1 de agosto de 1926
La nueva amenaza lanzada por los chicos de Di Luca había encendido la furia del Don. Salvatore decidió tomar medidas drásticas: acabarían con gran parte de la pandilla rival. Quería la cabeza del líder y nada, ni nadie, lo haría cambiar de opinión.
Era ya medianoche cuando me reuní en el bar con Vito y Enzo para hablar de los planes del Don. El ambiente era denso y sombrío; el olor a cigarro y alcohol que impregnaba el local me repugnaba, no era lo mío, pero era necesario estar allí para las planificaciones. Durante los pocos días posteriores a las órdenes de Salvatore, gran parte de la banda rival había sido eliminada. Las escenas que llegaban a la ciudad eran horrendas: cuerpos aparecían en las calles, y Roma, de paraíso tranquilo, se había convertido en un infierno. Yo estuve inconsciente la mayor parte del tiempo en mi proceso de recuperación, así que sólo llegaban rumores sobre lo ocurrido.
Vito contó todo lo que, según él, “me había perdido”; parecía disfrutar el caos, y esa sonrisa psicópata lo delataba.
—Los hubieras visto, Tony, JAJAJA… la forma en que algunos suplicaban por piedad era muy satisfactoria —dijo Vito con cruel ligereza.
—Basta, Vito —replicó Enzo con tono severo—. No hace falta ser tan detallista, y menos en un lugar tan abierto.
—¿Era necesaria tanta masacre por parte de los nuestros? —pregunté, con el rostro pensativo.
—No sabes lo que dices, chaval —contestó Vito—. Esos perros eran un par de niñatos jugando a ser gánsteres en una ciudad dominada por verdaderos lobos.
—Vale, no nos desviemos del tema. Vito y Tony: el Don nos ha reunido para cumplir la fase final de su plan. Comprenderán que esto es muy importante para Salvatore, así que no lo arruinen. De lo contrario, los chicos de Di Luca no serán los únicos en morir —Dijo Enzo
—Bueno, vamos al lío: ¿qué planea el Don? —Pregunte
—Como estuviste inconsciente, Tony, el Don tiene una misión especial para ti —dijo Enzo—. Quiere que captures a Di Luca y lo lleves ante él. Nosotros te ayudaremos, pero tienes que atraparlo tú. Es una prueba para demostrar tus capacidades; si la superas, quizá le complazcas más al Don. Nosotros nos encargaremos de la basura que hay alrededor; tú ve por el líder.
—¿Y cómo voy a hacerlo? —respondí, inseguro.
—¿Estás seguro de dejárselo al nuevo Enzo? —intervino Vito—. El Don a veces toma decisiones torpes; deberíamos encargarnos nosotros de matar a ese capullo.
—Cierra el pico de una buena vez, Vito —grito Enzo—. Esta es decisión del Don, no mía. Ahora debemos asegurarnos de que Tony cumpla su tarea.
—No te preocupes por mí, Enzo —replique con determinación—. Ya me las apañaré. Hagan lo necesario para que yo pueda llegar hasta él.
—Bien, no perdamos más tiempo. Di Luca está en un restaurante no muy lejos; nuestros contactos lo vieron. Probablemente salga dentro de un rato, así que vayamos —dijo Enzo.
Preparados para el plan maestro —capturar a Di Luca y poner fin a las disputas— subimos al auto. Durante el viaje pensé en cómo atrapar al líder rival sin abrir fuego antes de tiempo o sin que me traspasaran a mí. Varias ideas vinieron a la mente mientras veía una Roma cerrada y oscura por los incidentes. El trayecto duró apenas diez minutos; al llegar, los tres nos miramos y supimos que había llegado el momento.
—Tony, estate atento. Nosotros iremos primero y nos encargaremos de los renacuajos que lo custodian —dijo Enzo.
—JAJAJA, Vito—se burló Tony—. No te vayas a orinar al intentar entrar. Yo me encargaré de que no te maten, claro.
Asentí y esperé la señal. Tras un par de minutos se escucharon los primeros disparos; era la señal.
Entré lo más rápido que pude y encontré el lugar hecho un caos: cuerpos tirados por doquier. No era momento de pensar; corrí entre el desconcierto, esquivando y disparando a lo loco. Tenía que encontrar a Di Luca.
Después de cinco minutos persiguiendo por los pasillos lo vi: Di Luca, el maldito que nos había causado tantos problemas. Un hombre delgado, de estatura media, pálido, con la mirada perdida.
—Entonces supongo que este es el fin, ¿verdad? —dijo.
—Tú buscaste esto, Di Luca. No nos diste opción. Yo solo sigo órdenes —respondí.
—Lo entiendo, chaval —contestó con calma—, pero no sabes en lo que te has metido. ¿Piensas que por acabar conmigo todo acabará? Salvatore no es lo que piensas; él acabará contigo cuando menos lo esperes. Solo serás otro perro tirado en las calles de Roma.
—Cállate. Dile eso al Don. No quiero escuchar tus últimas palabras; ahórramelas —dije.
—JAJAJA, chaval estúpido —se burló Di Luca—. Fui una vez la mano derecha de Salvatore, su hombre de confianza, su amigo...
—Quizá por eso te busca ahora: por traidor. No mereces perdón. Además, casi me matas, así que basta de palabras, ven —insistí.
—Es mejor acabar con esto chico, no te preocupes, solo mandale a salvatore mis saludos, y no olvides lo que te dije, tarde o temprano deberas de cuidar tu espalda.
Di Luca sacó su arma en un movimiento rápido. Antes de que pudiera reaccionar, apuntó a su propia cabeza y disparó.
—¡¡No!! —grité, maldiciendo mi incapacidad de detenerlo.
Los disparos resonaron y Di Luca había decidido dar por terminada su vida. Enzo y Vito llegaron corriendo; los tres contemplamos la escena: su cuerpo recostado sobre la mesa, la sangre que manaba, la quietud que rompía la noche. Yo estaba desconcertado; Enzo atónito; Vito, molesto.
Con aquella tragedia terminó la guerra entre las bandas. Y yo, quedándome allí, no pude evitar pensar que quizá debería haberle hecho caso cuando dudé. Tal vez tenía razón.
Puse la mano en el bolsillo, sentí el frío del revólver y, en medio del silencio que dejó la violencia, comprendí que en Roma todo costo tenía su precio —y que, a veces, ese precio era más alto de lo que estábamos dispuestos a pagar. Aun asì ese aprendizaje llego con los años y varios errores, errores que me trajeron hasta donde estoy ahora.
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Editado: 31.10.2025