Reflet

0.3

¡La tuya!

¡Nada, no sale, quedó como chicle pegado!

 

— ¡Pedazo de chatarra!—mascullé golpeando con delicadeza, ojo, con delicadeza, la máquina expendedora.

La excursión me había tomado por sorpresa. Deseaban que participara y me integrara de nuevo en las actividades de la escuela, por más que no fuera completamente de mi agrado, había tenido que ir.

Indiscutiblemente, la máquina me había robado mi dinero y no disponía de más.

Los demás siguieron escuchando el seminario sobre diversas maneras de abstenerse a las transmisiones sexuales, sabiendo que todos solo estaban esperando que les dieran condones al final.

Así que, estaba sola y hambrienta. ¿Había un monstruo en el lugar? Afirmativo.

Mi estómago sonaba como un feroz dragón en busca de acabar con cualquier reino, esperando; una barrita de cereal o chocolate. Lo que fuese comestible.

Giré mi cuerpo, viendo cómo algunos dormían, otros tomaban nota y Lila se encontraba en el baño esperando que la resaca le pasara. Así que, sin esperar a nadie, subí de nuevo al autobús. No deseé entrar a escuchar sobre cómo se expandía el herpes, así que era mi primera opción, un refugio. Y pese a que no me agradaba estar encerrada, fue mi única escapatoria.

Subí las escaleras con rapidez, esperando no ser vista por ninguno de los maestros que nos supervisaban, y me senté en uno de los asientos traseros, cerrando mis ojos y abrazándome a mí misma con la sudadera negra que servía de camuflaje.

Estaba agotada. Quizá había sido una mala idea regresar a la escuela tan pronto.

Me sentí realmente extraña con todo. Y, a pesar de que la imagen de ellos no me dejaba tranquila del todo, lo que me carcomía la cabeza era que nadie creía mi versión de la historia. Podía gritarlo a los cuatro vientos, quizá pasarles mis pensamientos con algún poder sobrenatural, y seguirían sin creerme.

Un par de lágrimas no dudaron en salir de mis ojos, dejando que una parte del dolor escapara de mi cuerpo, sin permiso, pero pronunciando aquella cicatriz que me perseguiría de por vida; la gota dorada en mi cuello.

Sin embargo, de ese modo en el que ese insípido y pequeño dolor apareció, se esfumó en segundos y las lágrimas se perdieron junto al rastro de lluvia que empezó a caer.

Nuevamente, extraño.

— ¿No esperarás los condones?—Me inquietó una voz profunda, no conocida en ese momento. Abrí mis ojos por la sorpresa, y pronto me di cuenta que se trataba de aquel chico de ojos grises, el nuevo—. Supe que darán de esos que alumbran en la oscuridad.

Parpadeó, como esperando una respuesta de mi parte, alguna reacción, pero yo sólo estaba tan inquieta por su presencia, por cómo me había sentido cuando él me miró, que me importaron un carajo los condones de los que hablaba.

Quise fijar mi vista en cualquier parte que no fuesen sus ojos, brillantes, tan deslumbrantes, que cohibía, así que fijé la mirada en el libro que descansaba en su regazo.

Sus largas piernas estaban estiradas en los dos asientos que ocupaba mientras, su espalda reposaba contra la ventana que dejaba a la vista el clima frío y gris, como sus ojos.

— ¿No hablas? –hizo movimientos con sus manos, en lenguaje de señas, supuse.

Rodé los ojos y bufé al tiempo.

—Que no te hable, no significa que tenga alguna discapacidad.

—Ahí está tu voz—La comisura de su labio se alzó brevemente, lo suficiente como para que me relajara un poco, notando la energía tranquila que brotaba de él. Más, aquel intento de sonreír de su parte, fue de todo, menos genuino. Hice caso omiso ante mis pensamientos y le escuché —: ¿Hambre? Esa máquina te dio problemas, ¿no? –Me encogí de hombros—. Ten esta—Se inclinó, dándome una barrita de cereal.

Por más que pensé que no debía recibir nada de extraños, el hambre fue el que actuó por sí solo y la tomé.

»La máquina me dio demasiadas.

Su voz era profunda, cálida, a tal punto que daba gusto de ser escuchada.

Vi cómo sostuvo de nuevo el libro, lo suficiente como para seguir leyendo mientras leía con la cabeza levemente inclinada pero para tenerme en su campo de visión.

Noches Blancas, Dostoievski.

Me llamó la atención que estuviese leyendo, más un libro que, aunque se le veía corto, podía jurar que tenía uno de los mensajes más profundos que ocultaba la verdadera felicidad.

Aquello que ya no me estaba permitiendo tener. Porque me sentía extraña, como alguien que no pertenecía donde me encontrase. Fuera de mí.

Luego, él alzó la mirada, notando que lo había estado observando y volvió a levantar la comisura de sus labios, sin ser capaz de dar una sonrisa completa, pero al tiempo, sintiendo que emitía una clase de electricidad y sensaciones placenteras.

Seguí con la idea de lo atípico que era.

Él era como sentir demasiado de alguien. La sonrisa traviesa que atravesaba su rostro solo me provocó un terrible escalofrío. Era terriblemente seductor, único y atractivo, podría jurar que más que cualquier otro chico que hubiese visto antes.




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