Anelli
Masajeo mis sienes mientras escucho como mi jefe informa que Jefferson es el nuevo socio del bufete. Tengo ganas de gritarle: ¡Maldito imbécil! Por considerar a Jefferson para el puesto por el que llevo siete años luchando, mientras él lo consigue con tan solo dos años trabajando aquí. Está bien, tiene unos años de edad más que yo, trabajó en otra firma de abogados importante, pero yo he trabajado aquí desde la Universidad, primero como pasante de verano y finalmente como una abogada más.
He ganado casos grandes e importantes, uno de ellos fue en contra de un violador, golpeador y manipulador. Un hombre que violaba y golpeaba a su mujer y ésta se dejaba usar como trapo. Su marido era el típico caso del machito que cree que la mujer es un objeto sin valor que puede utilizar a su conveniencia y maltratar cuando quiere. Su cuñada lo denunció en cuanto descubrió lo que sucedía, pero no fue un caso fácil porque su esposa lo defendía, diciendo que sus celos eran prueba de amor y que la golpeaba únicamente porque se lo merecía, además que no era violación, ya que tenía orgasmos. Pensar así es ridículo y demuestra la ignorancia y la manipulación humana.
Que tuviera un orgasmo durante la violación no significa que haya disfrutado del acto sexual y que por eso deje de ser violación; no, eso se llama orgasmo involuntario y es una reacción física del cuerpo que nada tiene que ver con el querer o el desear. También puede pasar que la mujer se lubrique durante una violación y eso no significa que esté excitada, sino que es otra respuesta involuntaria del cuerpo humano.
Da lástima saber que muchas mujeres que pasan por eso dejan de considerarlo violación por esos motivos. Cuando una persona, ya sea mujer o niño, dice que no, significa no. Cuando se toma a alguien en contra de su voluntad es violación, sin importar las respuestas involuntarias del cuerpo que hacen creer a los ignorantes lo contrario.
Al final, la hermana y una psicóloga amiga le hicieron ver que estaba mal. Tras una larga lucha, y de presión por parte de la prensa y de las mujeres que defienden los derechos de las mujeres y luchan por la igualdad de género, el hombre fue declarado culpable y condenado a tres años por violación agravada y siete años por violencia doméstica, incluyendo maltrato físico y psicológico. Poco tiempo de condena por el daño que causó durante diez años a su esposa, a la cual decía amar. Sí, claro, amaba maltratarla y hacerla sentir inferior.
Fue un caso difícil que varios abogados rechazaron debido a que la mujer defendía a su esposo y todos tenían miedo que se echara para atrás a último minuto, sin contar que nadie quería declarar en contra del mal nacido.
Yo no me rendí, busqué que otras personas que testificaran en su contra, personas que habían presenciado algún que otro ataque. Reuní las pruebas y luché hasta ganar el caso. Recibí las felicitaciones del bufete y de la prensa y llegué a pensar que con eso le demostraría a mi jefe que no le temo a los desafíos y los enfrento y lucho hasta vencerlos. Acabo de ver que él le importa más Jefferson y sus casos simples que lo demás. Todo porque cree que un hombre con más años como abogado lo merece.
El señor Hanson da por finalizada la reunión, todos se levantan a felicitar a Jefferson y yo agradezco cuando Susan, mi secretaria, me llama fuera de la sala de junta. No es que me caiga mal Jefferson, solo que es demasiado engreído como para fingir que me agrada. Odio ser falsa.
Rápidamente abandono la sala de juntas y me aproximo a Susan.
—¿Qué sucede?
—Hay un hombre que te busca, dice que es el abogado de su tía abuela Katherine y debe hablar contigo. He venido porque es insistente y ha dicho que es importante.
Arrugo el ceño.
—No tengo ninguna tía llamada Katherine—miro la sala de juntas y pongo los ojos en blanco—. Bien, veamos quien es y que quiere.
Como no quiero regresar ahí, el supuesto abogado me viene bien de excusa para no hacerlo.
Sigo a Susan hasta mi oficina, en donde un señor alto, de buen porte y vestido con un traje caro de diseñador, me está esperando. No debe llegar a tener cuarenta años y he de admitir que es bastante guapo o eso me dice su perfil, pues es lo único que veo.
Le pido a Susan que me traiga un café, me aseguro que mi pollera de tubo azul y camisa blanca estén sin manchas y arrugas antes de ingresar a la oficina.
—Buenas tardes.
El hombre se da la vuelta y al ver su rostro frente a frente sus ojos azules captan mi atención. Tiene el cabello rubio espeso, nariz pequeña, pestañas largas para ser hombre y labios finos; es guapo. Sin embargo, no me dejo engañar por una cara bonita. Aunque no me molestaría tomarme una copa con él y llegar más lejos, en lo posible toda la noche enredando las manos en su cabello… Que mal, ya estoy fantaseando. Necesito trabajar menos y darle atención a mi vida personal.
—¿Señorita Ricci?
Asiento con la mejor sonrisa que puedo brindar.
—La misma. Y ¿usted es?
—Oh lo siento—estira la mano en mi dirección y asoma una sonrisa—. Me llamo Carl Anthony, mi padre, Malcom Anthony, era el abogado de su tía abuela Katherine y he venido por el testamento.