Reflet

0.20

El secreto del Reflejo

¿Pudiste sentir eso?

¿Sentir? ¿Qué es eso?

Los colores claros se hicieron presentes, llegaron sin que nadie los llamase. La luz del sol reflejada en las nubes hacía que el cielo fuera el cuadro más hermoso a primera hora de la mañana. El amarillo fuerte con el toque rojizo que lograban una combinación anaranjada, la llamada del día, el rubor en el cielo que dictaba un buen clima y compañía de las nubes mientras danzaban al compás del aire fresco que llegaba. Al igual que la muerte.

Esa vez no fueron pocos. No hubo piedad, no hubo socorro alguno, la compasión y la misericordia se fueron por el escusado. Solo murieron. Y era apenas el inicio.

Gente normal que no pudo pedir ayuda, gritar o llorar.

Devorados, acabados. O para ser más específicos: consumidos.

Veinte cuerpos encontrados en diversos lugares de Danville, cada uno a unos metros de distancia, pero muertos, sin vida en sus casas, en los negocios del lugar, en la calle. Salieron pensando que era un día común, no lo fue. La muerte los devoró antes de que pudieran desayunar. De un momento a otro, muchos cayeron, una clase de convulsión se apoderó de sus cuerpos, no respiraron más, sus ojos pasaron de un blanco nieve al vacío de la vida.

Las tinieblas les habían quitado el último suspiro de vida.

—Fueron ellos—aseguró Diuk de nuevo.

Solté una exhalación, nada aliviada.

Aník por su parte, cerró los ojos con fuerza en respuesta. Su semblante, no era pícaro como antes. Tenían los ojos desorbitados, perdido en sus propios pensamientos, como si miles de imágenes hubiesen pasado por su mente. Los destellos de luz en él se fueron expandiendo, como un torbellino que no pedía permiso alguno.

No podía decir que demostraban preocupación, aflicción o siquiera que estaban asustados, porque ni Diuk ni él estaban así. Solo formaron una línea con los labios, se dedicaron a respirar profundamente y a mirarse entre sí.

El momento fue extraño, él había tenido una conversación que parecía normal, y había entrado de nuevo a la habitación, encontrándose con el reflejo en una reacción de deseo. Como lo llamé yo: la torre de pisa inclinada.

Pronto me di cuenta que el momento a solas con Aník bastó para revolver mi cuerpo, empezar a hacerme sentir diversas cosas que él por naturaleza consumió y causaron…, esa especifica situación en su pantalón. A pesar de eso, la realidad era que, no solo me preguntaba el por qué Diuk le dio poca importancia a la situación de su hermano, sino a lo que se refería con sus palabras, las cuales entraron por mis oídos y a diferencia que en la clase de química, no salieron por el otro. Ahí permanecieron, pegadas como el chicle al zapato.

Fueron ellos.

La pregunta era: ¿Quién salchichas eran ellos?

Pude formular miles y posibles escenarios. La masacre, el genocidio a plena luz del día, el sol saliendo, y la muerte llegando junto el gran amanecer.

Quise entender, pero no era tan simple. Porque a pesar de que sabía parte de lo que eran, de sus características y de cómo actuaban, no sabía completamente las razones, el origen no lo era todo, ellos no eran los únicos; habían más reflejos en el mundo, había una gran jerarquía de ellos, familias, y muchísimos más desolando hasta el último cuerpo con sentimientos y emociones.

No podía saber con exactitud a qué se había referido, no eran fáciles de descifrar cuando realmente eran como espejos, mostraban cómo me sentía yo y no ellos.

Aguardé unos segundos, intercambiando miradas con ellos.

— ¿Ellos? —cuestioné—. ¿Quiénes?

No dijeron nada.

Ellos se miraron, dubitativos y, así permanecieron por un momento.

Cualquiera en una situación tan seria como así parecía serlo, se hubiera vuelto loco, impaciente, pero ellos no eran así. Estaban calmados, tranquilos. Ciertamente ninguno estaba consumiendo cómo me sentía, porque seguramente estarían saltando y se pegarían al techo.

No era el momento.

—Ya no pueden ocultarme las cosas—Me decidí a seguir hablando, parándome para quedar en medio de los dos.

Eso solo pareció agradarles, ambos se volvieron a mirar y ladinamente sonrieron.

—Ocultamos cosas todo el tiempo. ¿Cómo crees que no lo haremos contigo o que no lo hemos hecho ya?—respondió Aník, mofándose—. Solo sabes lo que quisimos que supieras.

No supe qué decir. “¿Qué se suponía que respondía a algo que ni siquiera había tenido una pizca de inseguridad o sentimiento de culpa en cuanto terminó?”

Nada, él no sentía nada. Justo en ese momento era la exacta representación del vacío. Era como sí se cayera lentamente, la presión del viento en los oídos, el color azul del cielo alrededor y las nubes ahogándote, presionándote para decirte que no entendías y no entenderías nada. Así me sentía.

Vacía. Sin rumbo.

Me había metido en eso. Y ellos de alguna manera habían accedido a proporcionarme cierta información. Me creí digna de saber más, de investigar, de preguntar y de, posiblemente, entrar a sus vidas. Sin invitación, sin un llamado.




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