Una mujer con armadura veía como la familia real del reinó Lunar se encuentraba de rodillas, entre ellos la princesa Sofía, que estaba despeinada y con su ropa sucia, mirando al príncipe que tenía delante de ella, con odio.
-Gracias a mi caballero negro, una vez más tengo la victoria.- dijo el príncipe Frederick, con una espada en su mano derecha y una gran sonrisa en su rostro.
La mujer caballero que veía toda la escena, se acercó a su príncipe y se arrodilló como caballero, en señal de respeto.
-Mi príncipe, ¿qué hará con ellos?- pregunto la ojiverde.
El hombre la miró de manera fría, borrando su sonrisa.
-¿Qué no es obvio?
Sólo puede existir una familia real.- respondió el príncipe.
La mujer caballero que sabía de ésa traición desde el inicio, cerró sus ojos mientras sentía el sonido del príncipe Frederick, blandiendo su espada, acabando con la vida de los miembros de ésa familia, uno por uno, dejando a la princesa para el final.
Ella es un caballero, le juró lealtad a ése príncipe y haría todo lo que se le ordene en ésa vida, sin peros y sin dudar.
Para un caballero, jurarle lealtad a alguien lo era todo y ella no era la excepción.
Juana que se encontraba mirando por la ventana del salón de clases, dio un suspiro profundo mientras veía levemente el reflejo de su compañera de asiento.
Por ella, Sofía en el pasado sufrió una terrible traición y vio a su familia ser asesinada delante de ella, hasta tomar al final el mismo destino con ellos.
Ahora nuevamente sus caminos se cruzaban y al parecer eran amigas, estando también el tonto de su superior en aquel entonces, Roberto.
Ya no era necesario usar armadura, ya no era necesario jurar lealtad, ya no era necesario blandir una espada, ya no era necesario conquistar reinos, ahora todo era tranquilo y monótono, algo que antes la hubiesen vuelto loca, pero ahora lo disfrutaba.
-¡Psh! Juana, ¿tienes una birome negra que me prestes?
El muy rata de mi hermano me la volvió a sacar.- susurro Sofía.
La que en su vida pasada fue una mujer caballero, volteo su rostro para verla y le sonrió.
Todavía recordaba a la perfección el cuerpo sin vida de ella, muerta con sus ojos abiertos.
-Aquí tienes.
Dijo la chica, dándole una birome negra, mientras sonreía de manera encantadora.
Sólo siguió ordenes, nada más, y estaba segura de que sí nuevamente era un caballero, lo volvería a hacer, ya que la lealtad lo es todo.
-Gracias, amiga.- agradeció la rubia, agarrando el objeto prestado, alegré.
Estaba realmente felíz de por fín poder tener una amiga de verdad, alguien en quien confiar sin que espere nada a cambio.
Ése año sí que fue afortunada ya que desde su primer día se pudo hacer amiga de Juana y del chico raro de los abrazos.
Por fín, todo estaba saliendo bien para ella.
La puerta del salón de clases fue abierta, siendo la clase interrumpida, haciendo que todos volteen a ver quien era la persona que abrió la puerta.
En la entrada, una chica de larga cabellera pelirroja, de ojos azules claro, algo bajita, tenía puesto una armadura, sin su casco.
-¿Quién es ésa niña de primaria?- pregunto Juana, en un susurro.
Sofía que sabía a la perfección quien era, se encogió en su asiento y se cubrió el rostro con ambas manos.
Justo cuando creía que todo estaba saliendo bien para ella, aparece ella.
-¿Anda pérdida, jovencita?
Aquí no es escuela primaria.- dijo el profesor, mirando a ésa niña que interrumpió sus clases.
Justo que sus alumnos estaban tan concentrados (nadie le daba atención) viene a aparecer una niña de la nada.
La pelirroja ignoró al docente y pasó al salón mientras levantaba una espada de madera.
-¡Sofía Castle, te reto a un duelo como tu eterna rival, María Sword!- gritó la chica, apuntando su espada de madera en dirección de Sofía, que seguía cubriendo su rostro.
Roberto y Juana, al oír el nombre de ésa niña, quedaron con la boca abierta y sus rostros pálidos.
María Sword, ésa niña gritona en el pasado, fue conocida como la guardiana de la princesa Sofía, una dama de compañía que se levantaba en lo alto, siendo más peligrosa que muchos caballeros, pero siempre permanecía tranquila al menos que alguien quiera hacerle daño a la princesa.
Roberto, se puso a sudar frío y llevo una mano a su pecho, recordando como murió.
Luego de la muerte de la familia real del reinó Lunar, meses después, la guardiana de la princesa Sofía apareció delante de él en una noche, y con su espada, le atravesó el corazón.
Bien que él no hizo nada para protegerse ya que creía que se merecía la muerte, pero recordar éso no le complacia para nada.
-Señorita Sofía, ¿quién es ésa niña?- pregunto el profesor, curioso.
¿Será hija de un amigo de la honorable familia Castle?
Sofía dejó de cubrir su rostro para ver a ésa niña que lucía de muy malhumor y luego miró al docente con una sonrisa nerviosa.
-Ella no es una niña... tiene mi misma edad y... juró que no la conozco.- dijo la rubia, muy apenada.
El hecho de no tener amigos y sólo ser rodeada de personas interesadas era algo, pero el motivo por el que se cambió de colegio fue exactamente por ésa persona.
-¡¿Que artimañas estás diciendo?!
¡Yo soy María Sword, tu eterna rival!
¡¿Cómote atreves a cambiarte de colegio sin avisarme?!
¡Ponte de pie y lucha conmigo!- gritó la pelirroja, lista para batirse en duelo.
Roberto y Juana veían a ésa enana, confundidos.
La temible perro guardián de la princesa Sofía, la persona que una vez hizo poner de rodillas a un rey por ofender a la princesa, ¿era ésa enana gritona que quería luchar con aquella persona a la que tanto quería proteger?
Definitivamente no conservaba sus recuerdos... ni su tamaño, aunque seguía siendo feroz.
Dos hombres llegaron al salón de clases y se acercaron a la pequeña chica para agarrarla de los brazos y arrastrarla afuera.