Red: Él

Capítulo 11.

Perderla fue azul, como nunca lo hubiera sabido

Carraspeó y volteó su rostro antes de apartarse.

—Pensé que te habrías ido —admitió seria—. Eliam, tengo cosas que hacer muy importantes y las cancelé para avanzar lo más posible del proyecto.

Me sentí un asco.

Yo lidiaba con una crisis existencial patética sin fundamentos mientras ella trabajaba duro y luego quería venir a evitar que se fuera «con justa razón», estuve a punto de besarla y lo peor es que quizá ella tenía cosas más importantes que hacer con alguien más importante para ella que yo.

—Me sentí un poco mal, creo que me cayó mal el sándwich —mentí fatal, pero no había de otra—. Lo siento, no me volveré a ir y para compensarte…

Quería dejar de sentirme así por ella, quería que esa sensación rara en mí se fuera…

—Lo que no terminemos hoy, lo terminaré yo para que tú ya no tengas que malgastar tu valioso tiempo con este estúpido sujeto. —Me señalé y sonreí jocoso.

… pero era tarde, muy tarde, había vuelto a caer por ella…

—Y te prometo que sacaremos la mejor nota de toda la jodida clase. —Extendí mis brazos y guiñé un ojo.

… aunque la verdad era que, jamás me había levantado de ella, fingí hacerlo y me lo creí hasta que el teatro se me vino abajo y vi la verdad ante mis ojos, la vi a ella frente a mí todo ese tiempo.

Pero ¿cómo recuperabas algo que nunca fue tuyo?, ¿cómo reparabas algo que no sabías ni cómo rompiste?

¿Cómo volvía a conocer a Allena si quizá nunca lo hice? Y, ¿cómo hacía para importarle de nuevo si nunca le importé?

— ¿Por qué me ves así? —Cuestionó con su ceño fruncido, muy a la defensiva—. ¿Tengo algo en la cara?

Fue ahí cuando lo supe, quería conocerla como la primera vez, olvidando el pasado y sin pensar en el futuro, solo en el ahora conmigo y ella.

— ¿Además de esa cara? No lo sé… ¿esa es una arruga?

Me dio un manotazo en mi dedo cuando quise tocar su frente y me reí fuerte, porque verla enfadada tratando de lucir como una lúgubre villana de película cuando en realidad era tan encantadora y buena, me daba risa, pero también mucha curiosidad.

—Deja de reírte —ordenó cruzándose de brazos—. Si sigues, tendrás mucho trabajo más que hacer.

— ¿Eso significa que te quedarás conmigo? —Quise verme relajado, pero por dentro moría porque dijera que sí.

— ¿Prometes que no habrá más distracciones de tu parte?

—Te lo prometo. —Alcé mi mano junto a mi cabeza y sonreí—. Soy completamente tuyo por hoy…

… y por siempre, mi señorita americana.

—Ya deja de actuar así. —Reviró sus ojos y se dio vuelta—. Estás dándome escalofríos.

Me reí un poco más al disfrutar el momento.

Continuamos investigando y haciendo anotaciones, luego empezamos desarrollar mejor la idea del proyecto para que después pudiéramos realizar la presentación en una de las computadoras de la biblioteca, pero el tiempo se fue volando y no nos dimos cuenta de él.

Sentí el cuello adolorido y la cara aplastada, además mi brazo estaba cansado; abrí mis ojos y me di cuenta de que me había quedado dormido en la mesa. En el primer instante pensé en lo mucho que Allena se molestaría por dejarla trabajar sola, pero luego la vi frente a mí con su rostro acostado sobre las páginas de un libro puesto en la mesa y mi respiración se entrecortó al verla dormir.

Incluso dormida era hermosa. ¿Cómo alguien podría solo estar dormida y verse tan jodidamente perfecta?

Mi mano temblaba cuando se acercó a su rostro para librarlo de un mechón de cabello, no quería despertarla, pero moría por dentro de tan solo verla así. De nuevo estaba teniendo estos pensamientos sobre ella y yo, pudiendo tocarla, pudiendo besarla y que estuviera en mis brazos.

Respiraba tan tranquila que parecía que dormía profundamente, tanto que pensé que si la besaba no iba a darse cuenta, pero esa idea me hizo sentir sucio así que retraje mi mano y me quedé sentado viendo hacia sus zapatos. Su calzado llamó mi atención, luego noté que ya no usaba medias negras de estampados, sino calcetines que llegaban un poco arriba de su rodilla y eran del mismo color de su falda, la cual ya no era pegada, pero sí corta y se estaba levantando por la ventila del aire acondicionado.

Pude oír el trago duro de saliva que di cuando vi sus… ¡Soy un pervertido!

En realidad, no tenía pensamientos lujuriosos ni mucho menos lascivos porque pensar en ella de ese modo me hacía sentir sucio, indecente y culpable; no sabía qué tipo de pensamientos eran, iban mucho más allá de un mero y fugaz deseo sexual.

Quité mi saco de la silla y se lo extendí en las piernas para cubrirlas del frío, pero quizá también de mí porque aunque no tuviera ese tipo de intenciones, con ella tan perfecta junto a mí luciendo así… cualquiera se hacía débil.

— ¿Eliam? —Balbuceó adormilada mientras levantaba su cara—. ¿Qué estás…?

Me quedó viendo un segundo a los ojos y luego bajó su mirada a mis manos, que para mi mala suerte, estaban todavía en sus muslos.

—No es lo que crees —dije nervioso.

—Estás tocando mis piernas…

—Muslos, en realidad —corregí por inercia, pero solo lo empeoré.

— ¡Deja de tocarlos!

— ¡Lo siento! Creí que tendrías frío y… —Me alejé rápido y me callé, no quise decirle que la veía dormir mientras su falda se levantaba—. Juro que no es lo que crees.

Me sentía tan avergonzado por ver hasta donde me llevaron mis pensamientos.

—Quita esa cara. —Recogió el saco que tiré por accidente y me lo dio—. Te creo que no eres un pervertido, aunque tu broma de llevarme al baño contigo…

— ¿Aún recuerdas eso? —Sonreí sin querer al mirarla, ahí vi que no estaba molesta—. Fueron buenos tiempos.

—No sé si diría buenos… —Frunció su boca y se rio—. Me tiraste un batido.

—Me arrojaste pulpa de zanahoria.

—Ataste mi tobillo al tuyo y luego me tiraste.

—Me anotaste para ayudar al evento sin decirme.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.