Extrañarla era gris oscuro, completamente solo
Apenas eran las diez de la noche y estábamos en el piso junto a un librero.
—Así que si tienes un lío más, ¿irás al internado militar y además, tu padre se casará con la madrastra malvada? —Fue sarcástica, pero comprensiva en cierto modo.
— ¿Demasiado drama para nada?
Allena era demasiado madura y astuta, seguro pensaba que era un niñito llorón.
—No. —Me miró y recargó su cabeza en sus rodillas dobladas delante suyo—. Pero…
Esperé que hablase, pero se quedó callada y yo no quise exigirle su respuesta así que ambos nos mantuvimos en silencio un rato más.
— ¿Tienes frío? Te traeré mi saco.
Me levanté rápido para ir por él, pero escuché su pequeña risa y al voltear me encontré sus ojos marrones brillosos puestos en mí.
—Yo también tengo uno.
Pero por supuesto que también tenía uno, que tonto fui. Se lo di y fui a caminar a solas un rato por los pasillos de la biblioteca, quería distraerme un poco de todo lo que había hecho mal el día de hoy y para terminar de empeorarlo, recién me acordaba que ya tenía una novia a la cual le debía explicaciones por quedarme en la noche con otra chica.
No quería abrir sus mensajes, me sentía una horrible persona y me sentiría peor por herir sus sentimientos cuando terminase con ella en la mañana. Apagué el celular y me quedé recargado en una mesa junto a la ventana para ver la lluvia que caía con más fuerza, solo esperaba que no hubiera un apagón por la tormenta, pero por supuesto que hablar antes de tiempo siempre traía mala suerte.
La tormenta empeoró y con eso se fue la luz, seguro el rayo que cayó ocasionó que algún fusible se quemara; no me alarmé y permanecí en mi lugar viendo el cielo iluminarse por los relámpagos. Oí los pasos apresurados de Allena viniendo del pasillo donde la dejé, luego se detuvieron cuando se alumbró el pasillo y retumbaron los cristales por el rayo.
Me perdí en el momento, en el sonido de la lluvia y en lo que fuera que me estuviera sosteniendo en ese instante en que sentía que la gravedad se perdió y el tiempo se paró. La vi de pie a unos metros de mí, pero de pronto la distancia se fue acortando cuando me vi yendo hacia ella sin pensar por qué lo hacía y luego la tuve frente a mí con su rostro iluminándose por momentos gracias a la luz de los relámpagos.
—Como no volvías, pensé que te había caído un rayo —bromeó sarcástica—, pero veo que sigues vivo.
—Allena, ¿por qué no…? —Me detuve en seco, sentí que mi corazón sufrió una punzada cuando me di cuenta de lo que iba a preguntar.
— ¿Por qué no qué?
Quería preguntarle el por qué no volvió a la cita aquel día y por qué nunca respondió, pero no era el momento, debía hacer las cosas bien al menos una vez en mis dieciocho años.
— ¿Por qué no querías inscribirte al concurso? Dices que tienes cosas muy importantes, pero quizá… yo pueda ayudarte con ellas —vacilé inquieto porque temía arruinar el momento—, si quieres.
— ¿Era eso? —Me vio incrédula, pero no insistió—. Bueno, tengo un empleo de medio tiempo por las tardes y a veces hago horas extras… —Frunció su boca melancólica y encogió sus hombros—. Una actividad extraescolar no me ayuda a pagar las cuentas de la casa.
—Carajo —murmuré queriendo darme un golpe en la cara—. Perdona, Allena, no era mi intención…
—Descuida, no lo sabías, nadie en realidad, así que no te culpes.
Me sonrió, pero esa sonrisa me dolió demasiado. Ella no quería hacerme sentir mal por algo que sí era culpa mía, aun cuando no supiera de su empleo no debí inscribirla sin su permiso.
—Hablé con Sweeney, retirará mi solicitud.
—Lo siento mucho, pienso que eres muy talentosa y que debe gustarte mucho.
—Pues a menos que el premio del concurso fuera un cheque con varios ceros… —bromeó tratando de reírse—. Desde niña siempre me ha gustado pintar, mi… —hizo una pausa y su semblante se apagó de nuevo—. Mi papá solía comprar pequeños lienzos para que pintara y mi hermano siempre me molestaba diciendo que parecían aliens.
Estaba sonriendo de una forma tan distinta a como la había visto hacerlo antes, parecía más sincera y también más triste. No sabía que tuviera un hermano, aunque tampoco es que ella fuera de las personas que hablaran mucho y menos de su familia, lo que me hizo creer que algo muy triste habría pasado para que ella los recordara así y quizá se relacionaba con ese cambio de actitud que mencionó Dorian.
— ¿Hermano mayor o menor? —No quise sonar entrometido, pero tampoco que no me importara.
—Mayor.
Estaba recargada en el cristal junto a mí, muy cerca de mí, pero por su voz parecía cansada y pensé que quizá tendría sueño, pues si tomaba horas extras en su empleo…
— ¿Quieres descansar?
—No soy una anciana, Eliam —protestó en un tono falso de indignada—. Puedo resistir sin dormir.
— ¿Quieres hacer una apuesta? —Insinué burlón conteniendo mi emoción—. Si gano… audicionarás para un papel protagónico en la obra.
— ¿Qué? Debes bromear —alegó energética—, no haré eso.
— ¿Gallina?
—No —dijo seria y empecé a cacarear—, no hagas eso… Eliam… ¡Bien!
Extendí mi mano para cerrar el trato y ella la estrechó fuerte, pero se acercó un poco.
—Pero si gano… tú audicionarás.
—Es una apuesta, señorita americana.
No pude creer que de verdad la haya vuelto a llamar así después de todo ese tiempo. ¿Iba a golpearme? ¿O a insultarme?
—Vas a perder, chico de Londres.
Sin palabras fue como me dejó antes de deslizar su mano rápido de la mía e irse brincoteando como niña de cinco años.
— ¿Qué tenemos? ¿Cinco años? —Le dije en alto—. ¿Por qué sales brincando así?
Fui detrás de ella corriendo.
La lluvia había disminuido, pero la energía eléctrica seguía sin volver y a nosotros nos importó muy poco. Allena se había quitado los zapatos y cuando la vi me reí, luego me lanzó uno y salió corriendo; habíamos estado jugando, riendo fuerte y cantando las canciones del celular de Allena antes de que este muriera por la batería.
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Editado: 09.03.2025