Por una calle sin salida.
Dentro de su oficina, mi padre me soltó con un empuje que me llevó a chocar con la esquina del escritorio. Dolió y un extraño recuerdo borroso llegó a mi mente, algo se sentía familiar.
— ¡Esto es el colmo del cinismo! ¿Por qué siempre tienes que arruinarlo todo? ¡Eres un inútil! —Gritaba cada vez más alto—. Enfermaste a tus compañeros, encerraste a otro y todo para arruinar la obra, ¿sabes quienes vinieron? ¡Personas importantes!
Tenía razón, pude haber arruinado todo.
—Siempre es lo mismo, te metes en un problema tras otro. ¡Ya me tienes harto! Partirás al internado militar esta misma semana y no quiero saber de ti hasta que dejes de ser un…
— ¿Un qué? —Protestó Blanca entrando—. Por Dios, Eliam…
Se acercó a ver mi labio roto y se volteó enseguida hacia él, poniéndose delante de mí como si fuera mi…
—Lo has golpeado enfrente de los alumnos y algo me dice que no es la primera vez, ¿o sí? —Sonaba molesta y algo triste—. Ahora puedo entender porque Christine me pidió cuidar de Eliam antes de morir, quería que lo cuidara de ti, su propio padre.
Blanca se quitó el anillo de compromiso y luego me tomó de la mano.
—No me casaré con alguien que golpea, ofende y lastima a su propio hijo. —Azotó el anillo contra el escritorio—. Tampoco dejaré que Eliam se quede contigo.
—Eliam no puede quedarse solo…
—Eliam no está solo, ahora me tiene a mí y se viene conmigo.
Me costaba procesar todo lo que pasó en esa oficina. Blanca me hizo unas preguntas mientras bajábamos del edificio y nos íbamos al estacionamiento, pero no pude prestarles atención, de pronto vi una pequeña silueta a lo lejos y Blanca me dio paso.
Allena estaba esperando y cuando me acerqué, sus ojos se cristalizaron al verme y sobrepuso sus yemas sobre mi labio.
— ¿Él te…? ¿Ha hecho esto antes? —Me miró y soltó una lágrima cuando no respondí—. Oh, por Dios, como lo siento…
Me abrazó con fuerza y oí sus sollozos justo sobre mi cuello. Quise abrazarla y decirle que no tenía por qué sentirlo ni llorar por mí, pero mi cuerpo no me respondió, me sentía aturdido. Se separó y solo miré un momento sus ojos tristes antes de irme, ni siquiera me fui con Blanca que aguardaba en el auto, solo caminé sin rumbo fijo hasta que me encontré en un parque abandonado y viejo.
Los juegos todavía tenían pintura, pero estaban oxidados y algunos estaban rotos como el columpio; hacía frío y corría tanto aire que mecía los árboles y levantaba las hojas secas tiradas. Me sentía sordo, a pesar de saber que mi garganta se esforzaba por gritar, no podía oír mis gritos ni mi llanto, ni siquiera sentí el dolor de mi cuerpo cuando caí de rodillas frente a un árbol seco.
Me quedé ahí tirado abrazado sintiendo como moría lentamente de frío y dolor.
Poco a poco empecé a entender porque el recuerdo borroso y familiar apareció antes y porque no pude responderle a Allena. Reconocería en donde fuera la voz molesta de mi padre, su voz gritando y algunas cosas azotándose, los llantos de un niño y los reclamos de una madre, todo se volvió tan claro en mi mente. Luego hubiera jurado que soñaba a mi madre cantándome y acariciando mi mejilla como cada noche al dormir, pero al abrir mis ojos había una silueta iluminada por una enorme luz.
—Estás helado, debo llevarte a casa antes de que te congeles y te enfermes.
— ¿Mamá? —Mi vista nublada no me permitió verla bien y solo la abracé.
—No, cariño, soy Blanca.
Me llevó a su casa y me ofreció de cenar con un té de menta para que entrara en calor. A la mañana siguiente le pedí que me llevara a mi casa, mi padre salió y se veía fatal, como si no hubiera dormido en toda la noche «o quizá varias noches».
Estuvimos un rato sentados en la sala sin hablar, luego el sonido de la tetera nos sacó de ese trance mudo, pero después solo me quedé viendo el humo de la taza.
—Empezaré a empacar para el internado, me iré antes de que vayas a tu congreso.
—Eliam, yo…
Comenzó a hablar, era la primera vez que lo oía hablando así, era como estar con otra persona; sonaba melancólico, nervioso y torpe «tal vez porque buscaba las mejores palabras». Mencionó el tiempo antes del divorcio, las veces que discutía con mamá y aceptó lo que me imaginé tantos años, no tuvo el valor de lidiar con un adolescente él solo, pero eso no me sorprendió, lo que sí fue su total honestidad.
Mi padre confesó tener problemas de ira, creía que si se mantenía ocupado todo el tiempo en su trabajo estaría bien, pero mi madre lo sofocó pidiéndole atención a nosotros… a mí, entonces vino el divorcio, luego su enfermedad y como no sabía cómo lidiar conmigo me envió a una escuela privada hasta que ella murió. Mi madre le insistía en que tomara terapia, pero él creía que no era necesario hasta anoche.
Ofreció su perdón, el primer perdón sincero en todo este tiempo y luego de prometer que tomaría terapia, nos quedamos bebiendo té.
El sábado en la noche Maurice y Zack organizaron una fiesta de despedida, milagrosamente mi papá no se opuso, al contrario, dijo que me vendría bien. Esa noche llegaron todos los de mi clase, algunos del equipo de basquetbol y otros de la obra, incluso Ian apareció, por obvias razones Marcus y Melanie no llegaron, pero tampoco Allena.
— ¿Qué rayos es eso? —Protesté al ver a Maurice con una pequeña cubeta.
— ¿Ya lo olvidaste? —Destapó Zack y el olor impregnó toda la sala—. ¿Quieres hacer una apuesta? Que sean 200 esta vez.
Me carcajeé cuando vi el galón de jugo de zanahoria. El semestre pasado ellos perdieron la apuesta contra mí y Allena porque Maurice quiso ganar en el juego de la zanahoria, bebió demasiado jugo que no aguantó tener que ir al baño.
—Eres un desgraciado, Zack —bromeé oliendo el jugo—. Di que no es el que sobró el semestre pasado…
Miré de reojo hacia la puerta y tuve que mirar dos veces para confirmar lo que vi. Allena estaba llegando a la fiesta con su cabello suelto «igual a la noche en la biblioteca», una blusa vino holgada de tirantes anchos y sus medias de red tradicionales. Ambos nos sonreímos.
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Editado: 20.04.2025