Reflet

0.2

Pasaron muchas cosas..., ellos, fueron una de esas cosas.

 

Al llegar a casa, pasaron y me enteré de varias cosas. Entre ellas, que regresaría a la escuela, aunque también, que el accidente había sido un caso cerrado, no obstante, tenía muchos misterios que yo, no pasaría por alto.

Me recosté en uno de los muebles de la sala. Aún estaba medicada, querían que estuviera bien, que tuviera ciertas citas con psicólogos.  Habían pasado algunos meses de observación y recuperación que, extrañamente, tras pensar que yo estaba al borde de la muerte, dieron buenos resultados. Estaba bien, sin ningún dolor físico o emocional. Pese a esto, seguí insegura de muchas cosas.

—Eila, cariño—murmuró mi madre tomando asiento a mi lado. Ella había permanecido conmigo desde que había despertado en el hospital, pero justo en ese instante, estaba lista para irse a trabajar como la militar que era. Alzó la mirada y emitiendo un pequeño sonido, prosiguió: —. Hay algo que debes saber.

Fruncí el ceño.

»La autopsia de tu padre y tú hermana...—vagó un rato, hasta mirarme de nuevo—, decía que murieron naturalmente–Dejando caer sus manos en su regazo, aligeró un peso que había permanecido en sus hombros por mucho tiempo.

Entendí que ella también había perdido a su hija y a su esposo, no éramos la familia perfecta, ¿Quién sí? Pero, aun así, el amor y las sonrisas sobre abundaban en nuestro hogar y sin duda, la pérdida que habíamos tenido era un choque frío para todos. Sin embargo, ella no se veía del todo destruida, mucho menos por las incoherencias que me estaba diciendo.

Kayne, mi hermano menor que yo por un año, entró como si nada, besó nuestras coronillas y corrió hacia la cocina.

Yo seguía inquieta, confundida por las palabras de mi madre.

"¿A qué se refería con muerte natural?", cuestioné en mi mente.

— ¿Muerte natural?—zanjé, totalmente confundida –. ¿Cómo que murieron naturalmente?

Eso no tuvo sentido para mí. Realmente, no lo tenía.

—Les llegó su hora, Eila—comentó Kayne desde la cocina, poco afectado—. Eso fue lo que pasó.

—No murieron por el accidente.

Estaba desconcertada, qué podía decir, estaba más perdida que Hansel y Gretel. Y ellos lucían como si me hubiesen informado que se había acabado la leche.

¡La leche y el accidente eran cosas completamente diferentes! ¡¿Por qué actuaban de ese modo?! No lo sabía, no en ese instante.

—Muchos dicen que una falla cardiaca pudo hacer que tú padre—explicó, pero eso no tenía sentido—, ya sabes, chocase.

—No, eso no es posible—interrumpí, poniéndome de pie –. Él estaba bien, mamá y, aunque no me crean, había alguien más ahí. No sé qué les hizo, pero sé lo que vi. Hizo de todo, menos ayudarnos–apreté mis puños, sintiéndome de nuevo impotente, descarriada.

Nadie me creyó.

—A lo mejor sigues viendo cosas raras, Eila—interrumpió Kayne, caminando hacia las escaleras—. Ya estabas algo loca antes, no es que eso haya cambiado ahora.

—Cállate, Kayne.

Le regalé una mirada llena de enojo que pronto, me hizo llenar de ira, provocando que apretara los dientes.

Pocas veces actuaba así, pero en ese momento, pasó. Transformándome en algo que ni yo misma, reconocía.

—Solo debes estar tranquila, ¿bien?—rodé los ojos y me detuve ante darle un golpe en la cabeza.

— ¡¿Cómo podría dormir tranquila sabiendo que alguien...?!

No pude terminar de hablar, cuando ya me había desplomado en el suelo. Más débil que una pluma cayendo lentamente.

— ¡Eila!—gritó mi hermano, corriendo hacia mí para sostener mi cabeza.

Oí cómo mamá llamó al doctor de la familia, aunque él no llegó.

Me sentí débil, intranquila. El aroma a frutas tropicales llenó mis fosas nasales y fue agradable, como un descanso. Pero al abrir mis ojos no vi más que a mi hermano, acariciando mi cabeza mientras mamá hablaba con un doctor que, ciertamente, yo no conocía.

—Ella debe calmarse, tiene demasiadas emociones –Le entregó un tarro de pastillas, frunciendo el ceño. Todo él era tan diferente, se podía sentir en el aire una vibra desconocida que saltaba de un lado a otro en sus ojos ámbar—. Llámeme si hay algún otro problema.

Mamá asintió, agradeciéndole, pronunciando un apellido completamente extraño y se acercó con un vaso de agua.

Así fueron esos días, con la incertidumbre en casa. Las sensaciones eran extrañas, porque ya no lloraba más, pero tampoco era feliz, no como antes. Solo me fijé en diversas cosas de la casa. Había mucha calma, paz y miradas extrañas que no me explicaba el por qué persistían tras lo sucedido.

Algo estaba pasando y no supe qué.

Cada uno regresó a sus vidas como si nada. Con el simple recuerdo de lo sucedido, pero nada más con eso. Estaban actuando "normal”, cuando yo parecía ser la única que recordaba el accidente y que nuestra actitud, no era la de una familia que había pasado por una pérdida.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.