Porque las palabras ocultan mucho
Más no tanto como el reflejo de lo que eres, que mostrar puede, lo que más temes.
Mi primera reacción fue cubrir mi rostro y abrazar aquella línea rosada que iba tomando un tono más rojizo y doloroso que se expandía. Un dolor que Aník no podía quitarme. Que extrañamente, él no podía quitarme.
Cortos pero abundantes gritos se hicieron presentes, haciendo eco en mis oídos, resonando y, en parte, lastimando mis tímpanos. Y esa ya no había sido yo, mucho menos mi hermano.
Aník y Shenie corrieron a nuestro rescate deslizándose por la empinada roca de la que habíamos caído. Diuk permaneció inerte, quizá pensando en qué momento había cambiado esa parte del túnel. Asentí en silencio cuando me levantaron y recé para que no ocurriese nada más.
Luego los vimos.
No creí que la impresión sería tanta. Por un momento ladeé el rostro, encantada con el pequeño ser blanco que se movía con rapidez, peludo y brillante mientras caminaba por las paredes. Subía y bajaba. Y aunque parecía tierno, intentó atacarnos. Corrimos al instante. Mostrando filosos, diminutos y apilados dientes gruñó en respuesta. Dispuestos a mordernos. Con los dientes de un tiburón y la ferocidad de un león hambriento, corrieron tras de nosotros a una velocidad increíble que apenas nos permitió respirar.
Aunque sus grandes ojos cristalinos, como alguna caricatura extraña, su pelaje blanco y brillante se removía por los grandes saltos y agilidad con la que corrían entre las paredes, impresionándonos mientras gritaban y se amontonaban entre ellos. Como una gran montaña de nieve que se nos acercaba cada vez más.
Kayne parpadeó.
Todos lo hicimos.
Porque no sabíamos qué mierda blanca era esa. O bueno, no nosotros, los humanos, desconocedores de extrañezas tales que nosotros definiríamos como alienígenas tal vez.
Las paredes temblaron ante la cantidad de bichitos raros de tamaño pequeño. Espeluznantes y peligrosos.
El suelo se removió bajo mis pies y no sabía sí era a causa de mi propio temblor o por el movimiento de los parásitos que lanzaban mordiscos al aire. Aquel aroma que seguía impregnado en nosotros, de la viscosidad, inundó mis fosas nasales en una onda de poder. Diuk pidió que hiciéramos silencio cuando giramos hacia la izquierda, por un camino completamente oscuro. Rodeados de roca, intentamos ocultar los jadeos que caían de nuestras bocas. El palpitar de mi corazón resonaba en mis oídos, caja torácica y creo que hasta se sentía la vibra en mi trasero tras el nerviosismo.
Desde la lejanía escuchamos los alaridos fuertes que soltaban. Un par de trozos de hielo cayeron a su paso cuando siguieron su camino, sin darse cuenta que nos estaban pasando de largo.
Estaba espantada.
Un par más dio saltos alrededor del techo cuando Aník susurró de manera apenas audible:
—Agáchense.
Esa orden sin duda la acatamos todos, despacio y cuidadosamente. Coloqué mi rodilla en la roca oscura y observé fijamente ese punto, intentando mantener la calma, lamiendo mis labios secos. No sabía a qué nos enfrentábamos, no con ellos. La mano de Lila apretaba la mía y el sonido de la cinta rompiéndose me hizo girarme hacia mi hermano. Se le estaba dificultando respirar, por lo que lo pasé por alto y permití que se deshiciera de ella.
—Porqu…
Shenie, sin dejar que mi hermano terminase de hablar, se lanzó hacia él y le tapó la boca.
Todos suspiramos.
Alcé la mirada al escuchar el eco que seguía retumbando entre las paredes de piedra. Sin poder evitarlo, apreté mi mano sobre mi pecho, respirando agitadamente. El viento corrió despavorido entre nosotros, como si hubiese huido de algo más.
Nos miramos, dudosos de qué debíamos hacer. La calma que antes transmitían los reflejos se esfumó cuando vi cómo Aník apretaba la mandíbula. Cerré los ojos sintiendo que algo me presionaba, algo más… diferente, extraño, temblaba en mi interior como rocas que se movían entre sí, rompiéndose.
Ninguno esperó que una pequeña bola de fuego saliese de mí, redonda y de color negro. Era brillante pero tan devastador. El mismo miedo enfrascado en fuego completamente helado que giró frente a nosotros dejó una brisa invernal entre nosotros, casi susurrando palabras para que cualquier ser humano o reflejo, parpadeara.
Había salido… esa cosa… había salido de mí.
Jadeé, conteniendo la respiración. Los gruñidos se pronunciaron y parecieron regresar con muchísima más fuerza y busqué con la mirada los ojos de Aník.
La cantidad, lo que sentíamos que venía, era impresionante, se sentía desde la lejanía, la arrasadora presencia de los parásitos amenazaba con llegar mucho antes de lo que pensábamos.
Aník parpadeó observando aquella pequeña bola de fuego que pronto empezó a rodearlo justamente a él, jugando con él, admirándolo con una sonrisa oculta, con aquel miedo rondando, esperando a una presa, hasta que en un destello, desapareció cuando él suspiró profundamente.
No tuvimos tiempo de protestar o preguntar, cuando Diuk resopló, señalándonos un nuevo camino. Corrimos sin parar. Los músculos de las piernas me ardían entre cada paso que daba, con la boca seca y el aroma de la viscosidad rondando, pegajoso y denso.
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Editado: 11.07.2020