Redemption, sacrificio de Amor

6- El ritual

Me desperté y suspiré. El calor de la manta sobre mí me hizo sonreír. De alguna manera, Damien había entrado otra vez a mi habitación por la noche y me había arropado. Mi habitación apenas estaba iluminada. Afuera seguía lloviendo. Me levanté y me acerqué a la ventana. Sentí que el estómago se me estrujaba y sólo tuve tiempo de escabullirme en el baño. Vomité lo poco que me quedaba de la cena. Quise incorporarme pero un mareo repentino me dejó tirado en el suelo por varios minutos. ¿Qué era lo que sucedía conmigo?  Otra mañana, igual. Recién media hora después tuve fuerzas para volver a mi dormitorio. Por suerte era Sábado, así que me desplomé en la cama un rato más. 

Sábado. O sea que aún faltaba para que llegara el Lunes. ¡Una eternidad para volver a ver a Damien! ¡Y me moría por volver a verlo! Era increíble la fascinación que se había despertado en mí por alguien a quien apenas conocía. Porque, aunque ya me sabía de memoria el color de sus ojos y la forma en la que las sonrisas le nacían en su boca, o cómo fruncía el ceño cuando algo parecía preocuparlo, Damien seguía siendo un extraño.

Estaba desganado. Y el desgano nunca era bueno. Ya lo conocía. Cuando uno de esos días me envolvía, se convertía en una bruma oscura, pesada. La monotonía se adueñaba de todo. Las actividades se volvían aburridas.

Suspiré y decidí ir a la cocina. No me importaba arreglarme ni cambiarme la ropa vieja y desteñida que usaba de pijama- varios talles más que el mío. Miré furtivamente mi reflejo en el espejo de la pared mientras abría la puerta de mi dormitorio. Tenía el rostro ojeroso y demacrado, con mis mejillas hinchadas y amoratadas. Siempre amanecía así. Bajé las escaleras bostezando. Me refregué los ojos para terminar de despertarme.

- ¡Buenos días!- la alegre voz de mi madre me llegó desde la cocina.

Gruñí, como todo saludo matinal.

-¡Buenos días!- escuché a continuación.

Inmediatamente me sobresalté. Abrí los ojos tanto como pude. Parado, cerca de Alice, sosteniendo unas tazas, y con sus ojos oscuros, pícaros y desfachatados puestos en mí, estaba Adam Alexander.

- Tu amigo Adam acaba de llegar. Y lo invité a desayunar con nosotros. Yo estaba por subir a despertarte.

Ni siquiera me tomé el trabajo de evitar sonrojarme. Era muy conciente de mi apariencia. Pero ya era tarde. Y Adam me miraba sonriente. No había manera de escabullirme a mi habitación. No al menos por Adam. Claro que si en vez de Adam hubiese aparecido en mi cocina Damien Blanc, creo que hubiera salido corriendo. ¡Y la vergüenza me hubiese durado años!

Y de repente, me aterré. Escudriñé toda la habitación y luego el recibidor, deseando que Damien no estuviera por allí. Al fin y al cabo eran parientes y, si Adam había venido, quizá Damien estaría con él. El hecho de que Adam estuviera aquí significaba que la reunión familiar había terminado.

Para mi alivio, Adam estaba solo. Me acerqué con un poco de timidez. Y estiré mi mano para saludarlo. Él me dio un apretón cálido. Y me sonrió dulcemente. No hubo descargas eléctricas. “Menos mal”, pensé. 

- Me estaba diciendo Adam- comenzó a explicar Alice, mientras terminaba su taza de café- que el Lunes tienen examen de Historia…

- ¿Sí?

Mi madre levantó la mirada y la clavó en mí.

- Es decir, ¡Sí, claro!- dije tratando de arreglar mi tono de voz.

- Se lo dije, señora La Rue, Eden se había olvidado del examen. Por eso yo le había dado mis apuntes. Como él se incorporó a mitad de la semana, se me ocurrió que debería ponerse al día.

- ¡Qué buen compañero eres, Adam!- exclamó Alice contenta- Bueno, yo debo irme a trabajar.

- Ah, en ese caso…, yo mejor me voy.- dijo Adam tomando su mochila de una silla cercana.

- ¡No, no!- dijo mi madre de repente- Tranquilo, tú puedes quedarte. Desayunen y asegúrate de que Eden estudie para el examen. A mi hijo nunca le ha gustado mucho la Historia.

- ¡Mamá!

- Es cierto…- me dijo, bajando la voz.

Parecía que disfrutaba viendo cómo me sonrojaba todavía más. Me saludó con un cálido abrazo, le guiñó un ojo a Adam descaradamente y se marchó. De repente me encontré parado en la cocina, con la mente en blanco y sin saber muy bien qué hacer.

- ¿Por qué… no vas a cambiarte de ropa…mientras yo termino de prepararnos nuestros desayunos?

Agradecí la propuesta. Parecía que Adam no estaba nervioso con todo aquel asunto. Hasta me pareció que lo estaba disfrutando. 

- Ésa es una muy buena idea.- dije- Bajo en cinco minutos.

- Claro, aquí te espero…

Miré a Adam a los ojos. Sus palabras me habían parecido envueltas en un tono de voz muy especial, muy dulce. Y esa misma dulzura aparecía ahora en sus ojos. No pude evitar sonreír. Definitivamente, aquel joven se estaba ganando un lugar en mi corazón. Aunque claro que no me provocaba lo mismo que me provocaba Damien cuando me miraba o me hablaba. Aquellas mismas palabras: “aquí te espero”, pronunciadas de aquella misma forma por Damien Blanc me hubiesen provocado un colapso.

Subí las escaleras y me cambié de ropa: un sencillo pantalón deportivo marrón y una remera azul- dos talles más grandes del que en realidad me correspondía- y la misma campera gris de siempre. Me refregué el rostro con agua, buscando eliminar los manchones rojos que me había dejado la almohada. Me cepillé los dientes y volví a cerciorarme de no tener mal aliento. ¿Mal aliento? ¿Y desde cuándo me importaban esas cosas? ¿Acaso tenía planeado besar a Adam? 

Y en seguida el rostro de Damien se me atravesó, dejándome por unos segundos en blanco. No recordaba qué estaba haciendo o porqué estaba de pie en el cuarto de baño con el cepillo de dientes en la mano. Me llevó casi un minuto reponerme. ¡Cuánto poder tenía Damien Blanc sobre mí! ¿Cómo era posible que con sólo imaginarme su rostro se me olvidara todo lo demás? 

Suspiré. Y recordé- casi dolorosamente- que debía esperar hasta el lunes para volver a verlo. Sentí que el estómago se me estrujaba. Y traté de no quedar en blanco otra vez. Me obligué a terminar lo que estaba haciendo y bajé casi corriendo las escaleras.




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