Ella lo conduce todo
sin perder el control del tiempo
en vías nostálgicas y lúgubres de mi cerebro,
en líneas de sangre ríe a solas.
Ella, la nocturna de mis pesadillas
la que se alimenta de mi esperanza,
la que me hace esperar
como un lento suicida,
un adicto a repartir mis pieles.
La cama es el trono donde reposo en espera.
Ella, la oscura reina de mis noches,
la amiga inmutable que me escucha
en mis desfallecimientos,
la que me provee del alcohol amargo
que sudoroso me devuelve
la personalidad misma de un solitario.
Ella, la pasión muerta de mis juegos de azar,
la que cruza flotando
sobre un río hirviente de sangre,
la que llora de mi desgracia
y ríe en mi triunfo.
Ella, la que cae vestida de blanco
como una estrella a la tierra,
sufre el destierro humano junto a mí.
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