Él.
15 años después.
—Sí, la sesión con un paciente se prolongó un poco, pero ya voy llegando —digo al teléfono antes de colgar—. Ah, me estoy helando, debí traer una bufanda o algo mejor.
Han pasado algunos años desde que mi padre y Blanca se casaron. Tuvieron que afrontar algunas pruebas antes de poder hacerlo, ella lo apoyó con su terapia y él sigue asistiendo incluso ahora, incluso haberse jubilado le permitió enfocarse más en el mismo y su salud.
Ahora estábamos por celebrar el cumpleaños de Blanca visitando una de las galerías de arte más reconocidas de todo Londres antes de ir a cenar con la familia y amigos de la familia.
—Cielos, Eliam, estás helado —expresa Blanca luego de saludarme en la mejilla.
—Espero no hayas venido a pie —bromea mi padre y Blanca le da un golpecito—. Ve a darte una vuelta por el lugar, seguro te gustará.
Las miradas cómplices de ambos me hicieron dudar un poco, pero elijo no darles importancia y sigo fisgoneando el lugar. Había pinturas muy interesantes de diversos artistas, pero honestamente no entendía algunas, eran demasiado abstractas para mi poco conocimiento del arte.
Conforme más me adentro a recorrer los pasillos, más familiar es la sensación que me aborda al ver los cuadros colgados. Me quedo viendo a uno en particular que llamó mi atención y una extraña se acerca a hacer lo mismo, luego me sorprende cuando empieza a hablarme de la técnica y el concepto que quiso transmitir la artista.
—Parece que no eres seguidor de su arte —dice jocosa.
—Más bien, del arte en general —confieso avergonzado y ella se ríe—. Y aun así estoy en una galería de arte, irónico, ¿cierto?
—También curioso. ¿Alguien te obligó a venir? ¿Quizá tu esposa? —Me mira expectante.
—Mis padres, más bien. —Digo a la ligera y levanto la mano izquierda—. Sin esposa.
— ¿Aún no ha llegado la indicada? Es urgente que alguien te enseñe un poco del arte londinense —bromea y sonrío un poco nervioso—. Oh, disculpa, no quise…
—No, está bien. Y no, creo que aún no llega.
Asumo mi verdad y me encojo de hombros, luego le pregunto por ella y confiesa que hace poco rompió su compromiso. Conversamos un poco sobre nuestros trabajos, que hacíamos en Londres y de más trivialidades como lo que sabía sobre el arte de la artista principal, entonces recuerdo que no había preguntado su nombre y descubro que se llama Crystal.
Ella se despide y se encuentra con sus amigas con las que asistió para irse. Continúo viendo las obras, pero prestando atención ahora que sabía lo que la artista quería transmitir con esa temática y de repente al doblar, siento la camisa húmeda.
—Maldición —musito viendo la mancha de vino tinto sobre mí—. Debería ver por donde…
Levanto la vista y escucho un “lo siento” viniendo de una mujer delgada, con un cabello cobrizo recogido en un tipo de peinado con trenzas y a lo que llaman cebolla o moño, además usa un vestido esmeralda pegado y siento que me arde la cara por la sangre que subió a mis mejillas al ver su silueta tan fina.
Cuando sube su mirada y se cruza con la mía, reconozco ese destello en sus ojos marrones y de pronto me siento como si estuviera ebrio, todo se siente familiar.
—Eliam Montgomery —pronuncia y sonríe—. Oh, de verdad lo siento mucho… Arruiné tu camisa.
— ¿Fue venganza por aquel batido? Ya estamos a mano.
Se ríe y evade mi mirada un instante, ahí aprovecho el movimiento de sus manos y veo el anillo en su dedo.
—Lindo anillo —comento y ella vuelve a verme, sonríe un poco apenada—. Felicidades por tu compromiso.
Ella asiente y agradece entre dientes poco después de que alguien la llamara, luego se retira dejando la copa vacía y me alejo, sin embargo, la escucho de nuevo y al voltear pone una bufanda de un rojo muy oscuro casi granate sobre mi cuello.
—Está nevando, no dura mucho, pero igual deberías abrigarte. —Me observa un poco más de cerca, a mis mejillas y menciona—: Aún tienes pecas.
Sonríe con sus labios pintados de un rojo ardiente y se va con los suyos, así como hago yo, pero algo me detiene y volteo a verla, no espero que ella haga lo mismo y por regalo del universo, lo hace y nos miramos a lo lejos como un último adiós.
Al salir del edificio se me caen las llaves del auto en los escalones, las levanto y casualmente miro la placa de anuncio junto al enorme nombre de la galería y leo.
«La famosa artista americana Allena Ramsey presenta como propiedad suya por vez primera en público su primer cuadro que le otorgó su promesa artística tras haberlo subastado hace quince años. La temática Londinense de sus últimos trabajos se debe al famoso cuadro al que Ramsey ha nombrado peculiarmente como “El chico de Londres”, siendo este dedicado a su primer amor.»
Miro a las puertas del edificio y siento la nieve empezando a caer en mi rostro, me acomodó mejor la bufanda y siento el aroma a rosas frescas. El aroma de la bufanda me llevó atrás en el tiempo, cuando todo entre nosotros se veía de un rojo ardiente, fue un amor tan intenso como breve, pero los años lo transformaron. Lo que una vez estuvo al rojo vivo con el tiempo se oxidó y ahora se ve de granate en algún rincón de mi mente como recordatorio de que aunque ese amor cambió, nunca iba a desaparecer del todo.
Cierro los ojos un instante aceptando la verdad de mi vida y luego sigo mi camino.
Nota de autora: Por si no tuvieron suficiente con el capítulo final, aquí les traigo el epílogo...
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Editado: 20.04.2025