Sentí que la boca se me secaba cuando vi que el Falcon se perdía por el camino hacia la ruta. Corrí hasta el espejo del baño. Parecía más despeinado que otros días, como si eso fuese capaz. ¿O quizá era idea mía?
Sonreí. Si todo salía como yo esperaba, lo que menos importaría era cómo estaba mi cabello. Me arreglé la ropa: unos jeans oscuros y una camiseta color lila, ¡de mi talle!- que mi madre me había regalado ese mismo cumpleaños. Al abrir el paquete, Alice se sorprendió, porque se lo agradecí. Y quizá con demasiado ímpetu. Alice me miró pícara y sonrió. Pero para mi alivio, no hizo ningún comentario.
Con un último vistazo, volví a mi dormitorio. Apagué la luz de arriba y encendí un pequeño velador que estaba sobre el escritorio. La habitación se iluminó con un suave tono cálido, que salía de la luz que rebotaba en la pantalla que rodeaba la lámpara.
Miré el reloj. Y me puse más nervioso de lo que ya estaba. Empecé a caminar de un lado a otro. De repente, se me ocurrió algo que jamás se me hubiese ocurrido antes: perfume… Yo no usaba perfume. Ni siquiera colonia. Pensé que debería haber comprado alguna fragancia para la ocasión pero me arrepentí de solo pensarlo.. No quería oler a otra persona. Quería ser yo. Adam me conocía así. No quería usar ningún disfraz. Entonces me miré la camiseta y dudé. Esa camiseta tampoco me representaba. ¿Y si me la cambiaba? ¿Aún estaba a tiempo? Pero y si lo hacía, ¿qué me pondría? Me mordí el labio y volví a sonreír. Estaba actuando como un tonto. Traté de serenarme. Me senté en el borde de la cama y cerré los ojos.
Respiré profundo. Sentí en el silencio de mi habitación los latidos de mi corazón acelerado. No quería que Adam me encontrara así. Abrí los ojos y los posé sobre mi taza. Sonreí pero no sirvió para calmarme. Aquello no me ayudaba a serenarme.
Miré el reloj otra vez. ¿Por qué Adam no veía? ¿Acaso se había vuelto a sentir mal? Mi corazón se aceleró más. “Tranquilo, Eden”, me dije, “Adam está bien”. Y entonces, ¿por qué no venía? Volví a cerrar los ojos. Me costaba respirar. ¿Y si se había arrepentido? ¿Y si lo había pensado mejor y había decidido alejarse de mí otra vez? ¿Y si no me amaba realmente? Me tapé la cara con las manos. Me temblaba todo el cuerpo y de repente me dieron unas intensas ganas de llorar.
Y entonces, sentí sus manos sobre mi cintura. Adam estaba detrás de mí. Me acercó hacia él y apoyó sus labios en mi cuello. Vibré. Me aferré a sus manos y abrí los ojos. Lo busqué con la mirada. Allí estaban aquellos ojos. ¡Los ojos más lindos del mundo!
- Adam…- me incliné para besarlo pero su rostro serio me detuvo- ¿Adam…? ¿Qué sucede? ¿Estás bien?
- No, no estoy bien…- me dijo alejándose un poco de mí.
Sentí pánico.
- ¿Por qué…? ¿Qué…sucede?- apenas podía hablar.
- Estoy… muy enojado contigo, Eden.
Su voz dura me golpeó como un látigo. Lo miré aterrado.
- ¿Por qué?- mi voz casi no se oía.
- Porque…creíste que no vendría. Creíste que me había arrepentido, que había decidido alejarme de ti, otra vez. Eden, ¿es que aún no has entendido que…te amo…más que a mi propia vida?
Ahogué un sollozo y me abalancé sobre él, tirándolo hacia atrás. Lo abracé y lo besé de una forma tan osada que me sorprendí a mí mismo. Y creo que a Adam también lo sorprendió. Pero sólo por unos segundos porque, en seguida, tomó el control de la situación. Y fue justo a tiempo porque yo ya empezaba a darme cuenta que mi timidez ganaba terreno.
Sentí las mejillas sonrojarse. Y pensé en alejarme un poco pero Adam no me lo permitió. Con un movimiento rápido pero suave, invirtió las posiciones, quedando sobre mí. Apoyé mi cabeza sobre la almohada y, sin dejar de besarme, comenzó a quitarme la ropa. Luego se sacó la camisa, el resto de su ropa y por último los guantes.
Sentí un arrebato de placer cuando su torso desnudo me rozó la piel. Enredé mis dedos en sus cabellos, mientras él me acariciaba todo el cuerpo. Sus labios no paraban de besarme. Besos cortos. Intermitentes. Lo que provocó que me excitara aún más. Luego se separó un poco de mí y comenzó a besarme el vientre. Yo temblaba de placer cada vez que su boca me tocaba. Subió un poco más y me besó, con extremada suavidad, todo mi torso. Me mordí el labio. Abrí los ojos y me encontré con su mirada brillante. Su boca buscó la mía y comenzó a moverse intrépida y vibrante. Lo abracé, atrayéndolo más hacia mí. Y me estremecí por completo. Lo deseaba y se lo dije. Y cuando lo sentí dentro de mí, me aferré a él con todas mis fuerzas. Mi respiración se volvió cada vez más intensa hasta convertirse en un gemido. Luego, dos. Luego, tres. Y así continué hasta que perdí la noción del tiempo.
Él me soltó recién cuando los dos estábamos exhaustos. Se apartó de mí suavemente. Pero unos segundos después, me envolvió con sus brazos y me tapó con la manta. El placer me recorría el cuerpo, de los pies a la cabeza, como si fuera una corriente eléctrica. Suspiré, mientras sentía mi corazón calmándose dentro de mi pecho. Adam acercó su boca a la mía. Sentí su aliento dulce. Y me besó de una forma tan seductora que sentí un fuego arrebatado consumirme todo el cuerpo.
No sé cuánto tiempo pasó. Sólo sé que nos quedamos quietos, abrazados, sintiendo uno el calor del otro por varias horas. Y después comenzó a recorrer mi piel con las yemas de sus dedos, una y otra vez. Y me inundó de besos suaves, apenas rozando mis labios, provocando chispas cada vez que lo hacía. Me miraba de una forma envolvente, mágica. Sus ojos me devoraban. No se movieron de los míos el resto de la noche.
Cuando la luz del amanecer comenzó a filtrarse por las ventanas, me apretó un poquito más, sacándome de una ensoñación dulce y placentera.
- Ángel, debo irme…- me susurró.
Y aquellas palabras me trajeron a la realidad.
- No, no quiero que te vayas.- me aferré a él con todas mis fuerzas.
- Tu madre llegará pronto.- sus palabras fueron duras pero su tono era tan dulce que me deleité otra vez.