Red: Ella

Capítulo 17.

Olvidarlo fue como

Tres días después descubrir mis sentimientos por el chico de Londres decidí apartarme para desaparecerlos. Estaba sola en la cafetería en una hora libre moviendo el popote del licuado en círculos una y otra vez sin un objetivo en específico, sólo queriendo distraerme de mis propios pensamientos.

—Pero que suerte la mía —entonó entusiasmado—, la señorita americana en el mismo lugar que yo.

Eliam puso su almuerzo sobre la mesa en la que estaba yo, y sin preguntar o avisar el jaló una de las sillas y se dejó caer con su actitud despreocupada.

—No veo a que viene tu comentario —mascullé de mala gana—, vamos a las mismas clases.

—Pero cada vez que quiero hablarte desapareces, si voy a la izquierda tú caminas en sentido contrario.

—Solo vamos por caminos diferentes, no es gran cosa —contesté sin darle la mirada.

—Más bien, creo que me estás evitando —jaló el vaso del licuado hacia a un lado de él—, ya basta de eso que me causa ansiedad.

Fruncí mi frente exasperada y confundida por su comentario.

—¿Mi licuado te causa ansiedad?

—No, el licuado no, tú —dijo desviando la vista—. Creer que me evitas me hace estar pensando constantemente en la razón por la que lo haces y eso me causa ansiedad.

Su confesión tan repentina me tomó por sorpresa, mi exasperación se fue en un abrir y cerrar de ojos.

—Yo no te evito —afirmé tratando de sonar convincente.

—Mientes muy mal ¿no te lo han dicho? —Se recargó en el respaldo de su silla— Llevas tres días haciéndolo.

Una pequeña mueca estaba en su rostro, sus ojos no me veían, era como si quisiera ocultar algo… quizás algo que no quería llegar a decirme, nunca había podido descifrarlo y eso en ocasiones me frustraba.

—¿Hice algo mal? Creí que ya había avanzado en nuestra relación, luego de…

—Y lo hiciste —le dije interrumpiéndolo—, somos amigos Eliam

—¿Eliam? —Hizo una sonrisa abierta— ¿Qué pasó con el chico de Londres? ¿O es que acaso ya no soy tu chico de Londres?

“Tu chico de Londres” esas palabras harían eco en mi mente desde ese momento.

“Siempre serás el chico de Londres… mi chico de Londres”, si tan solo esas palabras hubieran salido de mi boca.

—Creo que como ahora somos amigos ya no debería molestarte con esos apodos —aclaré mi garganta.

—No me molestan, sin importar qué seamos ahora —me miró con su cara recargada en la mesa.

—Pero significa que podría llamarte así frente a otros ¿estarías de acuerdo?

Seguro diría que no porque aquel día me llamó por mi nombre frente a Emily.

—No me importaría ser llamado chico de Londres o… arroja batidos frente a cientos de personas si eres tú quien lo dice —sonrió con unos ojos brillosos.

Una persona normal pensaría que brillaba por la típica creencia de que estaba enamorado, pero yo pensaba que lo hacía por la luz del sol inexistente en la cafetería porque estaba nublado.

—No deberías decir esas cosas a la ligera… alguien que no nos conoce podría malinterpretar las cosas —desvié mis ojos de su vista fija en mi.

—¿Alguien como quien? No hay nadie más que las cocineras —rio—, y aunque así fuera ¿eso estaría mal?

—Si, porque somos amigos.

—Amigos…

—Si, solo amigos —respiré hondo y suspiré.

Vi que miraba algo atrás de mi, en la puerta de lugar por lo que volteé para saber que veía. En cuanto visualicé el punto de la mirada del rubio vi porque cambió su expresión drásticamente, se trataba de Ian y unos amigos de él que estaban entrando a la cafetería.

Regresé la vista a Eliam, pero él ya se había parado de silla dejando mi licuado devuelta frente a mi y él alejándose sin decir algo.

—Supongo que realmente no le agrada —susurré para mí misma.

—¿Hablando sola? —Preguntó frente a mí Ian.

Estaba ahí parado y alegre como siempre aquel chico pelinegro que alguna vez amé. Sonreí y negué con la cabeza.

—¿Estabas con alguien? —Miró alrededor en busca de alguien— ¿Puedo?

Le asentí y jaló del respaldo la silla que Eliam había dejado de usar hacía unos pocos instantes.

—¿No se molestarán tus amigos por haberlos dejado? —Cuestioné y esperé la respuesta bebiendo del licuado que seguía frío.

—En realidad…fui yo quien les pidió venir —admitió tímido—. ¿Es de fresa?

Lo miré extrañada mientras bebía del popote.

—Es tu favorito.

—Aún lo recuerdas…—murmuré esperando que no oyera— ¿por qué les pediste venir? Imagino que tienen hora libre ¿no?

Me asintió sonriendo.

—Tú sabes por qué lo hice…

Sus mejillas empezaron a enrojecerse poco a poco.

—Te vi bajar sola y al ver que no subiste, creí que estarías aquí —confesó desviando su vista hacia sus amigos—, pero en realidad no estabas sola ¿cierto?

—Los amigos no se espían —le dije acusándolo.

—Lo sé, lo siento… me alegra saber que ya somos amigos otra vez —subió sus brazos a la mesa y jugó con sus manos nervioso—, como en los viejos tiempos —alzó su vista hacia mí.

—Si… pero no presiones Ian O’Donnell.

Ian O’Donnell… tenía tiempo que no pronunciaba su nombre completo, fue como recordar aquella brisa de verano en tu rostro cuando estás de vacaciones.




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