Redención en la Tormenta. Cambiando Destinos.

Capítulo ¿Qué haré?

Aitana tomó una respiración entrecortada, sus lágrimas rodaban sin control por su rostro congestionado. La llamada con Roman había sido un torbellino de sentimientos: miedo, desesperación, dolor.

A cada palabra que salía de sus labios, el peso de la noticia se hacía más insoportable.

La voz de Roman al otro lado del teléfono temblaba, pero también transmitía una determinación firme.

—Roman... —susurró entre sollozos—. La atacaron... La herida fue grave. Tuvieron que hacerle una cesárea de emergencia... La niña está bien, está en la incubadora, pero... Alina no pudo sobrevivir. No pudo... —las lágrimas la ahogaban, su cuerpo temblaba con cada respiración agitada.— está muerta Roman... MI HERMANA ESTÁ MUERTA. — gimió con desconsuelo.

Desde el teléfono, Roman quedó en silencio por unos segundos que parecieron eternos. La angustia lo atravesó como un rayo, pero también una furia contenida por la impotencia. Sin dudarlo, su voz salió firme y decidido.

—Lo siento mucho, cariño... Voy para allá, Aitana. Salgo inmediatamente. No importa lo que tenga que hacer, estaré contigo. No estás sola en esto, mi amor. Estaré a tu lado en todo momento, cariño.

La despedida fue breve, pero en su corazón quedó el compromiso. Aitana, con el corazón hecho pedazos, colgó el teléfono y se quedó allí, en medio del pasillo del hospital, en un mar de lágrimas que parecía no tener fin.

Mientras tanto, en la misma institución, una enfermera se acercó con suavidad, percibiendo el estado emocional de la mujer. Con una sonrisa comprensiva, le habló con voz tranquila.

—¿Señorita, desea pasar a ver a su sobrina?... Es un momento difícil, pero si quiere, puede verla.

Aitana, aún con la vista nublada por el llanto, asintió lentamente. La enfermera le indicó que la siguiera y juntas comenzaron a recorrer un largo pasillo, sus pasos resonando en el silencio tenso del hospital. Finalmente, llegaron a una habitación con un enorme cristal que dividía el interior del espacio del pasillo. La enfermera abrió una puerta y señaló con cuidado.

—Puede verla desde aquí, a través del vidrio, ella, aquella preciosura que está allá. Sé que todo ha sido brusco, pero... debería pensar en cóo llamarla, todos necesitamos un nombre— sonrió y Aitana asintió, no había tenido tiempo para pensar en aquello, pero... Alina si lo había pensado, Alina había decidido qué nombre darle.

—Valentina...— dijo con voz quebrada— su nombre es Valentina Jones— la enfermera asintió.

Aitana se acercó lentamente, sus manos temblorosas apoyándose en el cristal frío. Allí, en una cuna diminuta, descansaba una bebé que parecía envuelta en un aura de fragilidad y belleza. La niña tenía un escaso cabello rojizo brillante, como el de su hermana Alina y, en cierto modo, también como ella misma, ya que coprtían la misma tonalidad. Sus pálidas mejillas se hinchaban con cada llanto, y su pequeño cuerpo se agitaba con cada gemido. La niña lloraba coo lamentando también la perdida de su madre.

Pero en medio de esa escena, algo llamó la atención de Aitana: la bebé, después de llorar desesperadamente, elevó una manita diminuta y llevó su dedo a la boca, chupándolo con una ternura que desgarraba el corazón. Esa pequeña acción, tan simple y al mismo tiempo tan llena de significado, le hizo sentir un golpe en el pecho.

El peso de la realidad cayó sobre ella como una losa. En ese instante, la magnitud de lo ocurrido y lo que estaba por venir le golpeó con fuerza. No tenía idea de cómo cuidar de un bebé. La niña era frágil, vulnerable, dependiente de ella en cada respiración. La idea de alimentarla, cambiarla, protegerla, parecía una montaña infranqueable.

—¿Qué voy a hacer? —susurró en voz baja, tocando con una mano el cristal, sus dedos temblorosos buscando alguna respuesta en aquella pequeña figura que parecía tan frágil y, sin embargo, tan llena de vida. —¿Cómo voy a salir adelante con esto?

Las lágrimas comenzaron a brotar de nuevo, deslizando surcos por sus mejillas. La angustia la envolvió, apretando su pecho, dejándola sin aliento. La pérdida de su hermana era un dolor que aún no lograba aceptar, y ahora, en medio de todo, tenía que enfrentarse a la responsabilidad de cuidar de aquella niña que, en su inocencia, solo buscaba consuelo.

—¿Qué vamos a hacer? —preguntó, con la voz quebrada, a la pequeña que lloraba en la cuna. La bebé la miraba con unos ojos grandes, brillantes y llenos de una confianza ingenua que parecía decirle que todo estaría bien, que ella solo necesitaba amor y cuidado.

Pero Aitana no sabía si podía ofrecerle eso. Ella que había rechazado la maternidad, que siempre se había sentido insegura y perdida en la idea de ser madre, ahora se encontraba con esa responsabilidad encima. La culpa, el miedo y la incertidumbre se mezclaban en su interior, formando un torbellino que le impedía pensar con claridad.

—¿Y ahora qué? —musitó, tocando suavemente la cabecita de la bebé a través del cristal. Su voz apenas era un susurro, cargado de desesperanza. —¿Cómo te cuido? ¿Cómo te protejo?

La pequeña, como si entendiera, elevó nuevamente su dedo y lo metió en su boca, buscando consuelo en ese acto instintivo. Aitana sintió que algo en ella se quebraba, que la misma fuerza que intentaba mantenerse en pie se desvanecía lentamente.

Se quedó allí, de pie, con la mano apoyada en el cristal, viendo a aquella bebé que, en su inocencia, no entendía aún la magnitud de la pérdida que la rodeaba. La angustia la invadió por completo y, sin poder contener más el llanto, se inclinó un poco y apoyó la frente contra el vidrio, dejando escapar un sollozo profundo.

—¿Qué haremos? —preguntó de nuevo, esta vez en voz más baja, como si la bebé pudiera escucharla y entenderla. —¿Cómo saldremos de esto?

Sus lágrimas caían sin control, mezclándose con el silencio del pasillo. La incertidumbre la envolvía, pero en esa misma desesperación, también surgía una chispa de determinación. Aunque no sabía cómo, sabía que no podía dejarla sola. La pequeña dependía de ella, y, en ese momento, esa responsabilidad le parecía un peso inmenso, pero también una oportunidad de redención.




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