Reflet

0.31

Un túnel

Seis pequeños

Algunos seres y un par de oyentes

Reflejos no hay, pero otros si te atacarán

Enfrentarte a lo que más le tienes miedo tendrás, y así lograrás entrar.

— ¡KAYNE!

Un grito salió de mi garganta, desgarrándome mis cuerdas vocales y sintiendo que había sido apenas audible a causa del frío que se apoderó de mi cuerpo y me impidió tan solo abrir los labios. Aník soltó mi mano y tomó una linterna, iluminando el camino.

En cuanto vi que mi hermano desapareció en ese túnel, más que todo por curioso, sentí que todo en mi mundo se perdía, porque él era mi familia y perderlo, era lo último que quería. Pero en cuanto corrí tras él para ver qué había sucedido, lo encontré de culo encima del hielo resbaloso.

No pude evitar, ante el ataque de emociones, soltar una carcajada.

—Eso fue como ver a Bambi por primera vez caminando.

Shenie nos entregó un par de zapatos, perfectos para no resbalar.

—La idea era ponernos esto antes de entrar—comentó, tirándoselos a mi hermano—. Tú nunca escuchas. ¿Qué pasaba sí había algo que te podía matar ahí dentro, ah?

—Estaba protegiéndote, primor.

—De lo único que me debo proteger…—Le pasó a un lado—, es de ti

Alterné mi rostro observando con detalle –gracias a la linterna— donde nos encontrábamos. A plena vista era como una gran cueva, las rocas a nuestro alrededor, lisas, mojadas y el hielo cubriéndole. Había pequeños cristales largos descongelándose y círculos brillantes encajados a su alrededor.

—Es por aquí—señaló Diuk uno de los caminos que lograban verse azulados por el hielo que eran como paredes largas y amplias—. Andando, Bambi

—Perfecto, ya tengo apodo

Mi hermano rodó los ojos y, siguiendo los pasos de Diuk, se posicionó de terceras. El camino estrecho hacía que nuestros pasos resonaran junto al lejano goteo. Una ventisca quedó atascada a nuestras espaldas, zumbando en nuestros oídos.

—En cualquier momento nos darán una pala y seremos como los siete enanitos sacando gemas, ¿no creen?

Lila se encogió de hombros, aparentemente recurriendo a las palabras antes de morirse de susto por el lugar en el que nos encontrábamos.

—Somos seis—replicó mi hermano.

—Y seremos menos si siguen hablando—La voz de Aník a mis espaldas me hizo avanzar, agilizando el paso y, esperando que llegásemos cuanto antes. Pero me equivocaba.

El camino de paredes de hielo cada vez se fue poniendo más estrecho, a tal punto que creí que nos sería imposible respirar, sintiendo también que el aire frío empezaba a quemar mi nariz. Lo sorprendente fue cuando luces de colores claros empezaron a moverse entre el hielo encima de nosotros, como pequeñas luces que iban de un punto a otro, de azul a verde, y de morado a azul.

Me froté el rostro, esperando que no fuese mi imaginación ni a causa del frío pero, Aník señalando otro punto donde las luces eran más fuertes, me hizo entender que el lugar era más real que cualquier cosa.

—Magia driagna, unida a la naturaleza—dijo a mi lado, en el intento de sonreír.

Admiré cómo las luces danzaron sobre y a nuestro alrededor. Resplandecientes, casi cantando, contando algunas historias antiguas de los que caminaban con nosotros.

Intenté calentarme, subiéndome la bufanda, pero era casi imposible, el frío seguía colándose y más estando en un lugar tan solitario y…, compuesto por solo hielo.

Dándome un empujón, Aník bufó, sosteniendo la linterna.

—Deberías ir más rápido—ronroneó en mí oído—. Entre más rápido avancemos…

Su aparente cercanía era solo producto del estrecho lugar, me aseguré eso, evitando que cualquier sentimiento o emoción surgiese por él, en ese instante. No podía alejar la sensación de su mano rozando la mía, de su profunda mirada de invierno sobre mí, aquella necesidad de tenerlo cerca… pero sí podía alejarlo a él, para evitar… sentir.

— ¿Más rápido moriremos?—interrumpí, logrando que, como pocas veces había visto, la comisura de sus labios se alzara juguetonamente. Era real. Una pequeña sonrisa real de Aník—. Es lo único que hemos oído desde que aterrizamos.

—Porque es la verdad.

Su semblante cambió en segundos y, aunque eso me había motivado, entendí que pocas veces era posible ver aquel hoyuelo.

No dejé de caminar, pero me mantuve cerca de él, lo suficiente como para notar que después sacó el cofre que le había dado Idina. Los detalles en ella parecían brillar en el ambiente, y en cuanto la abrió, fue más sorprendente. A primera vista se veía como algo negro, quizá feo. Pero si se veía mejor, se notaba la piedra oscura que brillaba. Gracias al reflejo de la luz, ésta soltaba pequeños destellos de diversos colores con intensidad, como un arcoíris atrapado en el cofre.

—Diamante negro, de los reflejos—respondió él mis pensamientos. Lo supe en cuanto alzó la mirada cerrando el cofre, guardándolo en su bolsillo—. Ibas a preguntar eso, ¿no?




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