Crianza
12/07/2024
¿Cómo se supone que tenemos que explicar a las nuevas generaciones todo lo que hoy, me refiero a la situación sociocultural en la que estamos hoy en día? Antes, las nuevas generaciones aprendían conforme a sus vivencias y experiencia, pero ahora estas nuevas generaciones tienen hijos, y verdaderamente todo se ve afectado: la forma de crianza, la forma de ver las cosas.
Da un poco de miedo saber que la calidad de vida va poco a poco en decadencia. Las condiciones sociales, aunque se piense que no han cambiado, sí lo han hecho, de una manera inimaginable.
Me emociona y me asusta un poco el hecho de que yo, en algún momento, tenga que guiar a un individuo, enseñarle desde cero todo lo que sucede en el ambiente, en la sociedad. Al final, son consecuencias de los actos, sean o no causados por nosotros.
25/06/2025
Hace casi un año, el fragmento no hacía sentido alguno en mis pensamientos. Sin embargo, con el paso del tiempo, la adquisición de nuevos conocimientos, experiencias y una visión más amplia de la realidad social que me rodea actualmente, ha cobrado un nuevo significado. Me doy cuenta de que el hecho de traer a un nuevo ser al mundo no se trata simplemente de dejarlo a la deriva para que aprenda “a la mala”. Hoy en día, enfrentamos un fenómeno cada vez más evidente: la sobreinformación.
Este problema no es exclusivo de nuestra época. Ya existía desde hace generaciones en frases como: “Escuché por ahí” o “A tu tía le funcionó porque se lo dijo su abuela”. Antes, al menos, existía cierta confianza en el origen de la información, aunque fuera transmitida oralmente. Pero ahora, con las redes sociales y la falta de filtros sobre lo que realmente es útil para la crianza de un niño, muchos nuevos padres terminan guiándose por consejos que parecen válidos simplemente porque “así fueron criados”. Lo preocupante es que, sin darse cuenta, también están heredando carencias, traumas y preocupaciones no resueltas.
¿Por qué ocurre esto? Porque intentan llenar vacíos emocionales que arrastran desde su infancia, reproduciendo dinámicas que no han sido cuestionadas. A esto se suma la cuestión de los valores: ¿los valores que desean transmitir son realmente adecuados? ¿O simplemente repiten los que creen que deberían tener? Es importante reconocer que los valores no son estáticos; cambian con el contexto sociocultural. Y ese contexto será el que moldee a esta nueva vida.
A este panorama se suma otro problema grave: la exposición temprana a contenidos digitales. Actualmente, 2 de cada 3 bebés están en contacto con pantallas desde edades muy tempranas, y esos contenidos terminan moldeando su visión del mundo más que sus propias experiencias vividas. Esta situación es alarmante, porque al llegar a la adolescencia, muchos de estos jóvenes presentan inestabilidad emocional o dificultades en habilidades sociales básicas: saben que existen, pero no las han desarrollado realmente.
¿Y por qué es tan relevante hablar del contenido digital? Porque muchas plataformas han dejado de priorizar lo educativo, reemplazándolo con estímulos inmediatos, recompensas rápidas y consumo superficial. Esta sobreestimulación crea una expectativa de gratificación instantánea que, con el tiempo, deriva en una baja o nula tolerancia a la frustración. Esto no solo afecta el desarrollo personal, sino también la manera en que se vinculan con su entorno: relaciones amorosas, vínculos escolares y prácticamente todo tipo de interacción social se ven afectadas por esta incapacidad para gestionar emociones complejas o negativas.
Otro aspecto fundamental es cómo la infancia se ha acelerado. Los libros de texto actuales, por ejemplo, incluyen desde segundo año de primaria temas como la diversidad sexual, los géneros o el lenguaje inclusivo. No estoy en contra de que estos temas se enseñen —al contrario, considero que son necesarios—, pero me pregunto si el momento en que se presentan es el adecuado. Estamos exponiendo a niños de apenas siete años, que aún están comprendiendo cómo estructurar un texto, a conceptos que requieren madurez emocional para ser realmente asimilados. ¿De verdad están preparados para entender términos como “identidad de género” o “lenguaje no binario” cuando ni siquiera han desarrollado del todo su pensamiento abstracto?
Dejando de lado ese tema, uno de los principales problemas de la sociedad actual es que nos enfrentamos al reto de formar individuos críticos, en un entorno que premia lo inmediato y lo superficial. A medida que la ciencia y la tecnología avanzan, se requiere que las personas posean cada vez más habilidades para aspirar a una vida “promedio”. Esto abre un dilema importante, porque incluso en los entornos laborales, ya no se valora tanto la capacidad de planificación a largo plazo, sino los resultados inmediatos. A muchas personas se les exige que logren objetivos en un plazo de uno a tres años; si no lo hacen, son considerados “inútiles”.
Supongamos que un individuo fue educado desde temprana edad de forma que logró desarrollar dichas habilidades de manera satisfactoria. Aun así, al momento de querer transmitir lo aprendido, surge un temor constante al error en la crianza, ya que hoy cualquier decisión puede ser cuestionada —no solo públicamente en redes sociales, sino también por amigos y familiares. La crianza, en este contexto, implica mucho más que enseñar normas sociales: implica formar personas emocionalmente estables, que puedan sostenerse frente a una realidad cambiante y exigente.
Todo esto puede sonar fácil, pero realmente construir un pensamiento desde cero, formar una base sólida, también requiere desaprender. Cuestionar lo que nos enseñaron a nosotros, y adaptarlo al presente, es parte del proceso. Y en ese punto surge una tensión inevitable: encontrar el equilibrio entre la esperanza de construir algo mejor y el temor de no estar a la altura de lo que la sociedad exige.