¡No podía creerlo! No hasta que pasaron un par de minutos y me llené del calor de su cuerpo. Y recién allí lo solté. Aquel abrazo me había devuelto la vida. Pero comencé a sentir otras cosas. La imagen de su rechazo cuando le hablé en la clase, la manera en la que despreció mi regalo y sobre todo el frío de sus labios sobre los míos cuando lo besé, me azotaron la cara y me traspasaron el alma. Y volví a sentirme miserable. Aquella voz implacable que me había torturado toda la tarde volvió a surgir con una fuerza devastadora: “Adam no te quiere”. “Adam te despreció”.
- ¿Por qué…estás aquí?- pregunté alejándome de él.
Me acurruqué en la cabecera de la cama y rodeé mis piernas con mis brazos. Lo miré de reojo, con miedo, como si mirara a un animal salvaje que estuviera a punto de atacarme.
- Eden…- su voz sonaba como un ruego- Déjame explicarte…
- No quiero…que me expliques nada. ¡Ya lo entendí! Quiero que te vayas.
Y sin poder evitarlo, comencé a llorar otra vez, en silencio. No quería mirarlo, porque aunque sabía la verdad, sabía que él no me quería, aquellos ojos me podían debilitar. Y no quería caer de nuevo en sus brazos ni en sus mentiras.
- Eden…- tenía el ceño fruncido pero hablaba con voz muy suave- ¿Qué es lo que ya has entendido? Déjame explicarte lo que pasó…
- Tu rechazo ya me lo ha explicado por ti. No tienes que inventar ninguna excusa. ¡Ya sé que no me quieres!- dije. Y al escucharme decir aquello, sentí un dolor profundo en mi pecho. Y tuve dificultad para seguir respirando.
- Eden…, yo te quiero más a que a nada en este mundo.
Lo miré por un instante, contrario a mi voluntad. Había sonado tan sincero… ¡Qué buen actor era!
- Eden…, déjame explicarte lo que sucedió. Escúchame sólo unos minutos y si después… deseas que me vaya…, lo haré.- su voz se quebró.
Y algo dentro de mí se quebró, también. Pero tenía que ser fuerte. La escena de su rechazo volvió a torturarme y comencé a sollozar.
De repente, Adam se puso de pie. ¿Acaso ya se iba? ¿Ya se había dado por vencido? ¿Tan pronto? Bueno, era mejor así. Era mejor que se fuera.
Pero no se fue. Se acercó a la ventana y metió la mano en su bolsillo. Su celular vibraba y, mirándome, lo atendió:
- Sí, ya apareció.- lo escuché decir- Él está bien. Estamos en su casa.
Y luego de unos segundos dijo:
- Mejor habla tú con él…
Me pareció oírlo de mal humor. Se acercó a mí y me dio el teléfono. No quise agarrarlo. Me quedé en silencio y me abracé con fuerza las piernas.
- Atiende. Es Damien…- me dijo serio.
Damien…
Oír aquel nombre pareció sacarme de mi estado de shock. La voz negativa que me había seguido toda la tarde no había podido destruir mi imagen positiva de Damien. Él me había querido advertir sobre su primo. Me acerqué a Adam y en un arrebato le arranqué el teléfono de las manos.
- ¿¡Damien!?
- ¡Eden! ¡Gracias al Padre que estás bien! Temí que algo malo te hubiera pasado.
Su voz me recorrió el cuerpo como una corriente eléctrica y dejé de temblar.
- Damien, ven, por favor. Te necesito.
Miré a Adam de reojo, en un impulso. Cuando escuchó mi ruego, frunció el ceño y se le tensaron los labios. Pero no me importó. Porque quizá estaba actuando. Lo único que yo quería era ver a Damien.
- Eden, yo hago lo que tú quieras. Pero… primero, escúchalo. Escucha lo que tiene que decirte. Y si después de escucharlo, aún me necesitas, me llamas y yo voy.- la voz de Damien sonaba sincera.
- Te necesito…- balbuceé, mientras me ponía a llorar otra vez.
- Eden…- su voz sonaba conmovida.
Pero antes de que pudiera decirme algo más, sentí la mano de Adam arrebatarme el teléfono. Se lo puso en la oreja y dijo:
- Haz lo que te pide, Damien. Pero dame tiempo. Yo mismo te llamaré más tarde.
Su voz también sonaba conmovida. No pude evitar mirarlo. Sus grandes ojos negros me traspasaron mientras dejaba el teléfono a un lado, sobre el escritorio. Su mirada me envolvía. Me sentí hipnotizado. Sabía que no podría aguantar mucho tiempo sin que mi voluntad se quebrara. Así que bajé la vista, confundido, pensando en qué podía hacer para que se fuera. Volví a sentarme en la cama.
- Eden, te pido sólo dos minutos.- me rogó- Y después te prometo que si aún lo quieres…, me iré…y no volverás a verme nunca más…
Rompí en llanto. No verlo nunca más. No podía concebir una vida sin él. No quería vivir sin él. Pero el dolor que sentía aún me atravesaba sin piedad.
-Pero antes de que hablemos…, debes cambiarte de ropa. Estás empapado y no quiero que te enfermes.
Comencé a ser consciente de que tenía la ropa pegada al cuerpo y de que sentía mucho frío. Adam tomó un buzo y unos joggings que sobresalían de mi valija abierta y me los dio.
- Deberías deshacer tu equipaje…- me dijo de repente- porque ya no tendrás que seguir huyendo…
Me miró por unos segundos y volvió cerca de la ventana, parándose de espaldas a mí. Esperó paciente a que yo me cambiara de ropa. Volví a acurrucarme cerca de la cabecera de la cama y lo llamé.
- Eden,- me dijo- debes escucharme…
- Tú no me quieres.- balbuceé- ¿Por qué estás aquí? ¿Por qué me sigues torturando?
- Eden…- me dijo en un susurro mientras venía hacia la cama.
Se sentó cerca de mí y me atrajo hacia él, envolviéndome en sus brazos. Nuestros rostros estaban frente a frente, a solo un par de centímetros. Traté de liberarme pero me fue imposible. Él me tenía preso entre sus brazos y me sujetaba con fuerza pero sin lastimarme. Era fuerte pero delicado a la vez.
- Me alejé de ti para protegerte. Yo sé que…ya sabes lo que soy…
Su aliento me rozaba el rostro. Y sus ojos me traspasaban. Parecían húmedos. Adam estaba a punto de llorar.
- Eden, quise que vieras a mi madre. Sabía que te darías cuenta, que atarías cabos. Desde que te vi supe que eres muy inteligente. Y estaba seguro que terminarías por darte cuenta de todo. Mi padre se casó con mi madre porque ella tenía un prana muy fuerte. Y mi padre ha vivido de ese prana los últimos diecisiete años.