-Tu madre está llegando…- me dijo Adam.
Miré automáticamente hacia el camino pero no vi su automóvil.
- ¿Por qué no le preguntamos si te da permiso de ir a mi casa?
Sonreí y asentí. Me había olvidado de Alice…y del mundo entero. Adam miró el camino y luego se volvió hacia mí. Y me regaló un beso rápido- pero extremadamente dulce. Luego se separó un par de pasos y me miró pícaro. Inmediatamente, el sonido del viejo Falcon me sacó de mi ensueño. Fue como si Adam hubiese sabido con exactitud el momento en el que el automóvil aparecería, traqueteando por la tierra mojada.
Lo miré, como buscando una explicación. Pero solo me guiñó un ojo. ¡Cómo me gustaba esa mirada pícara!
- Hola, chicos.- nos saludó Alice, alegremente.
Entramos justo a tiempo, cuando la lluvia se hizo intensa.
- Adam, tu bicicleta…- le dije.
- No importa, está sucia. Que se lave…
Nos reímos los tres.
- Señora La Rue, quería pedirle permiso para que Eden venga a mi casa esta noche a cenar.
Alice lo miró por un momento.
- Y…supongo que estarán tus padres allí…
Me morí de vergüenza ante aquella insinuación.
- Sí, señora. No sólo mis padres. También estará una de mis hermanas, mi cuñado y dos de mis sobrinos.- dijo Adam sin inmutarse- A propósito, usted conoce a una de mis hermanas, señora La Rue. Aunque ella no va a estar esta noche.
- ¿Sí? ¿Quién es…?- preguntó mi madre con mucha curiosidad.
- Es Mary. Mary Alexander, la jefa de enfermeras de terapia intensiva.
Alice asintió sonriendo. Y yo la recordé. La había visto cuando Anthony me había llevado hasta el hospital para ver a mi madre.
- Mary me ha ayudado tanto todos estos días.- dijo mi madre- Y le estoy tan agradecida. ¡Vayan, vayan!- mi madre sonreía de oreja a oreja.
- Yo me voy primero.- me dijo Adam de repente- Iré a mi casa, buscaré el automóvil y vendré por ti.
Me miraba con unos ojos tan amables que por unos largos segundos no supe qué decir. Tampoco podía dejar de mirarlo embobado.
- ¿Eden?- la voz de mi madre rompió el hechizo.
- Eh…- yo no sabía qué decir- Pero…está lloviendo a cántaros.
- En un minuto parará…Y tendré tiempo de ir por mi automóvil.
- ¿Tienes un automóvil?- lo miré confundido.
- Sí, pero casi nunca lo utilizo. Prefiero la bicicleta.
Me guiñó un ojo y se mordió el labio con picardía.
Tuve que hacer un esfuerzo para no lanzarme a sus brazos y besarlo allí mismo. ¡Lo había hecho a propósito! Él sabía que aquel gesto me perdía. Sonrió y saludó a mi madre, estrechándole la mano.
- Hasta luego.- dijo.
Lo acompañé hasta la puerta, mientras mi madre subía las escaleras. Escuché que se cerraba la puerta del cuarto de baño y me volví hacia Adam. Era mi oportunidad. Me puse en puntas de pie y traté de besarlo. Pero Adam se corrió unos pasos.
- Nada de besos, Eden. No hasta que nos casemos.- y volvió a morderse el labio con picardía.
Sintiendo mi cara roja como un tomate, le devolví la campera sin decir nada. Y suspiré mientras se alejaba. Tomó su bicicleta y se perdió a gran velocidad por el camino. Miré el cielo. Adam había acertado. Ya no llovía. Aunque las nubes oscuras lo cubrían todo. Cerré la puerta dando un nuevo suspiro. ¿Había sucedido todo aquello? ¿O simplemente lo había imaginado?
Sin perder tiempo, subí a mi dormitorio y me cambié la ropa mojada, prestando atención- por primera vez en mi vida- a la combinación de colores. Elegí un pantalón azul, mis infaltables zapatillas y una camiseta de mangas largas blanca que me quedaba un poco más ceñida al cuerpo que las otras. Era quizá la única prenda de mi guardarropas que no era dos talles más grande que el mío. Mi madre me la había comprado en un aeropuerto, una vez que no tuvimos tiempo de tomar toda nuestra ropa. Solo pude manotear mi morral y salir con lo puesto.
Creí que iba a sentirme raro usándola pero al mirarme al espejo me agradó lo que vi. Enderecé mi espalda y me observé por varios segundos. Aquella camiseta realzaba mi pecho y me dio vergüenza. Aún así controlé mi impulso de cambiarme. Y para sentirme más cómodo me puse encima una campera blanca con cuello de piel sintética. Y me miré por última vez.
Bajé las escaleras suspirando. Estaba realmente muy nervioso. Me temblaba todo el cuerpo. Conocería a la familia de Adam. ¿No estaba yendo todo demasiado rápido? Me encogí de hombros ante aquel pensamiento. Si era así realmente no me importaba. No podía saber cuánto tiempo me quedaba en ese pueblo. Fuera el que fuera, lo iba a aprovechar al máximo.
Quince minutos después, mi madre salió del baño. Le preparé un café mientras espiaba hacia el camino a cada rato. Ya me estaba impacientando.
- Así que… Adam…, ¿eh?- Alice tampoco perdía el tiempo.
- Sí…- dije confirmando sus sospechas- Adam… Y ya he hablado con él. Le conté todo sobre Albert.
Mi madre me miró por un momento sin decir nada. Le acerqué la taza de café recién hecho.
- ¿Crees que hice mal?- pregunté nervioso.
- No. Hiciste bien.
Aquello me tranquilizó.
- ¿Y qué te dijo él cuando le contaste todo?
- Que no me preocupara. Que él iba a protegerme.- me tembló todo el cuerpo al recordar sus palabras.
Mi madre sonrió.
- Ese chico es realmente sacado de una novela.- dijo ella.
Iba a responderle pero el timbre del teléfono nos sobresaltó a ambos.
- ¿Será Adam?- pregunté confundido.
Esperaba que no llamara para cancelar la salida.
- No, no es Adam. Allí viene.- dijo Alice señalando por la ventana.
Mientras veía un automóvil rojo acercarse, levanté el auricular. Mi madre abrió la puerta y unos segundos después Adam entró con una sonrisa radiante.
- ¿Hola?- lo miré embelezado mientras atendía la llamada.
- Hola, Eden.
Aquella voz me dejó paralizado.
- Hola.- balbuceé mirando a Adam de reojo. Me guiñó un ojo y siguió a mi madre hasta la cocina.