- ¿Alguien podría volver a explicarme porqué él ha venido con nosotros?- preguntó Marie frunciendo el ceño.
Su expresión no dejaba dudas. No me quería allí.
Adam me tomó de la mano y la apretó suavemente. Miré a Damien de reojo y me pareció verlo sonreír.
- Porque…- Anthony empezó a responder creyendo tal vez que nadie más lo haría- donde manda Oscuro…, no manda Penitente.
Adam lo miró y reprimió una carcajada.
Una brisa fresca comenzó a venir del mar. Avanzábamos los cinco por un camino cubierto de hojas muertas y guijarros. El bosque, cada vez más cerrado y denso, se extendía en todas direcciones. La luz del sol del atardecer era muy débil. No faltaba mucho para que la oscuridad de la noche cayera sobre nosotros. Me estremecí al pensar aquello y sentí la mano de Adam que me apretaba un poquito más. Sus ojos estaban clavados en los míos. Y eso me bastó para sentirme más calmado.
Había planeado pasar mi fin de semana con Adam. En algún tipo de cita, quizás. En nuestra playa, en una cena romántica, lejos de todo y de todos. Ya que había sido una semana difícil. Adam tuvo que ausentarse un par de días, para alimentarse y habíamos recibido la mala noticia de que aquella enfermedad rara se estaba extendiendo por el pueblo muy aprisa. Sin embargo, aquel sábado por la tarde, los planes cambiaron. Adam pasó por mí y me dijo que tenía algo importante que hacer y que yo podía acompañarlo si quería. No pregunté a dónde iríamos. Lo único que yo deseaba era estar junto a él. Y por eso accedí. Pero cuando vi que Marie, Damien y Anthony nos esperaban en el medio de una ruta que acababa abruptamente en lo que me pareció era el medio de la nada, supe que no debía esperar que aquello fuera una cita romántica para dos.
Después de lo que me pareció un par de horas, aminoramos el paso- habíamos dejado los vehículos tras algunos árboles- y llegamos a un claro. Era un lugar semi-circular, con el suelo de tierra gris y seco, muy diferente a lo que veníamos viendo hasta ese momento. De la claridad del sol ya prácticamente no quedaba nada. Sólo algunos rayos que todavía podían penetrar la frondosa arboleda. Llegué al borde del círculo natural y cerré los ojos. El silencio que me rodeaba me estremeció por completo.
Sentí la mano de Adam, apretando la mía con suavidad. Abrí los ojos y me acerqué un poco a él. Me miraba de una forma extraña, como expectante.
- ¿Qué sientes?- me preguntó casi en un susurro.
- Siento…mucho silencio.- contesté.
La risa discordante de Marie me arrancó de una especie de trance.
- ¡Qué inteligente!- exclamó- ¡Estamos en el corazón del bosque! ¡Claro que hay silencio!
La miré y hablé antes de poder contenerme.
- Por eso mismo es extraño. Si estamos en el corazón del bosque, a la hora en la que todos los habitantes nocturnos despiertan para cazar, no debería haber este silencio.
Marie curvó los labios y frunció el ceño. Me pareció que quería responderme pero por alguna razón no lo hizo.
- Fue una buena idea traerlo.- le dijo Anthony a Adam, mientras me señalaba.
Adam asintió.
- ¿Qué hacemos aquí? ¿Qué buscamos?- pregunté.
Adam y Anthony intercambiaron miradas. Busqué los ojos de Damien. Éste me miraba con una hermosa sonrisa. Ya no brillaba como la primera vez que lo vi después de mi iniciación pero desde ese momento, casi siempre lo rodeaba un halo de luz blanca sobre todo alrededor de la cabeza y los hombros. El aroma a rosas lo seguía precediendo. Y de las palmas de sus manos salían unos rayos, blanco amarillentos. Sin embargo, esa tarde algo había cambiado. Sus palmas brillaban con un suave destello rojo. Me acerqué y tomé sus manos. Los guantes de lana estaban iluminados y calientes al tacto. Damien me miró con curiosidad.
- ¿Por qué tus Dálets emanan un color diferente hoy?
- Porque tiene hambre.- la voz de Marie era bastante desagradable.
- ¿No fueron de caza esta semana?- pregunté mirando a Damien primero y luego a Adam.
- Sí…pero…- la voz de Damien sonaba insegura- el prana de los animales es demasiado denso y no me hace sentir bien, me cuesta digerirlo. Y cuando estoy frente a un prana más poderoso por ser más sutil…, más apetecible… mis Dálets se activan…
Los ojos de Damien se calvaron en el suelo. Supe que se refería a mí al decir “prana apetecible”, pero aún así, no solté sus manos. Busqué su mirada y le sonreí. Su semblante cambió y se acercó un poco más a mí y el perfume a rosas que emanaba de él, se hizo más intenso.
- Gracias, precioso.- me susurró.
- ¿Gracias porqué?
- Por no temerme. Por aceptarme como soy.
Iba a responderle pero Marie otra vez se metió en la conversación, utilizando su tono más desagradable.
- Él los acepta porque en realidad no tiene idea de cómo son. Apuesto a que si te viera a ti, Damien- el hermoso y perfecto Damien- alimentándose de un animal y absorbiendo su prana hasta dejarlo seco, cambiaría la ridícula y novelesca opinión que tiene de ti…
- ¡Basta, Marie!- Damien parecía contrariado.
Marie y Damien se miraron fijamente y ambos tenían los puños cerrados, a los costados de sus cuerpos y una postura muy tensa. La luz que rodeaba a Damien seguía siendo brillante pero vi en Marie algo que me dejó perplejo. La leve luminosidad que a veces brillaba alrededor de su cabeza se había convertido en un denso humo negro, brumoso que comenzó a extenderse por el contorno de su rostro y luego bajó a su pecho. No podía ver las palmas de sus manos pero no me hizo falta: un humo negro arremolinado crecía en cada mano traspasando los guantes.
Aquello me asustó así que tomé el rostro de Damien con mis manos y lo obligué a que me mirara. Apenas sus ojos se encontraron con los míos, la luz que emanaba de él se hizo más potente y más brillante. Y la calidez de una sonrisa franca que nació de sus labios rojos me tranquilizó.
Escuché un gruñido. Y supe, sin mirar, que provenía de Marie.