Reflet

0.12

Humo, ¿o era qué?

Tomaste la decisión equivocada, has desatado el infierno y, ¿ahora qué harás? ¿te unirás?

Salir de mi casa no fue difícil, todos habían caído dormidos como si algún polvo mágico del hada de los dientes los hubiera atrapado en un profundo sueño.

De camino pensé en todas las posibles razones para que Lila me llamara a esas horas. Ambas debíamos estar durmiendo y claro, ambas debíamos vivir una vida normal, cumpliendo reglas, no metiéndonos en casas ajenas, pero eso no lo estábamos haciendo. 

Y ella sin duda, podía estar en peligro, seguía siendo extraños, ocultaban más de lo que creíamos, por lo que no dudé en llegar lo más pronto posible, rogando para que ella estuviera bien y completa.  

Apenas llegué, me quedé observando por unos segundos la casa, se veía tan tranquila a simple vista, cuando realmente detrás de esas puertas se desataba el infierno, y los demonios rondaban desnudos.

Sí, porque a simple vista se vio desde las afueras la ventana en la que se paseó Diuk, sin camisa, dejando que la luz atenuara perfectamente su piel.

Me escondí tras uno de los arbustos al pensar que podría verme en la calle vacía. No eran horas como para que alguien rondara. Alcé la mirada, esperando que se alejara de la ventana, pero no lo hizo, se quedó ahí parado por un largo rato, a la expectativa de algo, observando la lejanía de la calle vacía, iluminada por los faroles amarillentos.

Cuando finalmente dejó su momento de gloria, cerró las cortinas y las luces se apagaron. Fue mi señal. Observé algún lugar donde Lila pudiese estar o una posible entrada, pero no había nada, ni una sola señal. Mis manos empezaron a sudar, pensando en todos los posibles escenarios en los que podría haberse metido mi amiga, quizá nunca saldría de esa casa, quizá al llamarme fue solo un código porque estaba en peligro. O quizá, yo solo tenía demasiada paranoia y ella estaba bien.

—Mierda. ¿Qué estabas haciendo?—mascullé, cuando finalmente, desde las ventanas le vi.

— ¿Qué esperas?—respondió, entre murmullos.

—Tú querido Romeo podía verme si me acercaba mucho a la casa—susurré mirando de lado a lado—. ¿Y ahora?

—Ahora entrarás por la puerta trasera y bajarás por las escaleras hasta llegar a una puerta de madera.

— ¿Qué está pasando Lila? ¿Te hicieron algo? –cuestioné, de nuevo con la mirada perdida, preocupada. 

Clavé mis ojos de nuevo en la casa, todo estaba tranquilo, oscuro y lleno de silencio. Lila cerró de nuevo la ventana, no sin antes soltar una risita baja, diciendo que estaba bien.

La muy jodida estaba perfectamente.

— ¡Tendremos respuestas! Encontré algo que seguramente te llamará la atención. Solo baja, mujer, mueve el trasero –exigió en un tono un susurro alto y se adentró de nuevo.

Solté un suspiro y me encaminé detrás de la casa del mismo modo en el que lo había hecho pocas horas antes. Intenté inclinar un poco mi espalda para evitar ser notada, aunque no había nadie a la vista. La oscuridad se pronunció más en cuanto mis pasos me dictaban lo cerca que estaba.

El chirrido de la puerta me alertó, temí de ser escuchada por lo que esperé unos segundos.

Nada.

No sabía con exactitud si era terreno seguro, me sentía peor que en un campo minado.

Hice el intento de caminar lento, para evitar que la suela de mis zapatos provocara un sonido en la madera que, posiblemente, alertara a los habitantes de la casa. Un movimiento a mi derecha me hizo girar bruscamente paralizándome.

Era una lámpara.

Mi pecho volvió a recibir aire en cuanto la toqué y la dejé donde estaba. 

Perfecto, bonita lámpara. Quieta y sin vida.

Usé la luz de una linterna—pequeña, claro—, para guiarme un poco, no podía solo encender las luces y luego gritar: ¡Estoy allanando su casa!

Los pasos que di hicieron que mi corazón latiera con mayor rapidez, me sentía en mayor peligro que nunca, y aunque sabía en parte de que Lila estaba bien, eso no quitaba el hecho de que estaba entrando a esa casa, por segunda vez.

¿Qué seguía, robar autos?

Localicé la puerta, justo debajo de las escaleras principales. Se veía oscuro, tenebroso y quizá exageraba, pero mis manos empezaron a sudar provocando que la linterna se me deslizase un poco. Era la jodida entrada al infierno sí me preguntaban. El material de las paredes fue cambiando en cuanto bajé, y podía decir que me sentía como una de esas tantas películas donde les gritas al protagonista: ¡No vayas allá! ¡No bajes! ¡¿Estás loco?! ¿Qué haces? ¡Morirás! 

Posiblemente hasta yo me estaría gritando sí viera esa escena. Pero eso no quitaba el hecho de que ya estaba bajando y estaba frente a la puerta de madera.

Decidí tocar, no sé si fue por educación o temor pero, después de dos toques, la puerta se abrió.

— ¿Qué, estabas tomando fotos como turista de la casa? Demoraste demasiado—habló Lila en voz baja, tomándome del codo haciéndome entrar al lugar.




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