Pero ese momento de tranquilidad se fue a la nada y la promesa de mantenerse juntos se fue diluyendo con los días... Si, Roman la apoyaba durante el día en algunas ocasiones tomaba en brazos a Valentina para que así Aitana pudiese descansar o tal vez ocuparse en otras cosas, pero al llegar la noche su buen humor desaparecía, una noche tras otra se repetían los mismos eventos... Valentina lloraba constantemente y cuando Aitana lograba calmarla y dormirla, la niña solo dormía unas dos o tres horas antes de despertar llorando pidiendo alimentación. Roman sentía que su mal humor iba en ascenso, hacía mucho que había dejado de dormir bien y sentía que la ausencia de descanso estaba acabando con él, al mirarse al espejo soo veía supiel palida y sus marcadas ojeras maldecía constantemente al ver como perdía su vitalidad...
Un mes más tarde, Roman sentía que ya no podía más... las noches de sueño reparador se habían esfumado, la niña lloraba constantemente y cuando no, Aitana debía seguirla atendiendo, con casi tiempo nulo que dedicarle a su esposo, eso sin contar que Aitana parecía una vela que se estaba apagando... Su hermoso cabello ahora parecía descuidado y sin brillo, su rostro muy pálido, unas profundas ojeras, había perdido peso y parecía haber descuidado todo en la casa, desde su apariencia hasta a él mismo... desde el nacimiento de la niña, ella solo tenía tiempo para Valentina y aquello lo estaba levando a su límite.
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El ambiente en la oficina del psicólogo era tranquilo y neutral, con paredes de un tono suave y una luz cálida que invitaba a la reflexión. Cameron entró con pasos pesados, renuente, sin ganas de estar allí. La puerta se cerró tras él y, sin muchas ganas, se quedó allí de pie.
El psicólogo, un hombre de mediana edad con una sonrisa amable y calmada, lo recibió con calidez.
—Bienvenido, Cameron. Gracias por venir hoy. ¿Por qué no te sientas cómodamente en el diván?— le invitó, señalando suavemente el mueble. En ese momento, tenía ganas de decirle al psicólogo que odiaba los divanes, que preferiría estar en cualquier otro lugar, pero sabía que si quería recuperar su placa y su arma de reglamento, debía hacer el esfuerzo. Cameron vaciló un instante, luego se acomodó lentamente en el diván, sintiendo el tapizado frío contra su espalda. Quiso decirle que odiaba estar allí, pero en su lugar, se limitó a asentir con la cabeza. La tensión en su cuerpo era evidente.
El psicólogo tomó nota de su postura y empezó con suavidad;
—¿Cómo te sientes hoy, Cameron?— Cameron suspiró profundamente, con una expresión de cansancio.
—Fatal. Sigo de vacaciones forzadas, y solo quiero volver al trabajo. No puedo estar así para siempre...— su voz sonó áspera, con una mezcla de frustración y desesperanza. El psicólogo asintió con comprensión y continuó
—¿Y en casa?, ¿Has comenzado con las actividades más sencillas?... ¿hacer las compras, las tareas de limpieza, dormir en tu cama y no en el sillón?— Cameron frunció el ceño, su humor claramente tenso. Se mordió la lengua, pero logró controlar su irritación.
—Hago lo que puedo, doctor— dijo con voz seca, evitando el contacto visual. —No es fácil, pero intento mantenerme ocupado.
El psicólogo asintió, mantuvo una expresión serena, dejando que la pausa en la conversación se extendiera unos segundos antes de continuar.
—Sé que no es fácil, Cameron. La recuperación lleva tiempo. Cuéntame... ¿Quieres que hablemos de tu familia?, Quizás hoy quieras contarme algo sobre Jane, quizás algo de Jessie o Lucas...
La mención de la familia en ese momento parecía abrir una herida invisible. Cameron se tensó, apretando los puños sobre sus piernas. Su rostro se endureció y sus ojos se posaron en un punto fijo en la pared, como si buscara una respuesta allí. Finalmente, habló con voz firme pero distante.
—Me gustaría que evitáramos hablar directamente de mi familia... al menos por hoy. Aprecio mucho la intención, pero prefiero no hacerlo... ahora.
El psicólogo notó la tensión y no insistió, manteniendo su tono profesional y comprensivo.
—Entiendo, Cameron. Solo quiero que sepas que aquí estás en un espacio seguro, y que podemos hablar de lo que tú quieras, en tu tiempo.
Cameron asintió lentamente, sintiendo que mantener esa línea de resistencia era parte del proceso, aunque le costaba. Sabía que el profesionalismo del psicólogo era genuino, y eso le daba un pequeño consuelo. Sin embargo, también sentía el peso del dolor que llevaba guardado, la tristeza que no quería mostrar en esa sesión.
Mientras la conversación avanzaba, Cameron hacía un esfuerzo consciente por mantener la dignidad y terminar esa sesión. El psicólogo, atento y respetuoso, le ofreció palabras de aliento y le indicó que podía volver para la próxima sesión, sin presiones.
Cameron salió de la oficina con una sensación de agotamiento, pero también con la leve esperanza de que, con tiempo y ayuda, quizás algún día pudiera dejar atrás ese dolor y recuperar un poco de la paz que había perdido.
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La casa permanecía en un silencio profundo, solo interrumpido por el suave respirar de Aitana, que dormía plácidamente en brazos de Roman. La luz tenue de la lámpara de noche proyectaba sombras suaves en las paredes, creando un ambiente de calma y tranquilidad. La pequeña Valentina, la recién nacida sobrina de Aitana, descansaba plácidamente en su cuna, ajena a los sucesos que tenían lugar en la habitación.
Pero esa paz se vio abruptamente rota por un grito estruendoso, que atravesó el silencio como un rayo. La niña, en medio de su sueño, despertó de golpe, su llanto agudo llenando la habitación con una intensidad que parecía desafiar la calma del momento. Roman, que había estado relajado, maldijo en voz alta, su rostro se tensó y su cuerpo se estremeció por la sorpresa y la frustración. Aitana, que aún dormía, se despertó de inmediato, alertada por el grito y las palabras de Roman.
Editado: 17.05.2025