La oscuridad del túnel cedió. Pronto lo que oculto estaba, visto por todos era.
Y uno solo iba a ser el salvador.
Esa sin duda alguna era una de las peticiones más delicadas, estúpidas y locas que existieran.
“¡¿Cómo se le ocurría pedirme algo como eso?!”, el grito en mi mente hizo eco.
Para él quizá esas palabras no significaban un carajo. Pero para mí, era como entrar al infierno de aguas de fuego hirviendo. Y me quemaba. Sin duda lo hacía. Porque él me había tomado de la cintura y esbozando una sonrisa simple, que provocó que más de una emoción explotara, hizo que el volcán hiciera erupción. Gigante.
Sentí cómo cada emoción me recorrió como las aguas a nuestro alrededor. Y así mismo, busqué la calma, atrapar todo aquello que podía llevarme a una muerte directa. El control que tanto necesitaba.
—Es bueno que estés practicando mientras estamos de camino—dijo como sí nada Aník, rozando con su dedo mi espalda—. A donde vamos, tendrás que controlarte mucho más.
Bufé con los ojos cerrados, preparada para descender por aquel extraño túnel de aguas cristalinas. Brillaron en cuanto estuvimos listos y mascullando palabras apenas audibles me removí un poco.
—Exiges demasiado.
Él sonrió. Sencillamente pero, lo suficiente como para que sus dos comisuras se elevaran y dejaran a la vista una pequeña pizca de, quizá no solo picardía, sino satisfacción. Pero eso era demasiado raro para alguien, un ser como él que, no podía sentir.
—Para que vivas, Eila.
Nuestros cuerpos se movieron al son de la corriente, con una calma desconocida para mí después de todo lo que habíamos estado viviendo. Y así me deleité ante la suavidad que tenían las aguas, como terciopelo frío, besando mi piel desnuda.
Aník respiró detrás de mí, dejando que su aliento chocase contra mi cabello recogido.
El único reflejo que podía comprenderme, el único ser que podía consumirme, entender cada facción de mi cuerpo, cada sentimiento y emoción que danzara en mi interior.
Cada del túnel se movía al compás de una melodía silenciosa, como sueños desvaneciéndose o lágrimas de almas perdidas que caían, una tras otra, yendo de un lado a otro en toda la superficie sobre nosotros.
Fue entonces que Aník se dignó, con una máscara de frialdad, a decir:
—No te estoy exigiendo nada.
— ¿Ah, no?—indagué, frunciendo el ceño—. ¿Entonces qué se supone que haces?
No respondió y solo evaluó el lugar. Luego con una débil sonrisa me invitó a ver su mano, mientras tomaba un poco de agua para dejarla en su palma. Apenas pude soltar un jadeo, admirando lo que estaba frente a mí. Parecía escarcha, brillante, cuando realmente era agua. Cada gota se removió en su palma, viva, como un gusano pequeño. Los destellos viajaban entre la luz y la oscuridad, tan suave pero hermosa. Más cuando él las soltó, perdieron su brillo, uniéndose a la corriente que nos llevaba con calma.
—Son como las personas—susurró él, impasible—. Algunas brillan, su esencia es especial y dejan una huella en los demás con su brillo. Sin embargo, algunas pierden el brillo al caer, caídas dolorosas, lo suficiente como para que pierdan esa luz que los hace únicos.
Parpadeé un par de veces al sentir que algunas gotas de agua caían en mi rostro y sopesé sus palabras, cada una, sinigual, marcando un antes y un después en mí. Porque ese era él. Ese era Aník; dispuesto a soltar una que otra frase cuando menos pensabas, dispuesto a descolocar tú mundo en segundos sin siquiera poder prevenirlo.
—A veces pienso que no se te da bien el hablar—dije cruzando mis manos sobre mis piernas. Los destellos revolotearon cuando él jugó con el agua—. Pero cuando abres la boca y dices cosas como esas… cambio de opinión.
Puedo jurar que rodó los ojos.
— ¿Has tenido problemas de socialización en toda tu larga existencia en el mundo como para querer deleitarnos con tus palabras todo el tiempo o eres tan egoísta como para no querer compartir lo que pasa por tu mente?
—No todo lo que pasa por mi mente debe ser del conocimiento del mundo, Eila—negó detrás de mí—. Pero tú realmente no tienes problemas para socializar, porque hablas mucho. Y sientes mucho también.
Me giré enseguida para encararlo y golpear su hombro. Ni una sola sonrisa saltó en su rostro cuando lo enfrenté y me di cuenta que donde estaba metida, era un pozo, infinito de preguntas e irrealidad. Todo había cambiado desde aquel accidente, yo había cambiado. Sentía más que antes. Y recordaba las palabras de Lila con gusto. Esperaba que la aventura siguiese, que me llevase hasta el centro de aquel pozo repleto de secretos de los reflejos. Todo dentro de mí, como comentó Idina, me exigía perseguir a aquel ser sobrenatural que me sostenía entre sus brazos.
No pensé en lo que podía suceder y, girándome un poco, encarándolo, le golpeé el hombro, en un gesto de una típica adolescente normal. El problema era que yo no era normal, y nada en mi mundo lo era. No desde aquel accidente.
Quizá si era cierto. A lo mejor sí pertenecía a ese mundo y apenas hasta ese momento lo había descubierto. Lo desconocido ante los ojos de otros espantaba, pero a mí me avivaba. Agradecí que me hubiese salvado más de una vez, no me dejó ahogarme entre los sentimientos y me permitió descubrir que tenía otro propósito.
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Editado: 11.07.2020