Siempre me han fascinado las cosas antiguas. Hoy, mientras recorro la tienda de antigüedades del barrio, algo llama mi atención: un espejo enorme, apoyado torpemente contra la pared. Su marco es de madera oscura, tallada con intrincados patrones que parecen moverse cuando los miro demasiado tiempo. Al acercarme, siento un escalofrío que me recorre la espalda, como si algo dentro del cristal me estuviera observando. Aun así, decido llevármelo a mi habitación.
Coloco el espejo contra la pared opuesta a mi cama. Al principio, es solo eso: un espejo antiguo. Me arreglo frente a él, pruebo ropa, me peino. Pero noto pequeños detalles que no encajan: mi reflejo parpadea un segundo después que yo, o mueve los dedos con un leve retraso. Al principio pienso que es mi imaginación, o tal vez la luz tenue de la lámpara.
Esa noche, me siento frente al espejo para organizar mi escritorio. La luz amarilla de la lámpara se refleja en el cristal, y de repente lo veo: mi reflejo me sonríe. No sonrío yo. Mis manos tiemblan mientras intento mirar de cerca, y la sonrisa permanece, siniestra, quieta pero viva, como si el espejo respirara. Retrocedo, el corazón golpeando contra mis costillas.
Intento tocarlo. Mis dedos rozan la superficie, y siento un frío que penetra hasta los huesos. Un susurro me atraviesa la habitación, un hilo de sonido apenas audible:
—Ven…
Me aparto, aterrada, y me tiro sobre la cama. Me digo a mí misma que es mi imaginación, que los reflejos pueden jugar trucos con la luz… pero algo en el aire se siente distinto, pesado, expectante.
Al día siguiente, reviso mi reflejo otra vez. La sensación de que algo está mal no me abandona. Mi reflejo ya no hace exactamente lo que yo hago. Parpadea, gira la cabeza, y a veces me observa un segundo más de lo normal. Siento que me estudia. Mi respiración se acelera, y una sensación de asfixia se instala en mi pecho.
Las noches siguientes se vuelven insoportables. Cada vez que apago la luz, el espejo parece absorber la oscuridad, y a veces creo ver figuras moviéndose detrás de mi reflejo, apenas perceptibles, como si estuvieran atrapadas en ese cristal conmigo. Mis sueños se llenan de pasillos que terminan en espejos idénticos, y en cada uno, la figura que no soy yo me llama, extendiendo la mano.
Un día decido que debo enfrentarme al espejo. Me acerco lentamente, la habitación en silencio salvo por el leve crujido de la madera bajo mis pies. Mi reflejo me espera. Esta vez no sonríe; me observa con ojos que parecen más profundos, más oscuros, y de repente, se mueve por voluntad propia. No imita, sino actúa. Sus labios se abren y una voz que no es la mía, grave y fría, dice:
—Ha llegado tu turno.
Retrocedo, pero es demasiado tarde. Siento que una fuerza invisible me empuja hacia el cristal. Mis dedos, mis brazos, mi cuerpo entero parece perder densidad, como si algo estuviera absorbiéndome. Intento gritar, pero mi voz queda atrapada, como si se quedara atrapada entre el espejo y yo.
Por un instante, veo algo horrible: mi reflejo ya no es un reflejo. Tiene vida propia, y una sonrisa triunfante se dibuja en su rostro mientras mis ojos se llenan de terror. Siento que me arrastra, que estoy siendo sustituida, y un pensamiento atraviesa mi mente con claridad cristalina: si no lucho, quedaré atrapada aquí para siempre… y él ocupará mi lugar en el mundo real.
El espejo brilla con un destello frío y, por un momento, todo se queda en silencio. Miro mis manos… pero ya no son las mías. El mundo está al revés, distorsionado, y una sensación de vacío me envuelve. Escucho la voz de mi reflejo detrás de mí, susurrando:
—Bienvenida… al otro lado.
Abro los ojos y el mundo me recibe con un frío penetrante. Todo está gris y distorsionado, como si la realidad se hubiera derretido. Me incorporo y miro alrededor: estoy dentro del espejo. La superficie brillante que alguna vez fue mi reflejo ahora es mi prisión.
Y lo veo. Mi habitación, tal y como la conozco, intacta… pero no estoy allí. Mi copia está frente a mi escritorio, peinándose, sonriendo, ocupando mi vida con una naturalidad aterradora. Cada gesto suyo es mío, pero a la vez, no lo es. Cada movimiento que hace borra mi existencia en el mundo real.
Intento gritar, golpear, arrancarme de este cristal, pero no hay salida. Estoy atrapada, viendo cómo mi doble roba mi identidad, respira mi aire, toca mis cosas, se mueve como yo pero con una seguridad que nunca tuve.
Siento un terror puro: no solo he perdido mi libertad… estoy perdiendo mi propia vida, y nadie sabe que estoy atrapada detrás del vidrio. El espejo brilla con un destello frío, y la sonrisa de mi copia se ensancha, triunfante.
—Gracias por dejarme entrar —susurra, y sé que, desde este momento, ella es yo… y yo, solo un reflejo que nadie escuchará jamás.
Editado: 06.10.2025