Estaba impaciente. Alice seguía dando vueltas y no se iba. Quería quedarme solo para poder llamarlo. Todavía no eran ni las sietes de la mañana pero yo quería intentarlo de todos modos. Quince minutos después, me cercioré de que el Falcon desapareciera por completo en el camino bifurcado. Corrí hasta el teléfono y marqué aquellos números que siempre hacían que mi corazón se acelerara.
La noche anterior me había dado cuenta de todo. Y Adam debía saberlo. Que se mantuviera lejos de mí ya no era necesario. Debíamos hablar.
La decepción fue muy grande cuando volví a escuchar una voz computarizada que me decía que el celular estaba apagado. Colgué el auricular. Tenía que encontrar otra forma de ponerme en contacto con él. Me senté unos momentos en la mesa de la cocina y mientras bebía una segunda taza de café- tenía que despertarme después de largas noches de insomnio- me puse a pensar. No estaba seguro de que Adam se hubiera deshecho de su celular. Lo más probable era que lo tuviera apagado la mayor parte del tiempo. Y cuando lo encendía, seguro se encontraría con mis llamadas perdidas. Aún cuando yo tuviera la suerte de llamarlo en esos exactos momentos, lo más probable era que reconociera mi número y no me atendiera.
Seguramente eso mismo había sucedido en un par de oportunidades, cuando a medianoche, bajé a hurtadillas para llamarlo. Esas veces ninguna máquina me había atendido; pero tampoco, él. Entonces se me ocurrió que tenía que llamarlo de un teléfono que no fuera el mío. Y Anthony se me apareció inmediatamente en la cabeza. Pero así de rápido lo descarté. Él no me iba a prestar su celular. Era probable que Adam lo hubiese prevenido. Y aún cuando se lo pidiera con cualquier excusa, se daría cuenta. Porque Anthony sabía que yo no tenía a quien llamar. Podría decirle que necesitaba llamar a Alice. Pero lo descarté con rapidez. No iba a funcionar.
Y entonces …pensé en Damien.
¡No! ¡Ni pensarlo! Damien parecía tener un sexto sentido. Podía leer mi prana. Él mismo me lo había dicho. Además, me pareció algunas veces, que hasta sabía lo que yo iba a hacer o decir antes siquiera de que yo mismo lo supiera.
Un golpe suave en la puerta me hizo volver a la realidad.
- ¡Hola, Damien!- lo saludé cuando le abrí.
Sus ojos se posaron en mí de una forma muy extraña. Y brillaban más de lo usual.
- ¿Qué? ¿Qué tengo?- me miré el cuerpo aterrado. No fuera cosa que me hubiese olvidado de vestirme y estaba allí desnudo parado en la puerta de calle como si nada.
-¿Qué sucede?- volví a preguntarle.
- Tú dímelo…- Damien no me quitaba los ojos de encima.
Luego de unos segundos en los que pareció traspasarme con la mirada, finalmente dijo:
- ¿¡Lo has descubierto…!?- su voz sonaba con una mezcla de fascinación e incredulidad.
- ¿Cómo lo sabes?- se me escapó.
- Tu prana esta mañana está muy alto. Y te vuelve…más irresistible que nunca.
Hacía mucho que Damien no me miraba de aquella forma ni me decía algo como aquello, con esa endemoniada voz suya- que destilaba seducción en cada sílaba. Traté de no sonrojarme pero estuve seguro de que me había puesto rojo como un tomate. Y Damien continuaba con su vista clavada en mí.
- Ahora entiendo porqué Marie me dijo que contigo hoy las cosas darían un vuelco… ¿Nos vamos?
Tomé mi mochila y lo seguí hasta la camioneta azul. Al pasar por los Daoi-sith sentí que vibraron. Me frené en seco y los miré fijamente. Estaban quietos. “Demasiada cafeína”, pensé.
- Sienten tu prana.- me dijo Damien, abriendo la puerta del acompañante- Te lo dije, hoy estás más irresistible que nunca.
Pasé cerca suyo para entrar al vehículo pero traté de no mirarlo. Seguía sintiendo mi rostro acalorado.
- Hizo muy bien en traerlos aquí.- dijo Damien un minuto después, mientras ponía el motor en marcha- Son muy buenos guardianes. Y no me quieren cerca de ti.
Sonreí. El solo hecho de pensar que Adam me había hecho ese regalo sólo para cuidarme, me hacía sentir reconfortado.
Sentí los ojos de Damien en mi rostro así que pregunté lo primero que se me vino a la cabeza (aunque creo mi pregunta no fue muy afortunada):
- ¿Hablas de mí con Marie?
Damien sonrió pícaro.
- Ella sabe lo que siento por ti. Lo sabe desde el primer día.
- Y…¿qué sientes…por mí?- balbuceé.
- Ya lo has descubierto. Pero si quieres te lo digo.
Lo miré urgido, sin poder evitarlo. Sus ojos me traspasaban y su respiración se volvió más intensa.
- Lo…lamento…- dije muy apenado.
- ¡No! No lo lamentes. Hiciste que conociera el amor. Toda mi vida creí que me casaría con Marie sin saber qué era realmente estar enamorado. Te amo como nunca pensé que se pudiera amar a alguien.
Su voz agitada me conmovió. Y cuando me di cuenta mi rostro ya estaba empapado. Estaba llorando.
- Eden…- escuché su susurro muy cerca de mí- No llores, por favor…
Damien me atrajo hacia su pecho y me abrazó con una dulzura que me hizo estremecer de los pies a la cabeza.
- Lo lamento.- volví a balbucear- No quiero que sufras.- dije abrazándolo.
- La culpa es mía, Eden. No tuya.
Me despegué de su pecho cálido solo un poco y lo miré.
- ¿Tuya?
Damien me secó el rostro con sus manos suaves.
- Si yo hubiese tenido el valor que tuvo Adam el segundo día, y te hubiera hablado, si me hubiese acercado a ti…antes que él…
- …Hubieses perdido tu posibilidad de redención.
Damien pareció más mortificado y vi que cómo sus ojos se humedecían.
- Sólo hubiese pasado eso…si me hubieses aceptado…
- Yo estaba loco por ti…- le confesé, sintiendo que mi corazón me iba a estallar en el pecho.
Una lágrima corrió por su rostro y me soltó de golpe.
-¡ Pero ya es tarde! Ahora estás loco por él.
- Damien…- quise acercarme pero no me dejó. Dio marcha atrás y aceleró por el camino mojado. Llegamos al Instituto y Damien volvió a estacionar la camioneta detrás de un grupo de árboles. Nadie podía vernos allí. Apagó el motor y se quedó con la mirada perdida en la ruta. Si él pensaba que me iba a bajar, estaba equivocado. No cometería con él el mismo error que había cometido con Adam. Iba a arreglar las cosas allí mismo.