salió del estudio, y regresó tiempo después con una sábana blanca.

—Muy bien... — suspiró ella arrodillándose frente a él —¿Por qué no se ha quitado la camisa? Deje de ser tan terco ¡Quítesela! — Le ordenó, y tomó una botella de whisky, antes de desgarrar la sábana y empapar la tela con el licor. —Esto le va a arder — y apoyó el paño sobre la herida.

Wilde apretó los dientes tratando de ocultar el dolor que sentía. Ella presionaba la herida e iba cambiando los trozos de tela. Poco a poco, el sangrado comenzó a detenerse.

—Listo, ahora lo vendaré. Sostenga el paño sobre la la herida, por favor.

Jennifer desgarró el resto de la sábana en tiras, luego le ordenó que levantara los brazos, y empezó a vendarlo. Wilde, observaba la destreza con la que era vendado. Trataba de mantener su mirada en las manos de la joven, pero sus ojos eran atraídos por la pequeña cintura de Jennifer. En cambio, ella trataba de centrarse en el vendaje, e ignorar el abdomen plano, y los hombros anchos del detective. Sin notarlo, el rubor se había apoderado nuevamente de sus mejillas.

—¿Puedo preguntar algo? — Habló Wilde para aliviar la tensión.

—Sí, por supuesto...

—¿Por qué quiere ser detective?

—Es un poco tarde para esa pregunta ¿No cree? — dijo con una pequeña sonrisa.

—No utilice mis propias palabras en mi contra.

Jennifer río un poco y respondió.

—Desde que era niña las supersticiones, y el misterio llamaban mi atención. Todos los días, le pedía a mi madre que me leyera los artículos de asesinatos que aparecían en los diarios.

—Es un gusto bastante peculiar para una dama ¿No lo crees?

—Lo sé, a veces me sentía algo rara por eso, pero no puedo evitarlo... Me gusta — dijo con una sonrisa.

—¿Sabes? Me recuerdas a alguien que conocí hace mucho tiempo; tenía la misma pasión que usted...

—¿Y qué pasó?

—Se convirtió en detective, uno de los mejores...

Ella terminó de vendarlo.

—Listo, ahora déjeme ayudarlo a pararse — y le ofreció la mano.

Wilde sonrió un poco y tomó la mano de Jennifer. Una vez de pie, tomaron el abrigo que estaba en el marco de la ventana, y emprendieron su camino hacia Scotland Yard, donde subieron a un carruaje que los llevaría directo a la villa.

—La señora Roberts debe estar durmiendo — dijo Wilde cuando ya estaban en la puerta de la casa.

El detective sacó la llave de su casa del bolsillo, y abrió la puerta.

—Las damas primero — dijo él. 15 minutos después, cada uno dormía en su habitación.

Durante la noche el viento frío entraba por la ventana. Un suave sollozo despertó a Jennifer,quien se quedó estupefacta al ver flotar un pequeño vestido rosado. Poco a poco, alumbrada por la luz de la luna, se iba formando una delicada silueta, que se materializó por completo luego de unos segundos.

—¿Una niña? — se preguntó Jennifer. —Oye pequeña ¿Cómo entraste aquí?

Ella no obtuvo respuesta, así que decidió acercarse.

—Hey ¿Estás bien? — dijo poniendo una mano sobre el hombro de la pequeña.

—Emily... Vámonos... — Se escuchó que decía una voz masculina desde la planta baja de la casa.

La niña, ignorando por completo la presencia de Jennifer, salió corriendo de la habitación, para ser recibida con el cálido abrazo del detective Wilde, antes de que subieran a un carruaje. Jennifer salió de la casa corriendo hacia ellos, pero un muro invisible detuvo su paso.

—¡Señor Wilde! — Gritó sin ser oída.

Unas tenebrosas manos manchadas de sangre, aparecieron a sus espaldas, la tomaron por los hombros, y se la llevaron dentro de las sombras de la casa. Ella gritó de miedo cuando de repente, el escenario cambió... Estaba la calle que corría junto al río Támesis, y justo por ese camino de adoquines, andaba el carruaje mas elegante que había visto. Sus ojos brillaron de admiración, pero su corazón sentía un odio desconocido. Todo iba normal, hasta que se escuchó un disparo que asustó a los caballos. La víctima del disparo fue el cochero, pero la víctima de la caída de aquel carruaje, fue la pequeña niña, Emily. Su cuerpo se hundió dejando un rastro de sangre en el agua... Y la causante de todo eso fue... Jennifer.

Despertó empapada en sudor, y se fue directo a la ventana. Esta estaba cerrada, y no había nadie en el jardín, pero por alguna razón se sentía observada. Jennifer abrió la ventana, con la esperanza de que el aire fresco la tranquilizara... La brisa acarició el cabello de la joven, y voló algunos papeles sueltos que estaban apilados en un escritorio.

—Rayos — dijo, y se agachó para recogerlos.

Mientras juntaba los papeles, uno se deslizó por debajo del armario;al meter la mano para tomarlo, sacó de allí un dibujo.

—¿Qué es esto? — murmuró antes de que la sangre se le helara al leer el nombre —Emily...




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