Después de ir a la cocina, colocar agua en su sistema de hidratación y galletas en su bolso, salió de su casa, y se subió a su vehículo un Ford Fiesta azul platinado rumbo al Cerro El Ávila. Llegó a la entrada del Puesto de Guardaparques Sabas Nieves I y afortunadamente consiguió donde aparcar con facilidad a boca de calle.
Antes de salir se miró en el espejo frontal de su vehículo para descubrir que sus ojos lucían de un verde más claro y su mirada lucía más intensa; hoy especialmente se sentía bonita y esa sensación trajo a su memoria repentinamente un recuerdo: la de ella junto a su ex-novio Fabián un sábado como éste, pero año y medio atrás. La melancolía invadió su alma sintiéndose huérfana de amor pensando: «Caramba fue una verdadera lástima, catire (persona rubia), que lo nuestro no prosperará, pero guardo de ti los mejores recuerdos del mundo…» y suspirando con el recuerdo aún vivo de aquellos besos apasionados y aquel amor que una vez existió entre ambos desde su corazón le expresó con sinceridad: «Bueno…, donde quiera que estés Fabián, ojalá seas muy feliz, hay que dejar atrás los viejos rencores...».
Finalmente reponiéndose del trance emocional salió del vehículo y tomó su mochila emprendiendo la subida.
El ascenso era arduo pero la preciosa vista a la ciudad de Caracas bien merecía la pena. En el camino encontró a algunos conocidos habituales a quienes saludó cortésmente. El día lucía claro y despejado; a ratos se detenía para tomar agua y admirar la preciosa vista. Llegó en 45 minutos al Puesto de Guardaparques Sabas Nieves II donde apenas se detuvo continuando su ascenso a la parada llamada El Banquito tomándole 30 minutos llegar, allí finalmente dio por concluido el ascenso y se sentó en el consabido banco que dio origen al nombre de la parada. En silencio se sentó a admirar las edificaciones y calles que desde las alturas lucían diminutas, dos excursionistas silenciosos le hicieron compañía.
Pasados diez minutos con sus sentidos arrebatados por la majestuosidad de la montaña llena de verdor y la deslumbrante vista a Caracas, comió sus galletas y tomó agua y decidió que ya era el momento de descender, despidiéndose amablemente de los excursionistas.
Cada paso que daba en su descenso en medio de la naturaleza y el verdor que la rodeaba alimentaban su alma; ella se sentía conectada a nivel espiritual con la tierra, los árboles, los pájaros y las flores.
De pronto sintió hambre y pensando en el pasticho y el arroz con leche que su mamá muy seguramente estaría preparando apuro su andar. Más abajo del Puesto de Guardaparques Sabas Nieves II, inesperadamente su pie derecho entró en contacto con una roca resbaladiza haciéndole perder irremediablemente el equilibrio cayendo de bruces al suelo. Por un instante sintió una gran confusión y un dolor súbito en la espalda, así como en su tobillo derecho. Al intentar reincorporarse lo primero que vio fue una mano masculina que generosamente le ofreció ayuda. Ella agradecida buscó el rostro al que pertenecía tan amable gesto y ambos cruzaron sus miradas: ella mostrando una mezcla de gratitud e intenso dolor y él bondad y serenidad.
El amable desconocido le dijo mostrando preocupación en sus ojos:
—Amiga déjeme ayudarla, no puedo dejarla tendida allí en el suelo pues no sería gentil de mi parte. Con ambas manos jaló las de Elisa ayudándola a incorporarse lentamente. Elisa ya en pie se sacudió la tierra de su ropa deportiva y evaluó su condición física brevemente exclamando tranquila, aunque dolorida:
—¡Uff!, ¡Ay!, bueno, muchas gracias, amigo, por fortuna no me he golpeado duro y yo creo que puedo continuar el descenso —se revisó el tobillo y luego suspiró largamente y entonces al levantar la vista nuevamente sus miradas se encontraron reflejando cada uno una luz vibrante y envolvente llena de bondad que parecía extrañamente unirlos. Ambos sonrieron levemente y ella tomando la delantera le expresó agradecida:
—Gracias por la ayuda amigo —y extendiendo su mano le dijo con una amable sonrisa en los labios:
—Mi nombre es Elisa, un placer conocerte —, él tomándole la mano con dulzura le dijo cortésmente:
—Mi nombre es Carlos, un placer y a la orden.
Una voz femenina al fondo se hizo sentir casi de inmediato entre las voces de los otros montañistas que recorrían el camino.
—Carlos, tenemos que irnos, ya casi llegamos al Puesto de Guardaparques y allí nos está esperando David. Elisa echó un vistazo a la poseedora de aquella voz tan musical para descubrir a medio metro de ella y Carlos una hermosa joven esbelta, de hermosa tez morena y alta que reclamaba su atención. Carlos le dijo amablemente, pero expresando fastidio en su voz:
—¡Ya voy, ya voy Angélica, aguarda un momento! — y mirando nuevamente a Elisa añadió:
—Bueno Elisa, baja con mucho cuidado y mucha suerte… Ella amablemente le respondió:
—Muchísimas gracias por tu ayuda y mucha suerte para ti también, Carlos, ¿verdad? —y él respondió con cortesía:
—Sí, me llamo Carlos.
Ella sonriente hizo el ademán de despedida y siguió descendiendo hasta la entrada del Puesto de Guardaparques Sabas Nieves I y de allí hacia su vehículo para ir camino a casa.
Mientras se dirigía a su hogar le volvió a dar un ligero dolor en el tobillo derecho; entonces recordó lo sucedido y trajo a su mente la imagen de Carlos, se veía un chico amable y además era muy apuesto y al pensar en el joven brevemente recordó a Fabián y lo felices que una vez fueron…, mas tampoco podía olvidar el sufrimiento que él le infligió al dejarla por una joven modelo llamada Ligia y cómo este lamentable hecho le hizo sentir herida y despreciada durante un largo tiempo.
Al llegar a su casa lo primero que vio al entrar fue a sus padres que estaban en la sala recostados cómodamente en el sofá viendo y escuchando un video de YouTube de la ópera Turandot de Giacomo Puccini. Su mamá sin prestarle mucha atención le dijo en voz baja.