Red: Él

Capítulo 3.

De tu vieja canción favorita

Tenía un grupo de amigos genial, una novia increíble y no solo por lo linda que era, sino porque su forma de ser era increíble, me uní al equipo oficial de basquetbol de la preparatoria, mis notas estaban bien, me iba bien y aun así tenía esa jodida sensación de cuando recibes un regalo de cumpleaños que tanto ansiabas, pero por la razón que sea dejaba de ser tan anhelado.

Mi madre había fallecido hace dos años de cáncer de estómago, mi padre se volvió a enamorar de otra persona y seguro querría proponerle matrimonio pronto mientras nuestra relación era un terrible torbellino de vergüenza, culpa, enojo y arrepentimiento constante. Luego estaba Allena, la chica de la que caí flechado sin remedio tan pronto como la conocí cuando puse un pie en esa escuela y la misma que me envió al diablo sin una explicación, lo que me dejó sin dormir varias noches durante el verano pasado.

—Oye, Eliam. —Marcus se acercó con el balón hacia mí—. ¿Estarás todo el rato allí?

—Lo siento, he estado distraído últimamente.

—Sí, desde que inició el semestre hace un mes —se burló amenazándome con el balón—. ¿Melanie y tú tienen problemas? Si necesitas un consejo…

—Gracias, amigo, pero estamos bien. —Encogí mis hombros desganado y luego le arrebaté el balón—. ¿Haremos esto o qué?

Marcus se rio cuando me vio alejarme rápido de él con el balón. Continuamos con la práctica el rato que faltaba y luego iríamos a casa ya que era tarde, pero recibí un mensaje de mi padre “el director” para que lo esperase en su oficina y así poder irnos juntos.

Para escabullirme tuve que mentirle a Marcus y luego insistirle que no tenía que esperarme para irse; entré a la oficina de la dirección y me senté en los asientos de espera afuera de la oficina del gran director de esta prestigiosa institución «nótese el sarcasmo, por favor». Vi a mi padre salir un momento por unos documentos que estaban en el cubículo de la secretaria académica, cuando me vio de regreso me hizo señas para que pasara.

—Solo dame unos minutos más y nos vamos, ¿de acuerdo?

Él estaba muy concentrado revisando su documentación que no me dijo nada cuando yo no respondí. No era sorpresa su actitud ya que desde que lo conozco siempre había puesto más atención a su trabajo que a su propia familia, por eso mamá tuvo que lidiar con su enfermedad prácticamente sola ya que ni siquiera yo pude estar con ella por ser enviado a una escuela privada y así mi padre no tuviera que lidiar con un adolescente.

— ¿Recuerdas el restaurante al que íbamos mucho cuando eras niño?

— ¿Sigue abierto? —Expresé sorprendido y él se rio asintiéndome—. ¡Genial! Hay que ir.

—Sabía que dirías eso, era tu favorito, pero espero que no te moleste que haya invitado a Blanca… —Alzó su vista expectante a mi respuesta.

—Creo que se me quitó el hambre, iré a casa y si me regresa, pediré una pizza o algo. —Me levanté tomando mi mochila y escuchando el resoplo de mi padre—. Si no, me dejaré morir de hambre y quizá eso te haga la vida más sencilla.

— ¡Eliam!

Su voz me detuvo dejando la puerta semiabierta. Cuando volteé a verlo, él también estaba de pie, me miraba fijo queriendo contenerse para que sus regaños no se escucharan hasta el piso de abajo, luego sobó su frente y salió de su escritorio.

—Las cosas son difíciles, pero lo estoy intentando por ti. ¿Por qué no puedes hacer lo mismo por mí?

Él hablaba de lo difícil que era la vida, pero cada vez que lo hacía solo escuchaba sus interminables excusas para justificarse a él y lo mucho que sufría.

— ¿De verdad lo estás intentando? No se siente así —protesté enfadado—. Me pides que lo intente, pero lo que me pides es que finja contigo a ser la familia feliz con una mujer que no es mi madre y ¡por la cual dejaste que muriera sola!

—Tu madre estaba en fase terminal, no podíamos hacer nada —admitió con sus ojos llorosos—. ¿Crees que no me dolió su muerte? ¡Claro que sí! Aunque ahora te cueste creerlo, amé a tu madre.

— ¿No podíamos hacer nada? —Reclamé dándole un empujón para apartarlo de mí—. Si sabías que moriría, ¿por qué no me dejaste estar con ella en sus últimos días? Dijiste que la amabas y aun así la abandonaste como hiciste conmigo en esa escuela, ¿entonces esa es tu forma de amar, papá?

El sonido del picaporte siendo soltado por alguna mano detrás de mí se escuchó de pronto, no le hubiera tomado importancia si no fuera por la expresión pálida que hizo mi padre hacia quien hubiera entrado. Volteé y la vi ahí de pie igual de pálida que él.

—Disculpe, director —su voz se oía temblorosa—. Su secretaria dijo que podía pasar, no sabía que estaba ocupado… disculpe, volveré mañana.

Allena había oído la conversación entre mi padre y yo, no sabía qué tanto, pero sí que la escuchó y que debido a eso no pudo dejar de verme nerviosa mientras se disculpaba con el director antes de salir apurada de la dirección.

—No puede ser —mascullé jalando mi chamarra del asiento.

Abrí la puerta para ir detrás de Allena cuando mi padre me llamó alterado para que siguiéramos hablando, pero yo ya estaba harto de eso y ahora Allena lo sabía.

—Debo hablar con Allena.

Salí corriendo para alcanzarla y por suerte la encontré bajando el último escalón del edificio; la tomé del brazo antes de que se marchara al verme y me paré delante de ella.

—Allena…

— ¡¿Tu padre es el director?! —Cuestionó frunciendo su frente—. Ahora lo entiendo todo, por eso sus castigos del semestre pasado no fueron tan malos… no eras el lamebotas del director, ¡sino su hijo! —expresó molesta.

—Es algo difícil de explicar, ¿sí? —La miré serio.

— ¿Qué cosa? ¿Qué mami y papi se conocieron, se enamoraron y te tuvieron? La verdad no es difícil, Eliam, está claro.

— ¿Podemos hablarlo en otro lugar?

— ¿Hablar qué? No tenemos nada de qué hablar y si lo que te preocupa es que divulgue tu secreto, tranquilo —dijo irritada con su tono de voz áspero—. Tengo cosas más importantes de que preocuparme que tus asuntos, Eliam Montgomery.




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