Sabía que tenía que bajarme de la camioneta pero no quería hacerlo. Pensé en buscar una excusa para seguir hablando con él pero no se me ocurrió nada. No tenía mucha experiencia en hablar con extraños. Nunca fui bueno para entablar conversaciones.
- Gracias por traerme.- dije y busqué la manija de la puerta.
Damien apagó el motor. Automáticamente quité mi mano de la traba. Me volví y lo miré. Sus ojos estaban clavados en la casa. Luego giró la cabeza de un lugar a otro, escudriñándolo todo. Su vista fue desde el parque del frente hasta el inicio del bosque que comenzaba unos cincuenta metros hacia el oeste.
- Tu madre no ha llegado aún.- me dijo sin mirarme.
- No. Y no sé a hora llega. Quizá tenga guardia esta noche.
Damien me miró. Tenía el ceño fruncido. Y percibí que estaba enojado. Deseé que no fuera conmigo.
- ¿Qué fueron esos aullidos que escuché en la ruta?
- Animales.- me contestó secamente, volviendo sus ojos hacia el bosque.
Me quedé callado. Era muy difícil hablar en su presencia. Me perdía en su belleza y en su voz angelical. No supe qué más decir así que volví a poner mi mano en la manija de la puerta.
- Cierra bien todo cuando entres.- me dijo con voz tensa- Y las ventanas también.- y sus ojos se clavaron en la ventana de mi dormitorio.
Y en seguida estuve seguro. Sentí una certeza absoluta de que había sido él quien había entrado por la noche, a través de aquella misma ventana.
- Gracias…por devolverme mi taza.
- Yo no he sido.
Lo miré fijamente. Por supuesto que no le creí.
- Yo no te la arreglé…- insistió.
Mi cuerpo vibró de los pies a la cabeza.
- Yo no he dicho que estuviera arreglada.
Me miró por un segundo y atisbé una mueca en su boca. Pero para mi mala suerte, el sonido de un motor quebró aquel ambiente mágico. Miré por el espejo retrovisor. Reconocí el viejo Falcon y sentí que las manos me sudaban. El automóvil estacionó cerca de nosotros. Temblando, abrí la puerta y me volví para despedirme. Me llevé una sorpresa. Él ya había descendido de la camioneta. Yo también bajé y cerré la puerta. Vi- sin poder creerlo- como Damien esperaba a que mi madre bajara del vehículo. Pude ver su rostro extrañado cuando me reconoció.
- Hola, señora La Rue. Mi nombre es Damien Blanc- y estiró su mano como un perfecto caballero.
Alice pareció recuperarse de su sorpresa inicial. Se acercó y le estrechó la mano con una sonrisa.
- Soy compañero de Eden en el instituto y me ofrecí a traerlo a casa. Estaba un poco perdido.
- Ya veo.- dijo mi madre con una mirada pícara.
Ella estaba disfrutando de todo aquello. Sobre todo de mi vergüenza. Sentía mi cara roja y mi corazón se aceleraba cada vez más.
- ¿Has dicho… “Blanc”?- preguntó Alice bajando unos paquetes del auto. ¡Y por supuesto Damien se ofreció a cargar con ellos! Yo suspiré, otra vez sin poder evitarlo.
- Sí, señora. Mi madre es Elena Blanc, de la inmobiliaria.
- ¡Claro! Pero si eres su calco.- rió Alice- Así que… Damien, ¿ya cenaste?
El estómago me dio un vuelco. ¡No estaba listo para compartir una cena con Damien Blanc! Si no podía estar más de un minuto en su presencia sin sonrojarme o decir alguna tontería, mucho menos estaba preparado para cenar con él. Para mi alivio, Damien rechazó la invitación con una voz extremadamente amable. Hasta me dio la impresión de que en verdad lamentaba tener que decir que no.
- Gracias, señora La Rue.
- Alice…
- Alice. Pero tengo que irme. Sin embargo, le acepto la invitación para otro día. Me encantaría cenar con ustedes.
Tragué saliva. Y para mi propia desgracia, ¡volví a suspirar! Avanzamos hasta el porche y me entregó los paquetes. Cuando los sujeté, sin querer nuestras manos se rozaron y sentí que una nueva corriente eléctrica – más pequeña que la anterior- me hacía cosquillas. Lo miré y me sonrió.
Aquella sonrisa fue diferente a las anteriores. Tenía un matiz de picardía. Y por primera vez noté que se parecía a la sonrisa de Adam. Claro, después de todo eran primos. Algún parecido tendrían.
- Buenas noches.- se despidió.
Caminó hacia la camioneta y subió y se marchó a una velocidad media, perdiéndose detrás de unos árboles altos.
Traté de acomodar mis pensamientos mientras ayudaba a mi madre a preparar la cena.
- Parece muy simpático ese joven.- dijo Alice, revolviendo la ensalada- ¿Cómo dijo que se llama?
- Damien.- contesté automáticamente, sintiendo que mi voz temblaba un poco.
Mi madre sonrió.
- ¿Qué?- la interrogué mientras secaba unos vasos.
- Nada, nada.- mi madre volvió a sonreír- Sólo que me parece muy bien que tengas un amigo.
- Damien Blanc no es mi amigo.
Sentí que al decir eso, mi estómago se me estrujaba un poco más.
- Pero puede llegar a serlo.
- No.- sujeté el vaso con fuerza cuando sentí que se empezaba a resbalar de las manos.
- Cariño, no es tan malo. Digo, eso de tener amigos.
- Sí es malo, sobre todo si tienes que decirles adiós en unos meses.
Noté que ya me estaba alterando y no quería discutir con mi madre, así que me escabullí hacia el baño y me quedé allí hasta que logré calmarme. Me lavé la cara y me observé en el espejo. Mis ojos marrones estaban húmedos y mis ojeras estaban muy marcadas. Mi ceño estaba fruncido, como pasaba siempre que me enfadaba, conmigo mismo por entrar en conflicto siempre por los mismos temas. No me gustaba la imagen que el espejo me devolvía. Me veía feo. Siempre me sentía feo. Por eso no me agradaba mirarme al espejo. Volví a la cocina, tratando de serenarme.
- Lo lamento, Eden.- dijo mi madre acariciándome la cara.
- No, soy yo quien lo lamenta.
- Quizá esta vez podamos quedarnos más tiempo. Quizá todo se termine arreglando. Aprovecha esta oportunidad. Damien parece un buen muchacho. Es caballero y educado. Y te trajo a casa.
“Y me arregló la taza”, pensé. Y aquel pensamiento me reconfortó. Aunque aún no podía explicarme cómo lo había hecho.