Redención en la Tormenta. Cambiando Destinos.

Pasión interrumpida.

Roman llegó a casa después de un largo día de trabajo. La puerta se cerró suavemente tras él y, a pesar del rostro cansado y las incipientes ojeras que comenzaban a marcarse bajo sus ojos, una sonrisa de felicidad iluminaba su rostro. Había sido un día difícil, pero la victoria en el juicio lo llenaba de una satisfacción que lograba disipar cualquier fatiga. Se acercó a Aitana, que lo esperaba en la sala, y sin decir palabra, tomó su rostro entre las manos y lo miró con ternura.

—¡Lo logramos!—exclamó Roman, con una sonrisa radiante. —A pesar de la mala noche, logramos ganar el caso.

Aitana le sonrió, sintiendo también una alegría profunda. Roman la tomó de la cintura y, con un impulso de cariño, la hizo dar vueltas en el aire. Ella reía, llena de felicidad, disfrutando de ese momento de complicidad y amor que parecía borrar cualquier malestar.

—Prepárate—le dijo Roman, todavía con la sonrisa en los labios—. Ponte algo bonito para la cena, te llevaré a un lugar exclusivo. Hoy quiero que celebremos.

Aitana sonrió y luego la sonrisa se borró, frunció el ceño ligeramente, con una expresión de cansancio.

—No sé si puedo—se quejó—. Con Valentina aquí, no podemos ir a ningún restaurante. No aceptan niños, cariño.

Roman bufó con frustración, cruzándose de brazos y dando un paso hacia atrás.

—Siempre lo mismo—dijo con tono molesto—. Nada es como antes. Espero que algún día podamos volver a tener nuestra vida normal, sin tener que preocuparnos por ella todo el tiempo, no es que me moleste su presencia, pero... Valentina llegó para cambiarlo todo, mi amor, y sinceramente no me agradan esos cambios bruscos.

—Lo sé—susurró Aitana, sonriendo e intentando calmarlo—. Pero ahora tenemos que adaptarnos. La niña necesita atención, no podemos dejarla sola y aún está muy pequeña para dejarla con alguna niñera, de hecho, no conseguiría una niñera en tan poco tiempo... te pido que comprendas cariño, te necesito más que nunca, necesito de tu apoyo...

Roman resopló, claramente molesto, y levantó la mano en un gesto de resignación.

—Supongo que lo mejor será pedir comida a domicilio—dijo, y sin más, se dirigió a la habitación, dejando a Aitana en la sala.

Roman se dejó caer en la cama, sintiendo una mezcla de frustración y tristeza. La presencia de Valentina había llegado como un torbellino que arrasó con su rutina y su paz. En pocos días, la pequeña había conseguido irritarlo hasta el punto de cuestionarse sus propios sentimientos. Él, que siempre había pensado que los niños eran alegres y adorables, siempre y cuando no fuesen suyos... ahora se encontraba sintiendo que su vida se había convertido en un caos.

¿Por qué tuvo que pasar esto ahora?—se preguntó en voz baja, golpeando con la mano la almohada.—¿Por qué a mí?

Se levantó y se metió en la ducha, con la intención de quitarse esa sensación de que su momento de victoria se había arruinado. La ducha caliente le ayudó a calmarse, aunque su mente seguía dando vueltas en torno a Valentina y la incertidumbre que le provocaba el cambio en sus vidas.

Mientras tanto, Aitana, preocupada por Roman, decidió ir a la habitación. Se aseguró de que Valentina estuviera dormida en su cuna, con una expresión tranquila y relajada. Aitana sonrió suavemente, sintiendo un amor profundo por esa pequeña que había llegado para cambiarlo todo... mientras la pequeña doría, entonces ella podría tener un momento de tranquilidad e intimidad con Roman, aunque sinceramente estaba muy agotada, con los ojos ardiendo y sintiendo que nada la ayudaría más que dormir un poco, se dijo que necesitaba aprovechar aquel momento de tranquilidad con su esposo.

Sin dudarlo, se quitó la ropa y entró en la ducha con Roman. La calidez del agua y la cercanía con él la ayudaron a olvidar momentáneamente las preocupaciones. Roman, con los ojos cerrados y una sonrisa en los labios, disfrutaba de la intimidad que hacía días no tenían. Los besos y las caricias iban en aumento, el agua cayendo sobre sus cuerpos, creando una especie de burbuja de felicidad en medio del caos que los rodeaba. Los labios de Roman recorrieron su cuello, sus ojos, su frente, se encontraron con sus propios labios en un beso ardiente, mientras las manos de él la acariciaban encendiendo los rincones de su ser.

Pero la calma fue interrumpida por un largo grito infantil, seguido de un llanto desconsolado. Roman maldijo en voz baja, cubriéndose los oídos por un momento.

—¿Qué demonios pasa ahora?—murmuró, con fastidio.— ¿no se supone que estaba dormida?

—Lo estaba... juro que estaba dormida.

Aitana, con una expresión de disculpa en su rostro, se secó rápidamente con una toalla y salió de la ducha, ignorando el enfado de Roman. Se enrolló en la toalla y se dirigió hacia la cuna, donde Valentina se removía inquieta, despertada por el hambre y la confusión, sus pequeños cabellos muy rojos contrastaban con las sábanas blancas de la cuna, y sus enormes ojos azules estaban muy abiertos y llenos de lágrimas. La pequeña lloraba con una intensidad que parecía partir el corazón de cualquiera.

—Ya voy, mi amor—le susurró Aitana, acariciándole la cabecita—. Ya llegue, tesoro, la tía Tana está aquí.— le dijo con cariño.

Roman se quedó en la ducha, frustrado. La interrupción le recordaba que, en medio de su victoria, había otra batalla que librar. La presencia de Valentina le había robado la tranquilidad, alterando su rutina y poniendo a prueba su paciencia. En pocos días, esa pequeña había logrado despertar en él sentimientos que no esperaba: irritación, frustración y un cierto resentimiento por la forma en que su vida había cambiado... si antes había dudado de ser padre algun día, ahora estaba completaente seguro de que jamás tendría hijos.

¡Gracias por la experiencia, Valentina!

—¿Por qué no puedo tener un momento solo para nosotros?—pensó, apretando los dientes.—¿Por qué todo tiene que ser así?




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