Cameron Hamilton abrió la puerta de la nevera y un gruñido de hambre escapó de sus entrañas. La vista de su nevera vacía le recordó cuánto tiempo había olvidado ir de compras; hacía ya un año que evitaba ese acto rutinario... no un año sin hacer compras, sino un año sin ir a hacer un mercado decente.
Cerró la puerta del refrigerador con un suspiro y hizo una nota mental: "Comprar algo en el supermercado".
El día no prometía mucho más que el simple acto de sobrevivir... como lo hacía desde un año atrás.
Debía acudir a la oficina para solicitar a su superior que lo reincorporaran; la sombra de la depresión se cernía sobre él, amenazando con acabar con su espíritu. Por más que luchaba, la tristeza parecía no abandonarlo jamás, como una presencia constante que le recordaba lo frágil que era... lo debil que se había vuelto.
Salió de casa, cerrando la puerta tras de sí, y caminó hasta la parada de autobús. Se subió, pagó el pasaje y se acomodó en el fondo del vehículo, desde aquel día evitaba manejar, era imposible para él estar frente al volante, así que solía tomar taxis o autobuses que lo ayudaran a trasladarse, desde su asiento contemplaba el paisaje pasar por la ventana en silencio.
El trayecto le pareció eterno, cada parada una pequeña espera por volver a su rutina.
Finalmente, llegó a su destino y bajó del autobús. Sin ganas de enfrentarse a más obligaciones, entró en un pequeño restaurante que conocía de siempre. Se sentó en una mesa en el rincón, pidió un café, pan, huevos y tocino. La comida era simple, pero en ese momento, era todo lo que necesitaba. Se dedicó a comer en silencio, sumido en sus pensamientos.
La mesera, que había notado su semblante apagado, intentó coquetear con él, con una sonrisa tímida y palabras suaves. Pero Cameron, absorto en su mundo interior, la ignoró por completo. Cuando ella intentó volver a establecer contacto, él, con educación y firmeza, le pidió que lo dejara comer a solas, agradeciéndole con una sonrisa triste y silenciosa. En ese rincón, en esa pequeña pausa, Cameron buscaba un poco de paz en medio del caos que llevaba dentro.
Un caos interior que se había vuelto su fiel compañero, ese que no lo dejaba ni a sol, ni a sombra.
Se quedó unos segundos en silencio, observando la taza de café que reposaba frente a él en la mesa del pequeño restaurante. La luz tenue de la mañana filtrándose por la ventana creaba un ambiente tranquilo, aunque en su interior todo era un torbellino de pensamientos y emociones reprimidas. La mesera todavía le lanzaba miradas nerviosas, esperando una respuesta que Cameron no podía ofrecer... ni a ella, ni a ninguna otra mujer.
Con un suspiro profundo, tomó un sorbo de café y se levantó lentamente de la silla, dejando un par de billetes sobre la mesa. La rutina del día lo había llevado hasta allí, quizás buscando un poco de paz en medio de su tormento interno.
Salió del establecimiento y caminó sin rumbo fijo por las calles de la ciudad. La lluvia ligera que comenzaba a caer parecía reflejar su estado de ánimo: una mezcla de tristeza y resignación. No le importaba si el mundo a su alrededor parecía seguir con normalidad; para él, todo había quedado en pausa desde aquel día fatídico. La pérdida de su familia, la culpa, la depresión que lo consumía día tras día, todo parecía cobrar vida en cada paso que daba.
Finalmente, llegó a la estación de policía. La estructura de cemento y acero le resultaba familiar, un refugio y una prisión al mismo tiempo. Entró con paso firme y se dirigió directamente a la oficina de su superior, el capitán Luke. Lo conocía desde hacía años, un hombre severo pero justo, que había sido una figura de autoridad y apoyo en sus momentos más oscuros.
—¿Cameron? —preguntó Luke, levantando la vista desde su escritorio al ver al oficial entrar. Su rostro mostraba una mezcla de sorpresa y preocupación.
—Necesito hablar contigo, Luker —dijo Cameron con voz firme, aunque internamente temblaba por la ansiedad.
Cerró la puerta tras él. La conversación fue breve pero significativa. Luke lo escuchó atentamente, frunciendo el ceño mientras Cameron expresaba su deseo de volver al trabajo, de recuperar su placa y arma, de retomar su vida en la calle.
—Cameron, sabes que te aprecio y valoro lo que has hecho en esta institución —comenzó Luke con tono calmado—. Pero también sabes que hay reglas y procedimientos que debemos seguir. Tú has faltado a tus últimas dos terapias con la psicóloga, y eso no es algo que podamos ignorar.
Cameron frunció el ceño, sintiendo una mezcla de frustración y desesperación. La sombra de su dolor todavía lo acompañaba, y la idea de no poder volver a ser el oficial que solía ser le parecía una condena eterna.
—Por favor, Luke —murmuró—. Solo necesito una oportunidad más. Estoy listo, de verdad. Solo quiero volver a casa, a mi trabajo. Necesito sentir que aún tengo un propósito.
El capitán lo miró con comprensión, pero también con firmeza.
—Cameron, entiendo tu dolor. Lo he visto en muchas personas, y sé que es difícil. Pero no puedo arriesgarme a que vuelvas a fallar en tu recuperación. La rehabilitación no es solo para ti, es para todos a tu alrededor. Si no pones de tu parte, no puedo recomendarte para volver al trabajo.
Cameron se levantó de la silla, frustrado. La chispa de rebeldía en su interior quería explotar, pero la controló. Sabía que Luke solo buscaba lo mejor para él, aunque en ese momento solo sentía que todo era una injusticia. Se acercó a la ventana, mirando hacia la calle, tratando de encontrar las palabras que pudieran convencerlo.
—Mira, Luke —dijo con voz entrecortada—. La culpa, el dolor, la tristeza… todo eso fue lo que me llevó a esto. Pero ya no quiero que me mantengan en silencio, en silencio y en lágrimas. Quiero volver a ser fuerte, quiero volver a proteger a otros, poder honrar la memoria de los míos. No me lo quites Luke, no me quites ésto.
Editado: 17.05.2025