Redemption, sacrificio de Amor

15- Noche negra

Alice no se sorprendió cuando le dije lo que haría. Damien ya se lo había dicho. Subí a la camioneta, en el asiento trasero, sintiendo que todo el cuerpo me temblaba. El silencio helado de Marie no me importó. Mi mente estaba a varios kilómetros de allí. Mis pensamientos ya estaban junto a Adam, aunque mi cuerpo agarrotado estuviera sentado allí.

Damien encendió el motor. Pude notar que me miraba fijamente a través del espejo retrovisor. Le devolví la mirada. Parecía que nos habíamos olvidado de todo lo demás, durante ese instante.

- Eden…- dijo con voz suave- Dímelo…

Seguí mirándolo en silencio.

- Me estás odiando…

Sonreí.

- Jamás podría odiarte. Yo te adoro.

Se mordió el labio, conmovido. Y recién allí tuve conciencia de que estábamos hablando como si Marie no estuviera con nosotros. Me recliné hacia atrás y traté de fijar mi vista en el paisaje oscuro que empezaba a moverse afuera, mientras llegábamos a la bifurcación. Me parecía ir flotando por la ruta. Sentía mi cuerpo tan extraño… Como si le perteneciera a otra persona. Incluso al respirar, sentía que el aire llenaba otros pulmones y no los míos. No podía creer que hacía solo unas horas, yo había estado hundido en el dolor y la desesperanza. ¡Y hasta había pensado en irme de allí para siempre!

Mi corazón se aceleraba a medida que avanzábamos en la ruta. Afuera la noche ya era dueña de todo. No se veía nada, solo un manojo de estrellas y una bruma que parecía seguirnos como un centinela. Mis ojos buscaron inconscientemente los ojos de Damien, en el espejo retrovisor. Me sorprendió ver que ya estaban fijos en mí. Sonreía. Y aquella sonrisa terminó por afianzar mi nuevo sentimiento. 

Me aferré a mi colgante. El ala brillaba en la semi-oscuridad y la pequeña piedra titilaba cuando se movía. La apreté entre mis dedos y suspiré. Pese a que el dolor parecía haberme abandonado, una sensación de vacío y vértigo me llegó de golpe cuando vi que el camino curvo del cerro se acababa y la gran mansión se alzaba frente a nosotros. Pero Damien pasó de largo la entrada y estacionó cerca de unos troncos frondosos. Lo miré, buscando una explicación.

- Debemos mantenerte lejos de…ojos peligrosos.

- Como si eso fuera a resultarnos fácil.- la voz de Marie se escuchaba por primera vez desde que habíamos empezado el viaje.

Damien la miró con el ceño fruncido.

- No me mires así.- Marie estaba visiblemente enojada- Se puede sentir su prana a kilómetros.

Damien suspiró y me miró.

- Marie tiene razón. La campera de Adam ya no disfraza tu prana. Y menos ahora que está empapada. Te dije que debías cambiarte de ropa. Vas a enfermarte.

Lo miré conmovido. Su preocupación por mí me traspasó como un rayo. Él pareció darse cuenta y clavó sus ojos en mí. Y para mi vergüenza, Marie carraspeó, perdiendo la paciencia. 

¡Otra vez nos habíamos olvidado de ella!

Descendimos del automóvil. Damien me ocultó detrás de unos árboles y miró a Marie durante varios segundos, en silencio. Ella parpadeó un par de veces y asintió. Luego me miró de arriba abajo con una expresión muy dura y enfiló hacia el frente de la casa. Cuando la perdí de vista, miré a Damien. Otra vez parecía traspasarme con la mirada.

- No necesitan hablar para comunicarse…- dije más para mí que para él.

Sus ojos brillaron y sonrió.

- ¡Vamos!- me dijo tomándome de la mano.

Rodeamos la mansión hasta la parte de atrás. Damien se acercó a mí y me hizo señas para que me quedara callado. Se acercó un poco más y clavándome la mirada comenzó a bajarme el cierre de la campera. Inevitablemente mi corazón se aceleró. Me la quitó y me dio la suya. Me la puse, tratando de no temblar, por el frío y por lo que estaba a punto de hacer. 

Damien se trepó a uno de los balcones del piso superior, y me levantó de la cintura como si yo no pesara nada. Y me depositó junto a él. Golpeó con los nudillos el ventanal- muy suavemente. La cortina se corrió y la mano de Marie apareció por detrás, sacando el seguro. Nos abrió y entramos, tratando de no hacer ruido. Marie, sin mirarnos siquiera, se fue por una puerta y Damien y yo, por otra. 

Caminamos por un largo pasillo oscuro- de paredes revestidas iluminadas por lámparas ubicadas cada dos ó tres metros. Damien miraba cada tanto por sobre su hombro para cerciorarse de que nadie anduviera por allí. Llegamos a una puerta, casi al final del pasillo, y la mirada de Damien me hizo vibrar. Habíamos llegado. Ante una seña suya esperé pegado a la pared mientras él abría la puerta muy despacio. Se asomó a la habitación y unos segundos después, me tomó de la mano y me hizo entrar.

Me quedé helado cuando vi a Adam en una cama alta, en el centro de la habitación. Me costó al principio verlo con claridad porque la luz del lugar era muy tenue. Pero en seguida mis ojos se adaptaron y pude verlo, pálido, ojeroso, con el cabello empapado. Ahogué un sollozo y corrí hasta su cama. Me dejé caer cerca de su rostro. Y comencé a llorar. Rocé su cara con mis dedos- que me temblaban demasiado- y me asusté todavía más. Estaba hirviendo. La fiebre era muy alta. Sus labios estaban cuarteados y extremadamente blancos. Puse mi mano en su pecho y lo moví un poco pero no reaccionó. Tenía los ojos cerrados y apenas podía sentir sus latidos.

Ahogué otro sollozo. Sentí que mi rostro ya estaba empapado en lágrimas. Busqué su mano, debajo de la gruesa sábana que lo cubría. La tomé fuerte mientras me daba cuenta de que tenía el torso desnudo y empapado en sudor.

Me aferré a su mano como tratando de impedir que se alejara. No sabía a dónde. Estaba aterrado. Tuve la horrible sensación de que se me estaba escapando. Y no podía permitirlo. Me acomodé mejor cerca de su oído y comencé a hablarle, en susurros:

- Mi amor, estoy aquí contigo…

Sentí que mi voz sonaba débil, quebrada. Así que traté de llenarme de fuerzas y le volví a hablar. Si me estaba oyendo- como yo pensaba que lo hacía- necesitaba que sintiera mi fortaleza. Necesitaba transmitirle mi energía. Pero cuando iba a hablarle otra vez, una mano me jaló de un brazo y unos dedos fuertes me taparon la boca. 




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