Después del almuerzo, me dirigí hacia el gimnasio. La actividad física nunca había sido mi fuerte. No era bueno en los deportes. En ninguno. Queda dicho: mis habilidades deportivas eran tan malas como las sociales. Adam me guió hasta la puerta del gimnasio techado y se fue. Él también tenía entrenamiento pero al aire libre. Al parecer estaba en el equipo de fútbol soccer. Maggie sí se quedaba conmigo, así que me dispuse a seguirla a los vestuarios cuando lo vi.
Aquellos ojos color miel me hipnotizaban cada vez más. Damien estaba a sólo unos metros adelante en el pasillo. Y por un segundo su mirada se clavó en la mía. Comencé a respirar con dificultad. Era extraordinario el efecto que aquel joven provocaba en mí. Parpadeé y él retiró su mirada y enfiló hacia la salida del edificio.
Olvidándome de la clase de gimnasia, lo seguí a paso apresurado. Un grupo de alumnos salían en aquel momento por la misma puerta. Si no me daba prisa lo perdería de vista. Aceleré más el paso pero cuando logré salir del edificio Damien ya no estaba por ningún lado. Me quedé allí parado, como un tonto, viendo cómo los últimos rezagados se iban a sus clases.
Suspiré y moví la cabeza negativamente. ¿Qué estaba haciendo? ¿Desde cuándo yo andaba por ahí persiguiendo a los extraños? Bueno, Damien no era exactamente un extraño. Me había salvado la vida. Sólo quería agradecerle. ¿Pero no lo había hecho antes? ¿No le había dado ya las gracias? Además, yo no era así. Me estaba comportando como un idiota, una vez más. Y estaba olvidando una de mis más importantes reglas personales: no relacionarme afectivamente con nadie. Nadie podía traspasar la categoría de “simple conocido”. Bueno, Damien era un “simple conocido”. ¿Qué sabía de él, además de su nombre? Sabía que estudiaba en el mismo instituto que yo, que tenía novia- una modelo sacada de una revista de modas- y que tenía los ojos más hermosos que yo hubiera visto jamás. Traté de no pensar en aquellos ojos. Si pensaba en ellos otra vez, la mente se me iba a colapsar. Así me sentía cada vez que me miraba.
Pero sus últimas miradas no habían sido como la primera. Seguían hipnotizándome pero parecían más frías. Y claro. ¿Cómo no iban a ser frías si no me conocía? Y en la única interrelación que habíamos tenido, yo me había mostrado muy infantil, llorando por una taza. Seguro que lo que pensaba de mí era que no era más que un niño tonto que había hecho una estupidez. Porque era cierto. Haberme puesto frente a ese camión había sido una estupidez. Aunque no me arrepentía. No hubiera sido capaz de dejar que el cachorro muriera aplastado por aquellas ruedas monstruosas.
Aún así, y ahora que lo pensaba mejor, Damien también había cometido una estupidez. Él también se había lanzado a las ruedas del camión para evitar que me atropellaran. Claro que seguramente lo habría hecho por cualquiera.
Pero no podía evitar sentirme agradecido. Y ardía en deseos de verlo otra vez. Quería hablar con él. Oír su voz angelical. Y sentir la calidez de su pecho…
¡Alto!- me ordené a mí mismo. Aquello ya se estaba pasando de la raya. Moví la cabeza como para sacudirme esos pensamientos. Volví a marearme, como me había sucedido al despertar. Y en seguida una punzada de dolor me atravesó la sien. Cerré los ojos y traté de no moverme, buscando que aquella sensación pasara.
Pero mi corazón comenzó de pronto a latir desbocado cuando sentí que una mano fuerte me sujetaba de un brazo. ¡Era Damien! No me hacía falta abrir los ojos para confirmarlo. Podía sentirlo, a mi lado, con su respiración cálida y acompasada. Hasta pude imaginar sus ojos color miel clavados en mí. Esbocé una sonrisa y abrí los ojos, buscando aquella mirada que tanto me gustaba.
- ¡¿Adam?!
Me sentí como un tonto al decir aquel nombre. Adam me miraba preocupado.
- Eden, ¿te sientes mal?
Sentí que me ponía rojo como un tomate. Y me enojé conmigo mismo. Aquella tontería de Damien se tenía que terminar de una buena vez. Medio a la rastra, medio cargándome, Adam me llevó hasta el borde de unos canteros de anémonas y me sentó allí. Luego, sin soltarme, se ubicó a mi lado. Lo observé de reojo mientras intentaba recuperarme. Me pareció realmente preocupado.
- Estoy bien. Es sólo un mareo.
- ¿Te pasa con frecuencia?
- No, desde que me desperté…esta mañana- contesté- Quizá sea porque…ayer tuve un accidente.- hice un esfuerzo para no pensar en el momento en el que Damien me había salvado- Creo que me golpeé la cabeza.
- Sí, claro. Salvaste a ese perrito anoche.
- ¡¿Cómo lo sabes?!
- Es un pueblo pequeño.- sonrió y terminó por confesármelo- Yo estaba cerca y vi cuando todo sucedió. Y también vi a Damien salvarte…
No pude responder. Volví a tomarme la cabeza entre las manos.
- ¿Te ha visto algún médico?- me preguntó Adam aún preocupado.
Y sin que yo pudiera evitarlo, me revisó la cabeza, incluyendo mi nuca y las sienes pero al parecer no encontró nada porque su tono de voz pareció menos tenso.
- Parece que no tienes nada. Pero deberías ir al médico.
- Gracias, Adam. Estoy bien.
Me miró serio por unos segundos. Se mordió el labio y no muy seguro, dijo:
- ¿Quieres que te lleve a tu casa? Tengo mi bicicleta por allá.
Sonreí. La sola idea de montar en bicicleta me agradó. No sabía andar. Nunca había tenido una. Y siempre la había deseado. Pero cuando uno viaja muy seguido, y tiene que juntar sus cosas- a veces de improviso y durante la noche- una bicicleta jamás puede ser parte del equipaje.
De repente, me imaginé con Adam en una bicicleta. Yo sentado en la barra frontal, por un camino de tierra, con el viento en la cara y él, contándome historias divertidas. ¡Ay! ¡Cuántas historias divertidas seguramente Damien tendría para contarme!
¡No podía ser posible! Hasta en mis fantasías aparecía su nombre. ¿Por qué tuvo que meterse así en mi mente? ¡Yo estaba paseando con Adam no con Damien! Miré a Adam, quien todavía esperaba mi respuesta.