Reflet

0.4

Salieron una noche a disfrutar, y solo un cuerpo lograron hallar.

El secreto se reveló, pero nadie lo captó.

Y pocos ojos lo vieron, y ni mucho importó.

 

No había sangre, mucho menos algún rastro de una evidente herida. Pero ahí estaba, un cuerpo descansando entre los arbustos.

Cómo podía haber reaccionado ante eso, sí después de todo, estaba en una fiesta.

Eso fue lo último que imaginé encontrar en cuanto salí de la habitación.

De todas las habitaciones que había en esa casa, había terminado en esa. Y de todas las fiestas en las que podía haber estado, me encontraba en esa. Con mis recuerdos vivos. Y la extrañeza, flotando.

El olor repugnante y ácido apestaba por el lugar, mucho antes de entrar a la habitación, y, ojalá hubiera sido olor a lubricante—de los buenos—, pero nada de eso, ni siquiera se percibía olor a sexo.

Era solo: vomito.

Arcada tras arcada, Lila no paró de vomitar y, aunque era mi amiga, dudé bastante que fuese gustoso sostenerle el cabello cuando estaba lleno de vómito. Aun así, alejé un poco mi rostro para evitar que el desagradable olor siguiese entrando a mis fosas nasales y me dieran ganas también de vomitar, porque era posible que terminara vomitando encima de ella.

—Mira nada más...—susurró, levantándose finalmente—. ¡Eres un unicornio, con muchos colores!

Su aliento iba de rata muerta a basurero. Las mentas, había necesidad de ellas.

—Si, Lila, soy un unicornio...

Soplé un poco su rostro, pero parecía más un perro cuando sacaba la cabeza por la ventana. Ella, ebria, siempre había sido una completa niña en peligro de ser raptada por alguien peligroso, y eso, no era conveniente cuando se suponía, repito, se suponía, que yo había quedado a cargo. Seguramente, nos raptarían a las dos. Paquete completo.

“¿Quién rayos me dejaba a cargo?”

¡Maté a mi pez! ¡Dejé morir una planta! De hecho, mi frijol nunca germinó.

“¿En qué estaban pensando?”

—Ven, debes lavarte y tomar algo de agua...

La tomé de los codos, esperanzada de que mantuviese el equilibrio. Ayudaba bastante que su cuerpo delgado fuera fácil de movilizar.

»Debe ser por aquí—murmuré, sosteniéndola, caminando entre los pasillos—, debe haber alguna habitación disponible en esta gigantesca casa.

Su cabeza subía y bajaba mientras reía sin razón alguna. Definitivamente, mantenerla lejos del alcohol por un tiempo era una petición mundial, ella representaba un peligro para la seguridad social, y para mí.

“¿Por qué me había dejado convencer de estar ahí?” Después de todo, no me estaba divirtiendo, mucho menos cuando sentí que el aire en esa casa era...pesado.

— ¡Al fin!—Mi tono alto de voz pareció molestarla, pero finalmente una de las puertas abrió, nos recibió con la frescura y olor a frutas.

La habitación era, a plena vista amplia, moderna; sábanas blancas con varios cojines de colores en la cama, un escritorio, dos puertas más y un gran balcón donde se lograban ver las afueras de la ciudad más el jardín.

Estaba limpio y eso era lo importante.

—Bien, vamos a bañarte, no puedes regresar así a casa.

Sabía que posiblemente no entendía qué mierda estaba diciendo, pero era como si tratase con un niño justo en ese momento. Así que la senté en la orilla de la cama, y empecé a quitarle los zapatos y demás prendas hasta que quedó en ropa interior.

Ella pareció suspirar al bajar la mirada por su cuerpo. Lila gritaba hermosa por todas partes; su cabello negro y ojos azules despampanantes—similares a los míos—, sin una gota de maquillaje, pestañas largas y pecas resaltando su mirada. Tenía diminutos lunares por su cuerpo, y la lencería rosa pálida que llevaba puesta, resaltaba su piel bronceada por el pasado verano.

—Hoy debíamos olvidarnos de todo, de hacer locuras—limpió sus lágrimas—. ¡Hoy era el día!

“Yo quería lo mismo..., y ahí estaba, limpiando a esa pendeja”

—Hoy no era el día, Lila. No lo era.

La puse de pie de nuevo para llevarla a lo que supuse, era el baño. El aroma a frutas tropicales inundó mi nariz. Inevitablemente suspiré. Fue agradable. Como si se adentrase a cada parte de mí, relajándome y dejándome en un trance.

—Desde que llegaron todos parecen felices, relajados, ¿lo sabías?

Sin saber a qué se refería, murmuré un par de palabras, caminando en tanto me las arreglé para abrir el baño. Gracias al cielo, ya se mantenía de pie.

Abrí la puerta negra y las luces se encendieron de inmediato; varias luces blancas en el techo alumbraban el amplio baño; una tina en una esquina, la ducha a un lado con el cristal a su alrededor y la lluvia encima, todo blanco y negro junto al lavabo y el retrete.

Esa podía haber sido toda mi casa en ese entonces.

De hecho, la casa en la que estábamos gritaba lujos por todas partes. Nunca había estado ahí, mientras que cada estudiante parecía estar bastante habituado al lugar. .




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