Reena y Celina

La advertencia de Reena

El renacer desde el dolor

Aquel encuentro con Reena dejó a Celina rota. Ya no era la niña altiva que desafiaba a todos con la barbilla en alto. Tampoco era la niña buena que luchaba por ser mejor. Estaba entre dos mundos, luchando por no caer de nuevo en la oscuridad que ella misma había creado.

Esa noche, encerrada en su habitación, repasó una y otra vez cada una de sus decisiones. Recordó cuando se burlaba de sus compañeros por no tener la ropa de moda, cuando obligaba a sus amigas a excluir a quien no le caía bien. Pero también recordó los momentos en que sintió lo bonito de ayudar a otros, de ser valorada por lo que era y no por el poder que imponía.

Con los ojos hinchados por el llanto, Celina se miró al espejo y susurró:

—Yo no quiero volver a ser esa versión de mí.

Tomó una hoja de papel y empezó a escribir una carta para Reena. No sabía si ella volvería a aparecer, pero necesitaba decirle todo lo que sentía:

> “Querida Reena:
No sé si me estás viendo, pero te escribo porque tengo miedo. Miedo de mí misma. Pensé que había cambiado, pero el deseo de ser admirada me ganó otra vez. Me dejé llevar por la antigua Celina, la que usaba su voz para herir.
Pero no quiero que mi papá sufra por mis errores. Te prometo que voy a cambiar, sin trampas, sin magia. Solo yo y mi voluntad. Perdón.
Celina.”

Dobló la carta y la guardó en un pequeño cofre de madera que tenía desde niña. Era el único objeto que conservaba de su abuela, quien siempre le decía: "Lo más valioso que puedas guardar en un cofre, es tu conciencia limpia."

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Los días siguientes fueron un verdadero reto. Ya sin el deseo activo, sus notas empezaron a bajar, y muchos de sus antiguos admiradores se alejaron. Su grupo de amigas volvió a ignorarla. Y en los pasillos, volvió a sentir esa soledad que tanto temía.

Pero esta vez no reaccionó con ira. No buscó vengarse ni devolver desprecio. Por primera vez, aceptó lo que venía como una oportunidad de crecer.

En clase, empezó a preguntar cuando no entendía algo, sin vergüenza. Se acercó a compañeros con quienes jamás había hablado y les ofreció ayuda o simplemente una sonrisa. Pidió disculpas sinceras a quienes había herido, aunque no todos la perdonaron. Pero eso no la detuvo.

El mayor gesto llegó un lunes por la mañana, cuando vio a Martina, otra vez sola en el patio. Celina se acercó lentamente, con el corazón latiendo fuerte.

—Hola… ¿puedo sentarme?

Martina la miró con desconfianza.

—¿Por qué?

—Porque quiero que hablemos. Y, si me dejas… pedirte perdón.

Hubo un silencio largo. Luego Martina asintió.

Ese fue el principio de una nueva amistad. No fue fácil. Martina no confiaba del todo, pero Celina no esperaba recompensas. Solo quería hacer lo correcto.

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El año escolar avanzaba. Celina se mantenía firme, aunque a veces caía en pensamientos viejos. En esos momentos, volvía a leer la carta que escribió y recordaba las palabras de Reena: “Recibirás un premio que conservarás el resto de tu vida.”

Pero no había señales de ella. Y Celina, aunque la extrañaba, comprendió que su ausencia era parte de la prueba.

Una tarde, su maestra de Literatura pidió a cada alumno que escribiera un cuento donde el protagonista superara un gran desafío interior. Celina no dudó: escribió su historia. No usó nombres reales, pero cada línea estaba cargada de su verdad. La historia hablaba de una niña que deseaba poder, pero terminó encontrando algo más importante: la humildad y la compasión.

Cuando entregó el trabajo, no esperaba nada. Sin embargo, una semana después, su maestra la llamó al frente de la clase.

—Compañeros, quiero leerles un cuento escrito por Celina. No solo por su calidad, sino porque tiene algo que todos necesitamos: un mensaje poderoso sobre el cambio verdadero.

Al terminar la lectura, hubo un gran silencio… y luego un aplauso fuerte. Celina sintió un nudo en la garganta. No por el reconocimiento, sino porque, por primera vez, se sintió realmente en paz.

Esa noche, cuando apagó la luz y se preparó para dormir, vio un leve resplandor en el rincón de su habitación.

Allí estaba Reena.

—Lo lograste —susurró—. Sin magia, sin atajos. Con tu propio corazón.

En sus manos, traía una pequeña caja blanca.

—Este es tu premio. No es un deseo. Es algo mucho más valioso.

Celina la abrió, y vio dentro un tierno juguete: un bebé en una cuna. Al principio se sintió decepcionada, pero cuando alzó la vista, Reena ya no estaba.

No sabía qué significaba ese regalo... pero algo le decía que pronto lo entendería.

Y esa noche, Celina durmió con una leve sonrisa, sin saber que lo mejor aún estaba por llegar.




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