Reflet

0.26

Te conozco, te conocí, leyenda es, ahí está, sol, luna... y quizá algo más. Si sabe algo, podrá salvarte, o al mismo tiempo, aniquilarte.

Nos hallábamos en un lugar real, que parecía irreal.

No se podía explicar con palabras precisas la sensación que daba el solo entrar, donde los murmullos desaparecían como las aves en el invierno, y la soledad se hacía tan presente como una la muerte expectante. Y no lo dudaba. Los reflejos eran seres que tenían demasiados secretos, el misterio era parte de ellos, pero a una de las conclusiones que había llegado, era que tenían historia. Llevaban no sé cuántos años en la tierra, eran pasionales por su naturaleza, la belleza que les era brindada como un beso del cielo no describía ni siquiera una parte del poder que poseían, incluyendo al reflejo de ojos grises.

Aunque, justo en ese momento, no nos hallábamos frente a uno de esos seres que parecían celestiales. A primera vista cualquiera se hubiera espantado, como Kayne.

— ¿Tanto te asusta una anciana?—replicó la mujer que teníamos al frente. Las luces tenues y cálidas iluminaron su cabellera azul canosa. La sorpresa no era su presencia, sino sus ojos — ¡Si hasta usé de esos perfumes hoy!  Humanos… —Kayne había quedado mucho más confundido en cuanto la mujer volvió a hablar.

Ella solo caminó frente a nosotros en negación mientras se dirigió hasta unas velas que empezó a encender con sus manos delicadas, más no arrugadas. Pese a que se veía joven, su voz nos dejaba entender que era una mujer mayor, con mucha sabiduría y un ser, sin duda, especial para los reflejos. El tono lívido y tembloroso fue lo único que se escuchó. Pero lo más extraño de todo era aquel color, quizá espantoso, pero hermoso que le daban un resplandor en sus almendrados ojos. Si te permitías a observar y al mismo tiempo a no hacerlo, te acostumbrabas a su presencia.

— ¿Qué parte de no moverse no les quedó claro?—La voz de Aník, firme e intimidante, me inquietó en segundos, provocando que me girara—. Eila…

Lo que no esperaba era que él estuviese justo detrás de mí.

Por un segundo quiero decir que cerré los ojos, pero fue casi imposible, fue fugaz, apenas perceptible, pero había sucedido. Mis labios rozaron los suyos, apenas percibiendo el aroma a frutas tropicales y la suavidad que se sintió al tenerlo tan cerca de mí.

Sus ojos grisáceos se hicieron más claros, el color verdoso desapareciendo. La mirada introspectiva que me dio no me sorprendió, tampoco me molestó que se viera ligeramente molesto por lo sucedido, de hecho, noté cómo la vena en su cuello se pronunció más y por alguna razón, me causó gracia.

—No fuiste especifico—refuté sonriéndole, porque la actitud, fue inesperada tanto para él, como para mí.

Él abrió la boca, seguramente teniendo una elocuente y audaz respuesta que no esperé, me giré y empecé a merodear por el lugar. No se sentía como un hogar, más bien como algo que te gustaría observar y curiosear. Ellos estaban ahí, así que no estábamos perdidos. Un alivio se formó en mi pecho.

Las piedras parecían brillar, era de un color tan oscuro como el carbón, pero con el brillo de la luna dejándolas relucir, dándoles un toque vivaz y elegante. Los candelabros sí bien estaban llenos de velas, algunos muebles desordenados estaban alrededor junto a estantes repletos de libros y lo que se veían como papiros.

Me sentía bien conmigo misma, había llegado hasta ese lugar, no había muerto en el intento, así que me di unas palmaditas en la espalda por dejar el temor atrás y aventurarme a eso. Claro, pude haber muerto, pero ahí estaba, viva y con muchas preguntas.

— ¡Silencio!—pidió la mujer levantando su dedo índice. Y, para nuestra sorpresa, Aník quien estaba cerca de Kayne con una mirada indescifrable, se detuvo y le hizo caso a la mujer —. ¿Qué hacen ellos aquí? –Se giró, encarando al chico a mi lado.

Sus ojos me evaluaron con escrutinio, intimidando sin duda alguna, porque eran negros, con minúsculas partes violetas y blanco. La sorpresa no bastaba, no eran solo extraños, eran fantásticos, a tal punto que no podías dejar de mirarlos, la admiración te dejaba embelesado ante sus hermosos ojos.

—Idina, yo…—buscó explicarse Diuk, pero ella lo calló de nuevo.

—Ella…—Me señaló—, ella es la culpable, ¿no?

El silencio nos abrumó, o por lo menos fue más notorio en nosotros. Los hermanos solo suspiraron aburridos e indiferentes, pero suponía que era el semblante característicos de ellos, más no de la mujer a la que habían llamado Idina. Ella era completamente diferente y para mi sorpresa, me veía con interés.

Pero lo que más me sorprendía y me dejaba cohibida eran sus palabras. 

¿Yo era culpable? ¿Hablaba de haber soltado a los miroir? ¿De ir tras los reflejos sin ver las consecuencias? ¿Culpable de qué exactamente? Sentí una presión en el pecho.

La incertidumbre abundó cada parte de mis pensamientos, y me dediqué a fijar mi mirada en cada movimiento que hizo, esperando que ella siguiera hablando, pero no fue así. Siguió caminando hasta sentarse en un gran sillón, mientras tomó una taza entre sus manos, dejando que un vapor verdoso se esfumase en cuanto ella sopló y le hizo una seña a Shenie. La nombrada como por acto de magia tomó el brazo de mi amiga y hermano, y salieron del lugar. 




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