Cuando todavía lo veo todo en mi cabeza
Había vuelto a casa luego de un caótico fin de jornada laboral. Esperaba algún reclamo de mi padre, pero gracias al cielo me recibió Blanca porque mi padre estaba en su estudio atendiendo una llamada.
Al día siguiente me levanté tarde y me preocupé por no llegar a clase hasta que recordé la suspensión por una reunión de academia que habría en nuestro plantel. Bajé a la cocina para hacerme algo de desayunar, pero antes de bajar el cereal tocaron el timbre y al asomarme vi a Blanca esperando.
—Espero no haberte despertado —dijo burlona viéndome en pijama—. Olvidé unas cosas en el estudio y tu padre me dijo que estarías aquí.
—Ah, pasa. —Le extendí la mano dándole paso—. Iré a la cocina, ¿quieres algo?
Estaba sirviendo un poco de jugo para Blanca cuando oí el timbre de nuevo, al asomarme vi a una chica vestida con medias y botas de combate, algo muy típico de Allena… ¡Allena estaba en mi casa!
Salí corriendo a cambiarme para verme presentable. Pensé en una ducha rápida y en lo que lo pensaba, anduve revoloteando mi armario en busca de algo bueno, pero mis favoritos estaban en la ropa sucia.
Al acabar, bajé rumbo a la cocina, desde el pasillo oí sus voces y parecían estar llevándose bien. En la cocina no había nadie, solo algunas cucharas, sartenes y la tabla de picar, salí al comedor y las vi acomodando platos sobre la mesa.
—Por fin bajaste, creí que desayunaríamos sin ti —bromeó Blanca pasando a mi lado.
—Hey… —Me saludó Allena un tanto tímida mientras ponía los cubiertos—. Le pedí tu dirección a Maurice, espero no te haya molestado.
—Para nada. —Le sonreí. Luego sentí el golpe de un platón con ensalada.
—Como recién te despertabas y Allena no había desayunado, se me ocurrió cocinar para todos —mencionó Blanca sonriendo y luego me miró pícara—. ¿Puedes ayudarla a poner la mesa mientras termino acá?
Asentí y me acerqué a ayudar. Seguramente Blanca había visto el golpe en su rostro y la herida de su frente, quizá tenía preguntas y yo esperaba que no las hiciera en la mesa.
—Aún no me dices que haces por aquí —dije nervioso.
—Quería disculparme por lo que pasó anoche con Will —admitió apenada con su boca fruncida—. No tenías por qué ver eso, ni haberme escuchado hablar de…
—Lo hice con mucho gusto —respondí sin dudarlo—. Me importas, Allena, si no quieres hablar de lo que te pasa lo puedo entender, pero si puedo hacerlo, no permitiré que alguien vuelva a hacerte daño… no importa si es tu propia familia.
Tuvo un tenedor jugando entre sus yemas mientras hablé, lo hizo por nervios, solía hacerlo con los lápices durante algunas clases, exámenes o al exponer algún proyecto.
— ¿Te incomodé?
Allena negó con su cabeza y una ligera sonrisa, luego me abrazó.
—Gracias —susurró y después se apartó—. También vine a decir lo siento por ser una idiota y ofrecer que hagamos las paces, ¿crees que aún es posible?
— ¿Por qué no sería? No he querido otra cosa que estar bien contigo desde que nos conocimos —admití y mi estómago empezó a revolverse—. Por una vez, ¿podemos estar bien?
— ¿Amigos?
Me extendió su mano y sentí mi corazón partirse porque si aceptaba ser solo su amigo, quizá ya nunca podría pasar de ahí, pero todo esto ha sido porque quise que fuéramos más que amigos y solo logré lastimarla y alejarla más de mí.
Así que ahí estaba yo, preguntándome si esquivaba una bala al corazón o perdía a mi primer amor.
—Amigos.
Blanca trajo la comida y nos sentamos. Allena estaba frente a mí, la veía sonriendo todo el desayuno mientras Blanca hablaba; todo el ambiente era agradable, casi irreal, deseé que siempre fueran así mis desayunos.
Al acabar fui a buscar la moto para llevar a Allena, pero al regresar las oí hablando en bajo y la curiosidad por lo que podrían estar diciendo me ganó así que me quedé oyéndolas a escondidas detrás de la puerta y viendo solo por la rendija.
Allena estaba sentada jugando con una servilleta en sus manos, una servilleta arrugada y húmeda con la que secaba sus lágrimas cada que querían escurrirse. No había oído el inicio de su conversación, pero podía hacer suposiciones.
—Puede que hayas nacido en un lugar donde te hayas sentido una carga y en ocasiones no amada… —Blanca le tomó sus manos y Allena alzó su vista—. Pero eso no define como deba ser tu vida, algún día serás apreciada y verdaderamente amada que ni siquiera podrías dudarlo.
Blanca limpió una lágrima de la mejilla de Allena.
—Capaz ya lo eres y no te has dado cuenta porque no te has permitido amarte a ti primero por ser tan dura contigo misma cuando nunca has sido la culpable de nada.
De repente mis ojos también se encontraban húmedos y mi garganta sintió un pequeño dolor que me hizo difícil tragar.
—Allena, debes perdonar para poder avanzar, perdónate todas las veces que te menospreciaste por creerte insuficiente, de las que creíste que eras una carga innecesaria, en las que te culpaste por algo que no rompiste. —Tomó las mejillas de Allena y le mantuvo la mirada—. No eres responsable de las acciones de los demás.
—Pero si soy parte de lo que originó sus acciones, ¿cómo puedo no ser responsable?
—Uno siempre tiene elección y en ocasiones las personas elegimos mal y muy mal. Tu padre eligió irse, pero tu madre eligió quedarse porque te ama y de ninguna de esas elecciones fuiste responsable, no puedes seguir torturándote de esa forma.
Estaba llorando, me ponía mal la situación de Allena, pero no era precisamente eso porque lloraba, solo se me juntaron varias cosas, algunos recuerdos amargos y un vacío que quise llenar rodeándome de personas para no estar solo en casa.
El camino a casa de Allena fue silencioso, aunque no incómodo, por el contrario, era un silencio de paz.
—Gracias por traerme, aunque te dije que no hacía falta —refunfuñó al devolverme el casco—. Podía tomar el autobús.
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Editado: 20.04.2025