Pasé los últimos años creyendo que viejos recuerdos no volverían a ser parte de mi vida, hasta aquel reencuentro.
Había acabado de finalizar mi primer año de secundaria, todo era exactamente igual; hasta que pasó algo realmente extraordinario.
Siempre tenía unos cuantos amigos así que no me sentía tan sola; en el nuevo curso, aparte de los compañeros de siempre había un chico nuevo, era muy callado, no hablaba con nadie. Me sentía muy rara cuando me acercaba a él, realmente muy incómoda y más cuando tuve que ser su pareja de estudio en varias ocasiones, Matías era ese tipo de chicos que da la impresión de no tener sentimientos, su mirada era fría, siempre quería estar alejado de la gente. Era difícil entablar una plática con él incluso si era para una tarea, aunque casi todos me decían que se llevaba muy bien conmigo pues charlábamos, aunque no mucho.
Después de unos meses hablábamos más seguido y empezó a tener confianza en mí, incluso lo veía sonreír de vez en cuando, tenía una sonrisa encantadora. A veces me invitaba a su casa, sus padres nunca estaban, era un chico de clase media pero aun así mantenían una mucama, mantenía todo muy limpio y era muy obediente. Ella sabía que cuando Matías me invitaba tenía que irse, a él no le gustaba que hubiera alguien, solo nosotros dos. A pesar de mantenernos a solas por horas, nunca quiso sobrepasarse, era muy atento conmigo y procuraba siempre que me sintiera bien estando a su lado.
Era extraño estar con alguien en casa ajena, y más si era con un chico, a veces nos quedábamos en silencio viendo los pajaritos por la ventana y me sentía nerviosa, así que le proponía que hiciéramos algo, como ver algunas películas o jugar videojuegos para entretenernos mientras era mi hora de regresar a casa. Al parecer solo por eso mis amigos y compañeros de clase creían que Matías y yo estábamos en una relación de “más que amigos”, ¿era muy evidente?, según yo éramos solo amigos íntimos, de esos con los que es fácil hablarle sobre lo que te gusta sin miedo a que se burlen de cómo eres, así creía yo, pero él no.
No podía negar que era bastante guapo, su cabello era castaño y un tanto largo y alborotado, combinaba bastante con su personalidad, además de tener unos ojos verdes y una sonrisa perfecta.
Una tarde Matías me invitó a comer un helado, supuse que iríamos a una heladería y nos sentaríamos a comer allí, la verdad es que era en su casa, como siempre, hubiera sido algo normal si hubiera sucedido como de costumbre, charlar, jugar, pero no. Terminé de comer el helado, y me invitó a su habitación, me puse nerviosa, había ido a todos lados en su casa, pero nunca había estado en su cuarto.
Para ser un chico era muy ordenado, su cama era muy grande, en su mesita de noche mantenía algunas velas aromáticas, era una habitación espectacular, realmente impecable. Podría decir incluso que cuidaba más de su habitación que de su misma apariencia.
-Siéntate – me dijo señalando un lado de su cama.
Estuvimos unos cuantos minutos en silencio, fue muy incómodo. Luego de un rato tomó mi mano y la sostuvo muy fuerte en su pecho.
-¿Sientes eso?
-Tu corazón, está latiendo muy rápido. – dije, estaba nerviosa.
-Estoy a punto de estallar – dijo Matías un poco desesperado.
-¿Qué te pasa? ¿Por qué… qué está pasando?
Realmente no sabía que lo tenía así, era la primera vez que lo veía de esa manera, tenía que calmarlo.
-Estoy muriendo de amor – dijo dándome la espalda para recostarse sobre el alféizar de la ventana frente a nosotros.
No podía comprender esas palabras. En su mirada se le notaba la tristeza, era una mirada sincera, incluso le brotaron algunas lágrimas. Estaba amando de verdad. Aunque sinceramente no entendía su tristeza.
-Di…me que t…te pasa – balbuceé, se me quebró la voz, no pude evitar sollozar y agaché la cabeza. En el fondo quería ser yo a quien estuviera amando de esa forma.
Se quedó de espaldas sin darme una respuesta, el tiempo casi se detuvo.
-Mírame a los ojos – dijo mientras se acercaba a mí. – Te amo. – dijo y luego me besó.
Fue un beso tierno, apasionado, lleno de sentimiento, ese beso me erizó toda la piel, mi corazón iba a mil. Simplemente me dejé llevar.
Nos separamos por unos segundos, yo lo miré, mi cuerpo no respondía, sentí un frio recorrer todo mi cuerpo. Luego otro beso llegó. Mi respiración se aceleró de manera incontrolable. No podía creer lo que estaba sucediendo, sin pensarlo rodeé su cuello con mis brazos, no quería apartarme de él. Ese momento era todo nuestro.