Reflet

0.21

Los planes

Aník era indiferente, pero cuando sucedía algo... simplemente no existía, él solo se desvanecía.

Puedo decir que me quedé intrigada y esperando respuestas.

Como desde un inicio. Desde que conocí a Aník supe que no sería fácil mantenerme a su alrededor. En un principio las dudas sobre él eran un choque; el aire que soltaba, ese fulgor, sus sonrisas, el cuerpo que había desaparecido, sus actitudes, todo estaba claro en ese momento, la explicación siempre había existido, y él era parte de un torbellino, donde yo no estaba asfixiándome en el centro, sino observando cómo los demás acababan con sus vidas.

La verdad es que no me digné a hacer más preguntas, cómo podría haberlo hecho cuando tenía tantas cosas en la cabeza, y no solo eso, más de diez llamadas de mi madre, cinco mensajes de Kayne en el buzón, la culpabilidad en mi cabeza punzante, Aník estremeciéndose en el piso y, ¡Ah! Casi lo olvido, me había dado cuenta que sentía, aparentemente, algo por el mismo chico que decía haber consumido más de una vez mis sentimientos.

“¿Cómo debía sentirme al respecto? ¿Era acaso un platillo, un aperitivo o la gran cena?”

No lo sabía.

Salí de la casa, apresurada y con las ganas de ahogarme entre mis sábanas, de desear despertar de ese extraño sueño que me estaba atormentando. Este no era un cuento de hadas, no habían princesas y un sapo el cual besar, tampoco existían héroes, ni villanos. Era una realidad que nunca creí posible, era una pesadilla que me había perseguido sin si quiera estar dormida.

No quise ver hacia atrás, no quise que mis pies dictaran un paso equivocado, no quería caer, no quería terminar más que consumida.

Pero así fue…, porque las calles estaban infestadas de gente.

Nos habíamos enterado antes que todos sobre las muertes, por lo cual, se encontraban ambulancias, policías y mucha gente en cada esquina del pueblo. Eran escenas de algo…, demasiado extraño, impredecible, una escena del crimen que, no parecía ser un crimen. O eso dijeron los periódicos el día después.

Catastrófico.

Los cuerpos inertes, en las diversas calles, como si alguien los hubiese esparcido estaban frente a todos. Puntos de conexión que solo guiaban a la muerte. Habían caído de repente, uno tras otro. Sin darse cuenta, habían sido consumidos, sin la oportunidad de decir adiós, de siquiera saber qué era lo que ocurría, solo…, habían muerto tan de repente. Rodeados por el humo negro, para luego caer desplomados con el rastro de sangre en sus cabezas o nariz.

A lo mejor la noche anterior había sido la última vez que cenaban con su pareja, que besaban a sus hijos, que tenían un orgasmo o que se imaginaban cómo sería su primera vez. Porque sí, creía que había muerto varios que habían follado la última vez, que eran vírgenes, y yo les había quitado una oportunidad, una vida llena de orgasmos, cenas familiares y aventuras.

Todo por haber abierto ese cofre.

Decidí no salir de casa. Permanecer ahí, no solo con las dudas en mi cabeza, sino con un gran temor de lo que pudiese suceder. Después de todo, ellos estaban sueltos.

Lila me llamó en la noche, ella estaba tan perpleja como yo, porque fue mi compañera, fue la que, primeramente, me llamó por el cofre y la que asintió segura antes de desatar un infierno frente a nosotras.

Lo habíamos hecho juntas, y ambas nos sentíamos fatal.

No pude dormir. Mis ojos se cerraban y solo podía ver los cuerpos siendo llevados en camillas con el plástico negro guardando sus cuerpos, las personas espantadas; llorando, temerosas. ¡Nunca había pasado algo como eso en Danville! Las muertes antecedentes fueron olvidadas con facilidad por los reflejos, pero esa vez, era algo legendario, eran demasiados, Aník y su familia no podían borrar sus recuerdos de repente y los sentimientos eran tan abundantes y pesados, que hubiesen acabado con ellos.

Todo aquello, causado por una irresponsabilidad de mi parte.

Quizá esperaba que Aník apareciera entre las sombras diciendo: “He estado cuidando de ti, duerme” pero bien sabía que él no era así.

Aník hasta en sus más mínimos detalles no tenía eso, no era el chico dulce que te salía con las palabras más clichés de la historia, tampoco era un chico rudo que buscaba lastimarte. Simplemente él siempre sabía qué decir, tenía tacto, o solo se callaba, de igual manera no es que le importase mucho. Provocaba sentimientos y emociones adrede, para consumir. Sin embargo, nunca noté que hiciera sufrir a alguien con intención, solo sacaba sonrisas, y las consumía.

Una de esas sonrisas fue la mía.

Toc toc

Me giré sobre mi abdomen para observarlo. No era a quien esperaba, pero necesitaba compañía, lo sabía.

— ¿Todo bien?—preguntó, sentándose a un lado de mi cama, como hacíamos de niños—. No has salido de la cama en todo el día.

— ¿Qué se hace cuando tú vida parece estar de cabeza, que…, todo lo que creías imposible se vuelve en una posibilidad y solo cosas extrañas comienzan a suceder y te ves envuelto en ello?

Sus cejas se alzaron, no por sorpresa, sino como un acto de escudriñamiento sobre quizá, qué responder. Kayne podía ser muchas cosas, entre ellos un gran conquistador y amante de las mujeres desde que estaba en pañales—les guiñaba el ojo a las niñeras—. Pero a pesar de esto, también era un buen hermano, buscaba ser ese apoyo incondicional, abrazarte cuando más lo necesitaras y ver películas.




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